El don de la diosa. Arantxa Comes
a aquella práctica se le llama: tatuaje. Yo le volví a palpar el brazo, fascinado. Era inevitable mirarme las manos después de tocarle la piel. Runa se rio de mí, por supuesto, y me sorprendió que le hiciera gracia mi curiosidad. Y lo más asombroso es que creo que su tatuaje cambia de forma y color cada cierto tiempo. A veces la ilustración muestra olas de mar, azules y verdes; otras, una especie de construcciones de piedra, e incluso alguna noche me ha parecido apreciar cuervos de ojos rojos con los picos abiertos. Obviamente, cuando le pregunté sobre mi impresión, solo obtuve una sonrisa como respuesta.
Al cuarto día, a punto de llegar a Núcleo, me doy por vencido. Runa no tiene intención de dejarse conocer, al menos, no con otra anomalía. Tampoco quiere mi sinceridad. Lo único que desea es alejarse lo máximo posible de lo que ella considera un peligro inminente: la unión de nuestra magia.
Llega hasta a mí resoplando. Le tiendo una cantimplora llena de agua fresca. El centro de Nueva Erain está surcado por varios ríos y ocupado por muchísimos bosques, por lo que abastecernos de provisiones ha sido bastante sencillo.
—En serio, Noah, me muero. Dime que la mancha que veo en el horizonte es Núcleo y no un espejismo. —Bebe tan rápido que parte del agua se la derrama por encima.
—Si me contestas a unas preguntas te respondo sin problemas. —Ato la última correa de la mochila.
—¿En serio? No voy a decirte nada sobre mí. ¿No tuviste suficiente con el tatuaje?
—No.
—Pues no te voy a contestar, querido Noah.
—Retintín —le señalo, y ella se echa a reír.
Aunque hemos permanecido en silencio la mayor parte del viaje, no he abandonado mi estudio sobre el comportamiento social. Gracias a Runa, estoy aprendiendo a diferenciar cuando alguien habla con retintín, con sarcasmo e incluso las emociones que pueden atrapar las palabras. Lo último aún tengo que pulirlo bastante, pero comprobar que avanzo solo me anima a continuar aprendiendo a relacionarme.
—Muy bien, Noah. —Runa aplaude con lentitud.
—Claramente ironía. Te estás burlando de mí.
—Te daría un abrazo si no fuese porque cada vez que nos tocamos siento tu magia como una horrible punzada. ¿En serio no puedes contenerla ni un poco?
Frunzo el ceño. Sabe que no, así que me lo está preguntando para desviar la atención de ella; algo que suele hacer siempre. Me cruzo de brazos y enarco una ceja —la chica lo hace mucho y se me ha pegado el gesto—. Ella me contesta imitando mi expresión que, en realidad, es suya.
—Te has dado cuenta.
—Aprendo rápido. He estado dos años solo con la única ayuda de mis propias, aunque escasas habilidades. No voy a… —¿Cómo es esa expresión?
—Andarte por las ramas —completa Runa.
—Eso, a andarme por las ramas. Voy a preguntarte y vas a tener que responderme al menos con cinco palabras, ¿de acuerdo?
—Y luego me dirás si eso del horizonte es Núcleo.
—Por supuesto.
Aprieta los labios y observa durante unos segundos el cielo. Descruza los brazos para poder cogerse de las manos y me dice:
—Está bien, dispara.
—¿Que dispare?
—Es una forma de decir que empieces a hablar sin impedimentos.
—Entiendo. —Lo anoto mentalmente—. Bien. Mira, Runa, he concluido que no me fío de ti. Apareciste de manera misteriosa delante de mi casa a la que nunca ha llegado nadie. Dices ser de otro país, pero te perseguía el Código. Dices que vienes a explorar esta tierra, pero ya sabes nuestro idioma a la perfección, sus ciudades e incluso sus conflictos políticos. ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? ¿Es que piensas hacer algo malo?
