El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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hay algo escrito, pero no sé descifrarlo. ¿Otro idioma diferente al eraino y el draiziano? Una idea repentina, aunque no descabellada, me cruza por la mente y me deja sin respiración. ¿Es posible que proceda de otro país?

      No se percata de mi duda y, como no soy capaz de reaccionar, ella continúa:

      —Aquí pone: El Hallazgo. —Me señala la inscripción con el índice—. En mi… —enmudece. Palidece y sus claros ojos repasan el lugar, inquietos. He acertado.

      —¿En tu idioma?

      Runa aprieta los labios y contiene la respiración. Que venga de otro país me sorprende, pero no creo que sea algo tan terrible como para alterarse. Por eso, en su desmedida inquietud, creo intuir algo más. Algo que no se atreve a decir en voz alta.

      —Vengo a visitar y explorar Nueva Erain. ¿Es un problema? —pregunta, apenas vocalizando, y yo niego rápidamente porque no quiero molestarla.

      Carraspeo y repaso la ilustración con el dedo. Trato de retomar la conversación para que Runa se destense. No quiero destrozar lo poco que hemos construido hasta ahora.

      —¿El Hallazgo? ¿Eso qué significa?

      Ella parece acceder en silencio a mi acuerdo de dejar estar el tema de su procedencia.

      —Pues significa que mis cartas de adivinación —¿acaba de decir adivinación? ¿De adivinar el futuro?— me han mostrado que tú eres la anomalía a quien alguien busca desesperadamente. Desean hallarte. El Hallazgo es esquivo, pero parece que tú aceptarías descubrirte ante ese ser.

      —Tus cartas son solo un juego. Están equivocadas. A mí no me buscan, me persiguen. Igual que a ti. Por la Magia. Y soy yo quien está buscando a alguien. No al revés. —Me dirijo hacia la mochila, cierro bien los bolsillos y me la cargo a la espalda.

      —Tu camino no es único, Noah.

      —Cierto, pero sigue sin responder a cómo vas a ser capaz de conocer el futuro.

      Entonces Runa esboza una sonrisa que hasta el momento no he visto en ella y que, desde luego, no me recuerda al hogar. Es una mueca desdibujada por un sentimiento hiriente… o que hiere. Aunque no pueda ponerle nombre, me molesta.

      —Somos anomalías, ¿no? ¿Quién te hace pensar que nuestro poder reacciona de la misma manera en todos los cuerpos?

      —Pero…

      —¡Está bien!

      Retraso un paso, porque con esas palabras tuerce el gesto de nuevo hasta convertirlo en su cálida sonrisa. ¿Estoy descubriendo una parte de Runa de la que desconfío? En realidad, no sé nada de ella. Podría pertenecer al Código. Podría estar engañándome para darme caza.

      De pronto, el hecho de que ella no quiera estar conmigo me alivia. Tal vez mi misión es mejor llevarla a cabo solo. Siempre lo he estado, así que no tengo por qué sentir la necesidad de compañía solo por conocer a una persona. Por suerte, Runa…

      —Te acompañaré hasta que nos topemos con la capital. Bueno, con una de las dos capitales.

      » Te está engañando…

      —Cállate —chisto, pero ella me oye.

      —¿Qué sucede?

      —Nada. Me parece bien. Quiero decir… ¡Muy bien! —Intento sonar entusiasta, aunque fingir no es una conducta que haya practicado mucho, porque nunca he tenido que aparentar conmigo mismo—. ¿Y allí te separarás de mí? —tanteo.

      —Desde luego. No quiero que nuestra magia nos ponga en peligro.

      —Te perderás cómo cumplo mi misión.

      —Eres demasiado sincero, Noah. Por tu bien, te aconsejo que aprendas a mentir.

      Así que es cierto. Los humanos no podemos sobrevivir sin la mentira. Sin ocultar. Pero si mi misión se basa en ser sincero, ¿qué tipo de persona sería si no sigo ese mismo camino para todo lo demás? Carraspeo.

      —Me dirijo a Núcleo. Si voy a Mudna, que es donde está el Código, no saldré vivo de allí.

      —Lo que me extraña es que creas que vas a salir vivo de Núcleo. Los draizs rechazan a los humanos.

