El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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que culturas anteriores que compartían su idioma ya habían pasado por este país mucho antes que los draizs. Así también se supo el nombre que se le daba a esta tierra: Erain. El Nueva es un añadido de los humanos, por supuesto —matiza con sarcasmo—. Mudna también corresponde al nombre verdadero de la antigua ciudad. Los exploradores descubrieron en las ruinas…

      Pierdo el hilo del relato de Ézer, porque sé que parte de esa historia es mentira. Los humanos no llegaron al país emigrando de otro y no averiguaron los nombres del lugar por una supuesta cultura muy anterior a la draiziana, pero que compartía rasgos con la suya propia. Los humanos llegaron a través de la Magia desde diferentes partes del antiguo mundo. El grupo que terminó en esta isla descubrió que nos encontrábamos en Erain, porque algunos reconocieron sus ruinas y leyeron sin problemas los documentos escritos en eraino, un idioma que, al parecer, en el pasado se hablaba bastante en diferentes países. Incluso había supervivientes de la misma Erain, a los que no les costó descubrir que habían vuelto a su hogar.

      La historia inventada por el Código para sepultar la verdadera, además, no se sostiene. Tiene muchísimas incongruencias. Sin embargo, todo forma parte de una cruel pantomima que te crees o te callas para protegerte de las repercusiones.

      —El Código a veces utiliza a sus supuestos antepasados para reclamar el derecho de Nueva Erain. Para suavizar el hecho de que conquistaron y subyugaron a los draizs hace veintidós años. —Me entristece que Ézer no sepa la verdad.

      —Por eso hay que conseguir derrotar al Código. —Kira irrumpe en la conversación y avanza hasta sentarse en una de las sillas de la mesa en la que nos encontramos Ézer y yo.

      —¿Ese es tu propósito?

      —Entre muchos otros. Pero eso ya deberías saberlo si fueras de este país. —Kira se cruza de brazos y nos mira, inquisitiva.

      Runa se sienta en una silla próxima a mí con un suspiro. Ézer rodea la mesa y ocupa una al lado de Kira. No tengo ni que preguntar; sé que quieren que haga lo mismo. Freno mis pensamientos, entendiendo que es hora de hablar, hora de defender mi postura. Me acomodo junto a Runa y me froto las manos, nervioso. Exponer mi historia va a ser complicado, sobre todo frente a la danían de Núcleo, que no va a dejar escapar la ocasión de atar cada cabo suelto.

      —Por favor, no queremos hacer daño —implora Runa.

      —Tranquila, Runa, aquí estáis a salvo. —Ézer trata de calmarla.

      —De momento —exhorta la danían.

      —¡Kira! —le reprende su hermano.

      La chica pone el ojo en blanco y luego se rasca la frente. Su hermano coloca un brazo en el respaldo de su silla, como si la abrazase por la espalda. Si ya me cuesta adivinar qué pasa por la mente de cada uno, Kira es incluso más inaccesible. La política es una ciencia compleja. La relación entre seres racionales también. Comprobar en carnes lo comprometida que puede llegar a ser una situación en la que se juntan la política y las emociones es otro asunto muy distinto.

      —Lo siento —murmura Kira—. Siento ser tan brusca y directa, pero no quiero edulcoraros una realidad que tal vez no pueda ofreceros.

      —¿Nos vais a encarcelar otra vez? —Los ojos de Runa son puro pánico.

      —No, si de mí depende. Pero tenéis que entender que, aunque yo sea la danían de Núcleo, los kalentes también tienen voz y voto en esto… Desgraciadamente —susurra lo último, pretendiendo que no lo escuchemos, pero lo hacemos—. Os he conseguido esta tregua y, si todo va bien, en unos días seréis libres. A cambio solo os pido que me contéis sobre vosotros. Tenéis que comprender que debo tranquilizar a los líderes draizs; darles una razón para que desconfíen un poco menos.

