El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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no es culpa de Kira lo que ha sucedido —dice Zigon—. Discúlpate.

      —No voy a pedir perdón por decir la verdad. —Casi puedo oír cómo le rechinan los colmillos.

      —Yo sí te pido disculpas, Almog. —Las palabras salen como un susurro de mis labios—. Por lo de antes…, a la hora del desayuno. No debería haberte faltado al respeto. Eres una kalente y capitana del ejército. Como tal, no mereces mi desprecio. Lo siento mucho.

      El «mucho» se pierde en un gemido. Esta vez sí, mi madre extiende una mano y me acaricia la parte interna del brazo. Su piel siempre está caliente, como la de todos los draizs de ojos naranjas y piel azul. Alzo unos dedos y los muevo en el aire, indicándole que puede soltarme. Después de haber caído tan bajo, lo último que necesito es que mi madre me haga parecer aún más débil.

      —Kira —la voz de Almog me atraviesa como una esquirla—, disculpas aceptadas.

      Nunca me reconocerá. Ni ella ni los demás. Haga lo que haga. Todos habrían preferido que Kalestra hubiese sido la danían de Núcleo, y no yo. A mi hermana le había correspondido la sucesión de la danorniam de la ciudad —siendo apoyada por Dido— y no a mí, aunque me lo hubiese ganado, aunque hubiese arriesgado mi vida por ello.

      Consideraba a Kalestra y Dido mis hermanos de sangre, tanto como Ézer. Los quería, los admiraba, eran un referente para la persona que yo quería ser cuando fuese adulta. Fueron aplicados, dispuestos, justos, valientes, comprensivos… Eran todo lo que un danían debe ser. Yo también creía tener todo aquello, pero cuando profundizo en mi interior, cuando alguien me hace sentir tan insegura como para no poder vencer la crítica destructiva, me encuentro con una Kira inexperta, perdida y desmotivada.

      —¿Almog? —La voz de mi padre tiembla. Está enfadado.

      —No. —Almog va a protestar, pero me adelanto—. No hace falta. No quiero que se disculpe si no lo siente de verdad. No quiero mentiras. Quiero la verdad. Y la verdad es que me odias, Almog. Pero está bien. ¿Sabes por qué? Porque puedo lidiar contigo y con quien me enfrente. Me basta con mis aliados y conmigo misma. Mientras haya alguien que quiera luchar por esta ciudad, ahí estaré yo.

      Solo aparto la mirada de la kalente militar para descubrir la ligera sonrisa que enmarca el rostro de mi hermano. Está orgulloso de mi respuesta. Por otra parte, Almog no deja de taladrarme con su mirada, aunque sus labios se quedan ligeramente entreabiertos. La he dejado con la palabra en la boca. Nunca pensé que unos ojos sin pupilas ni iris pudiesen expresar tanto; me equivocaba. Los ojos rojos de Almog se humedecen, pero no como símbolo de tristeza, sino de frustración. En ellos arden miles de sentimientos, que se regeneran y vuelven a calcinarse.

      —Dicho esto —retomo la conversación, tratando de no mirar mucho a Almog y apretando la empuñadura de Sustituta para aplacar el cansancio—, Korshid, ¿has averiguado algo del mercenario?

      —Sí, Kira. —La kalente cruza un par de brazos en la espalda y con los otros dos gesticula—. Creemos que viene de un sector rebelde de los artesanos.

      —¿Mercaderes?

      —¿Cómo lo sabes? —El cejo sin vello de Korshid se frunce.

      —Esta mañana uno me ha atacado. No sé si será el mismo o es que existe una célula dispuesta a acabar conmigo, pero…

      —¿Han atentado contra ti otra vez? —Mi padre alza la voz.

      —Tranquilo, Zigon —interrumpe Ézer—. Nadie se ha enterado y Kira ha sabido manejar la situación.

      —No, hijo. Esto es grave. En menos de un día han amenazado su vida dos veces. ¡Dos veces! —Mi padre ni siquiera me mira. Su frente azul está perlada de sudor. Su enfado se ha convertido en miedo.

      —Padre, Ézer tiene razón —intento mediar.

      —¿Lo has dejado suelto? —me pregunta Korshid.