      —No todos. Confío en que apoyen la intención de mi visita.

      Runa me responde poniendo los ojos en blanco, y comienza a caminar. Ella es misteriosa. Es como algunos ejercicios de matemáticas que siempre dejaba incompletos por no saber resolverlos. Es un laberinto distinto al mío. Lleno de luz pero también de sombras oscuras, demasiado tenebrosas; nunca me acercaré a ellas.

      Me he emocionado con nuestro encuentro. He caído en la trampa de ilusionarme solo por tener contacto con un ser racional. Runa puede resultar ser un arma de doble filo, porque, según el Caimán, todos los humanos lo son.

      Incluido yo.

      Lo único que queda de la última página del diario del Caimán son unos pequeños trozos irregulares en los que no se aprecia ni una sola letra. Alguien ha arrancado parte de esa página. ¿El mismo Caimán? No puedo saberlo. Ni siquiera intuirlo, porque cuando desperté, el diario ya se encontraba en aquel estado. Lo que tengo claro es que la página desaparecida debe entrañar algo especial. Algo que noto como parte esencial de mí. Porque los documentos, ahora incinerados, construyeron al Noah que soy en el presente. Si falta una hoja, falta un pedazo de mí.

      Rozo los restos con los dedos y mi mirada se desliza hacia la penúltima página. He leído infinidad de veces el diario del Caimán, y todas las lecturas siempre me han dejado mentalmente exhausto. ¿Es posible echar de menos a alguien que ni siquiera he conocido? ¿Es posible considerar familia, considerar hogar, a un ser que incluso podría no existir?

      Respiro hondo. Leo en un murmullo:

      Si me lees, aquí finaliza este camino. Si me lees, es porque ya no estaré. Si me lees, es porque tú estarás de nuevo. No he soportado tu ausencia. No la he soportado en esta casa que se me venía encima. Ahora me tengo que ir. He indagado demasiado, he descubierto demasiadas cosas más allá de este lugar. Creo que cabe una posibilidad, una ínfima posibilidad de volverlo a conseguir. Sé que están por ahí, por el mundo. Sé que está aquí, en alguna parte… como tú.

      No te voy a prometer mi vuelta, porque tú no pudiste prometerme la tuya. Lo entiendo: no pudiste. Y no huyo, solo busco fuera de aquí. Lejos de ti, tal vez. Espero que, si vuelves, encuentres todo esto, espero que si vuelves acudas a

      Y fin. «Acudas a» son las dos últimas palabras, porque alguien arrancó el resto. Siempre he creído que el diario y todos los documentos van dirigidos a mí, aunque quizá yo no sea el objeto de todos estos mensajes. Tal vez me he aprovechado de las pertenencias de otro ser, simplemente, para darle un sentido a mi vida. Sin embargo, el Caimán es la razón de mi existencia. No tengo un pasado, y sin el Caimán dejo de tener presente. Y si no poseo ninguno de ambos, ¿qué será de mi futuro?

      Quiero recuperar mis recuerdos. Quiero saber cómo era el otro Noah; qué experimentó. Si vivía en la casa junto al mar o apareció en otro momento. No obstante, no puedo evitar sentir una pizca de temor: ¿y si al rescatar mi memoria, el anterior Noah regresa con tanta fuerza que hace desaparecer a mi yo actual? Aunque estoy lleno de huecos, me gusta cómo soy. No quiero esfumarme sin más.

      Cierro el volumen, tratando de controlar mi respiración. Observo la bellota que se balancea pendida de mi muñeca. ¿A quién pertenecería? ¿Al Caimán? ¿A su acompañante? Pero parece tener demasiado tiempo. Está demasiado usado. También cabe la posibilidad de que, antes de que yo llegase, alguien hubiese pasado por allí y se le hubiese olvidado. Alzo el brazo para observar el objeto a contraluz.

      El aliento entrecortado de Runa me saca de mis pensamientos. Guardo el diario del Caimán en la mochila. Tres días más de viaje juntos han pesado más de lo que imaginaba. Interactuar con otro ser racional es agotador. Además, Runa es una persona muy críptica. A mis preguntas contesta con monosílabos, encogiéndose de hombros o con el mismísimo


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