      Runa y yo nos miramos. Su gesto dice: «miente». El mío tiene que gritar: «di la verdad». Luego se debe de deformar para indicarle: «di la verdad, aunque sea a medias». Nos están pidiendo honradez a cambio de nuestra libertad. Sin embargo, me encuentro con que no puedo hablar por Runa de nuevo. Siempre he sido sincero, pero ella solo sabe de mí que he perdido la memoria, que conozco la verdad del planeta, que soy una anomalía y que busco al Caimán, del que tampoco le he hablado. Es bastante y a la vez nada. Nada, porque no le he expuesto las emociones que conllevan todos esos datos sobre mí. Están huecos, faltos de la verdadera información.

      Yo de Runa solo sé que viene de otro país, que es una anomalía, que no quiere estar cerca de otras como ella por el peligro que supone, que dice leer el futuro a través de sus cartas de adivinación y que su tatuaje cambia según sus sentimientos, al parecer. Para mí ella es un misterio.

      En esta sala solo hay desconocidos que se analizan entre sí para intentar descubrir qué esconde el otro. Entrecruzo los dedos, sintiendo la mirada de Ézer puesta en mí. Puedo confiar en la impresión que me ha causado y, por ende, ofrecerle el mismo crédito a Kira. O puedo mentir y acallar mis instintos. Y llego a la conclusión de que, haga lo que haga, si esto tiene que terminar mal, terminará mal, diga la verdad o no.

      Al fin y al cabo, no soy nadie. No tengo pasado, estoy estropeando mi presente y es posible que no consiga un futuro si sigo así.

      —Perdí la memoria hace dos años.

      —Noah —me chista Runa.

      —A ver, tranquilos. —Kira se presiona el puente de la nariz con dos dedos—. Ni siquiera nos hemos presentado formalmente. —Nos mira, pero por primera vez veo indecisión en su rostro. ¿Estará avergonzada por ni siquiera habernos preguntado nuestros nombres?—. Noah y Runa, ¿verdad? —Asentimos a la vez—. Bueno, yo soy Kira, la danían de Núcleo. Y él es mi hermano Ézer, mi mano derecha.

      —Hermano mayor, para que quede claro. —Sonríe el chico, y el intercambio de palabras que pretende ser chistoso logra relajar un poco el ambiente.

      —Entonces… Noah, dices que has perdido la memoria.

      —De forma parcial. Siempre he estado solo. Lo que recuerdo, claro. Nunca me he relacionado con nadie.

      —¿Con nadie? —se asombra Ézer.

      —Con nadie.

      —Eso explica por qué eres tan curioso y reaccionas de forma tan extraña frente a cosas cuya respuesta debería ser obvia. —Asiente Kira.

      —Pero ¿despertaste sin más un día, así, sin memoria? —Ézer se lleva un dedo a los labios, pensativo.

      —Sí. Lo hice hace dos años en una casa que luego averigüé que pertenecía a un tal Caimán y a un ser más pequeño. Aprendí de sus documentos y me cobijé hasta que hace una semana salí de allí para completar mi misión.

      Kira y Ézer se lanzan una mirada que no transmite nada bueno. Me encojo como si así pudiese protegerme de ellos.

      —Y tu misión es contar lo que estabas gritando esta mañana en medio de la plaza, ¿no?

      Asiento, incapaz de intervenir. Me sorprende el miedo que atenaza expresar la verdad cuando otras personas, aun sin palabras, parecen obligarte a detenerla. Me había prometido no callarme nada, no amilanarme ante los conflictos que pudiese albergar el país. Sin embargo, es complicado dejar de lado todo lo que hace sucumbir a Nueva Erain.

      Mi misión no puede ser lo único que me importe. O eso empiezo a comprender.

      —Noah, queremos que sepas que no pretendíamos coartar tu libertad de expresión. Es un derecho fundamental que todos deberíamos poder ejercer, pero hoy en día es muy peligroso relatar en voz alta esa historia en concreto.

      —Conozco el conflicto entre los humanos y los draizs. Runa también me advirtió de ello antes de llegar aquí. No hice caso ninguna de las dos veces…

      —No es eso, Noah. —Kira tuerce los labios en una especie de sonrisa que irradia una pena profunda—. El problema del mensaje no es por los draizs, es por el Código. ¿Sabes quiénes son? — Afirmo con la cabeza—. Lo que tú cuentas ya se manifestó hace mucho tiempo, y el Código se encargó de acallar todas aquellas voces.

      —Lo


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