      —Estaba asustado. Tal vez lo han obligado a hacerlo…

      —¡Kira! —Esta vez es mi madre la que se impone—. ¿Entiendes que podrías haber muerto? ¿Lo entiendes siquiera?

      —Sí, pero…

      —¡Pero nada! Eres la danían de esta ciudad. Eres su esperanza. No te prohibimos pasear sin escolta por Núcleo porque sabemos de tus habilidades y confiamos en que el pueblo te quiere más que te rechaza. Sin embargo, no puedes ir por ahí…

      Su voz se pierde en mis pensamientos. Es un eco doloroso en mi mente. Puedo cuidarme sola. Puedo sobrevivir a todo y a todos. No es solo que pueda, sino que lo voy a hacer. Es mi misión encontrar un futuro pacífico, no solo para Núcleo, sino para toda Nueva Erain. Derrotar al Código es una necesidad para que por fin Mudna, Núcleo y los pueblos indómitos se unan o, al menos, puedan convivir sin temor a la confrontación. A la muerte.

      —… tienes una fortaleza enorme y te admiro, mi cielo. Pero no puedes arriesgarte así. No puedes comportarte como lo hiciste en el Incidente.

      El corazón se me encoge. Aquel día fue el más duro de mi vida a la par que el que me dio la posición que ahora ostento. Fue mi perdición y mi victoria. Mi sacrificio y mi triunfo. Me convirtió en la persona que soy, fuerte pero repleta de heridas sangrantes.

      —¡Silencio! —chillo. Mi madre enmudece de golpe—. Silencio, por favor. Tienes razón, madre. La tenéis, y yo… —Intento recomponerme—. Respecto al mercenario, se encargará Roll, para eso es el kalente de los artesanos. Korshid, obviamente, tú lo ayudarás. Si los atrapáis, intentad que el resto no se entere. Bien. Dicho esto —no espero a que me confirmen mi orden—, los dos humanos…Vamos a liberarlos.

      —¡Imposible! —Almog se recupera del golpe anterior y asesta de nuevo.

      —Kira, su acto conforma una ilegalidad inscrita en los Pactos —tercia Eka.

      —Entiendo que lo que estaba diciendo nos pone en peligro, pero tendremos que preguntarles al menos, ¿no? Saber de dónde vienen, con qué intención…

      —¡La intención es clara! Quieren infundir temor en Núcleo. Claramente son infiltrados de Mudna que vienen aquí a derrocar la paz. Atacar desde el interior.

      —¿Pero alguien les ha preguntado si son de Nueva Erain? ¿Si conocen la situación de este país?

      —¿Cómo no van a conocerla? —se escandaliza Haneul.

      —¡Puede ser! —me defiendo—. Si no los interrogamos no sabremos nada. No leemos mentes, solo juzgamos. Por favor, intentad dejar de lado los prejuicios y centraos en lo verdaderamente importante. ¿Son inocentes o no?

      —Aprovecharán que bajas la guardia para atacar sin escrúpulos —gruñe Almog.

      —Yo apoyo a Kira.

      —Oh, Ézer, ¿no me digas? ¡Una sorpresa que estés del lado de tu hermana! —Haneul manotea en el aire, irónico.

      —Seguro que este le ha metido esa idea pacifista en la mente. Kira no sería capaz de razonar algo tan democrático en la vida —se mofa Almog.

      —Cuida tus palabras, capitana —le advierte Ehun.

      —¿Es que tus hijos no se pueden defender solos?

      La sangre me hierve. A veces no puedo evitar pensar que Almog y Haneul solo quieren liderar Núcleo, sin importar el destino de la ciudad. Que lo importante es exiliar a todos los humanos y que sea íntegramente draiziana. No aparto la sospecha de que alguno de los dos kalentes sea quien esté intentando asesinarme. Me rechazan. No me quieren aquí. Lo demuestran cada día.

      Ellos continúan discutiendo. Las voces han empezado a elevarse hasta un punto en que es complicado diferenciar quién dice qué. Yo sigo con la mirada perdida. Totalmente absorta en mis pensamientos. No soy capaz de meterme en ese fuego cruzado del que no saldré malherida, sino moribunda.

      Pero son las últimas palabras de Almog las que activan todo mi adrenalina y mi toma de decisiones. No lo medito, solo me dejo llevar


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