—Uf, eso es más de una pregunta, ¿eh, Noah? —Su voz suena tan neutra que me eriza la piel del cuello.
—He dicho que iba a preguntarte, no he especificado cuánto.
—Quiero ayudarme a mí misma.
—¿Esa es tu respuesta?
—Una respuesta de, al menos, cinco palabras. ¿Eso es Núcleo? —Sigue con ese tono de voz monocorde que parece denotar enfado. Su mirada ronda aquí y allá, incómoda.
—Sí, lo es. Andando. Cuando antes lleguemos, antes podremos separarnos.
Emprendo el camino y me percato de lo mucho que me duele la garganta. Es como si me hubiese comido una planta llena de espinas. Y pensar que había deseado que me ayudara en mi misión. No. Runa no es de confianza. Runa no la pide tampoco, así que no se la voy a dar más.
Pero eso no disipa todas las dudas que le he expresado.
Tres kilómetros después, Núcleo es una realidad. La periferia de la ciudad la conforman casas de piedra de dos pisos. Logro avistar a algunos draizs salir de ellas. Mi corazón empieza a latir desenfrenado por la impresión. El Caimán recopiló y dibujó los diversos aspectos de esta especie mamífera: alados, de piel azul, de manos palmadas, de siete ojos… Cientos de características físicas distintas, como en el ser humano. Solo que el Caimán dejó claro que los humanos tienden a discriminarse entre ellos, aunque todos estemos compuestos por carne y huesos. Los draizs no plantean esas disyuntivas, porque entienden que sus diferencias corporales son una mera capa que resguarda lo verdaderamente importante.
Aunque no me puedo olvidar de los harums, hijos de humanos y draizs. Harum, que significa en draiziano: «nacido entre dos mundos». Son una población joven y escasa que permanece oculta, según el Caimán, por el propio prejuicio que existe en el país. No logró documentar la apariencia de ninguno, pero por lo poco que recabó, sé que las características físicas de ambas especies se mezclan, aunque predominan las humanas. ¿Continuarán asustados e invisibles a los ojos de Nueva Erain?
—Noah, ¿estás bien?
—Son draizs. —Omito a los harums—. Estoy viendo draizs. —La emoción deshace un poco el malestar que ha agarrotado mi garganta—. Son una especie fascinante.
—Te recomiendo por enésima vez que te calmes. A los draizs no les gustan los humanos.
—Lo sé.
—Pues si lo sabes cálmate. No vamos a ser bien recibidos.
—Pero ¿no te marchas ya?
—Quiero descansar. Necesito un buen plato de comida caliente y bañarme. Lo necesito con urgencia. —Suspira—. Además, me ha entrado curiosidad. Quiero verte en acción para que no me lloriquees que me he perdido cómo realizas tu misión —se burla de mí.
—Llevo casi dos años preparándome para esto, pero no creo ser capaz de empezar ahora mismo.
—Lo harás bien, si no te matan antes. —Detecto que es un chiste, aunque no llego a entender su humor basado en temas dolorosos—. Lo harás bien. Practicas en sueños —cede ante mi nula reacción.
—No lo creo.
—Pues hablas durmiendo. Te lo digo yo que no me has dejado ni una noche en paz. —Me da un ligero y cordial empellón. La primera vez que me empujó de esa manera me puse en guardia pensando que me iba a atacar.
Respiro hondo, acuciado por los nervios. Es cierto que la mayoría de draizs repudian a los humanos por lo que hicimos. Su miedo no me extraña, aunque me apena. La decisión de unos pocos que tomaron el poder nos ha condenado al resto. Espero que sepan ver que solo pretendo ayudarlos.
Continuamos la marcha al son de siete campanadas que apreciamos lejanas, extendiéndose por la ciudad. Aminoro la marcha, pero Runa me coge del brazo y estira de mí. Estamos apenas a medio kilómetro del borde externo de Núcleo y a cada paso mi entusiasmo va perdiendo fuerza.
—Tranquilo. Es tu misión, ¿no?
—Que