El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


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      —Comprendo, y lo siento mucho. No quería poner en peligro a nadie. Solo quiero que la verdad salga de nuevo a la luz. Ayudar a mejorar la situación de este país.

      —No tengo problemas con que cada uno profese sus creencias, pero entenderás que mi reacción ha sido fruto de una medida de protección.

      —No es una creencia, es la verdad —contesto.

      —¿Me la muestras? —me contesta Kira, tan rápida, tan inquisitiva, que mi valentía palidece.

      Runa se remueve en el asiento, incómoda. Entreabro los labios, dispuesto a despertar la magia. Sin embargo, caigo en la cuenta de que Runa tiene razón: ser anomalías en este país es peligroso. Y decírselo a cualquiera que no lo sea es exponerse demasiado. Así que, tras reprimirme, solo niego.

      —Tú lo único que quieres es que los draizs te respeten —le espeta Runa de pronto.

      —No a costa de cualquier otro tipo de injusticia. —Kira aprieta los labios.

      —Eres muy dura con los humanos y muy floja con los draizs, porque vives en una ciudad repleta de una especie a la que le gustaría verte muerta.

      —Cuida tus palabras, Runa —le advierte Ézer.

      —¿No queríais la verdad? No merecemos estar aquí. Yo menos que nadie. No he sido yo la que ha gritado esa historia en medio de esa plaza. Ni siquiera estaba junto a Noah cuando me habéis capturado. Sencillamente, habéis visto que soy una humana desconocida y me habéis metido en el mismo saco.

      Es la primera vez que veo el dolor cruzar el rostro de Kira. El color ha mudado de su rostro y mira a Runa con fijeza. No con brusquedad, sino con angustia. Desde mi posición noto el malestar que está invadiendo el cuerpo de la danían. Yo mismo empiezo a sentirme incómodo, decidido a decir algo para calmar su alteración. Empatía. A esto se le llama empatía. Un cosquilleo hormiguea en mi nuca.

      Runa se ha pasado. Entiendo su nerviosismo, no obstante, su acusación ha sido demasiado grave. Aprendemos de nuestros fallos; somos, en parte, fruto de los errores que cometemos. Y, sin embargo, Kira parece intolerante a equivocarse. Tal vez su cargo no le permite hacerlo. Tal vez no llegamos a comprender lo mucho que oprime un poder como el que sostiene Kira entre sus manos.

      Me dispongo a mediar en la discusión, pero Kira se me adelanta:

      —Lo siento, Runa.

      Incluso en la pelirroja veo la sorpresa ante la disculpa de la danían. El silencio dura más de lo esperado, y lo agradezco. Echo de menos la quietud sencilla y apaciguadora. Durante el viaje, los silencios junto a Runa han sido muy incómodos, pero en esta biblioteca, donde el mutismo debería haber guardado la más enorme de las tensiones, es en realidad el más pacífico de todos.

      —A veces pones límites donde no se necesitan, y otras esos límites oprimen hasta asfixiar. ¿Cómo de fina es la línea que separa guiar de mandar? Todavía estoy aprendiendo a conducir Núcleo. Pido perdón por mis faltas, pero, Runa, quiero dejar clara una cosa: es cierto que no soy la más benevolente, pero tampoco soy una tirana. Quiero lo mejor para este país.

      —Y, Runa —Ézer capta su atención—, deberías agradecerle a Kira sus intentos por protegeros, porque ahora vuestra libertad depende de la suya.

      —¿Cómo?

      —Ézer, no hace falta. No necesito justificar mis actos —murmura Kira.

      —¿Qué es eso de que nuestra libertad depende de la suya? —insisto.

      —Kira ha hecho un trato para obtener vuestra libertad completa. Tiene que capturar a Sid, el capitán del ejército de Mudna. Solo así ganaréis vuestra liberación.

      —¿Y ella qué pierde si no lo consigue? —Runa se levanta de la silla, en pánico.

      —Intuyo que no sabéis cómo funciona las batallas entre Mudna y Núcleo, pero siempre existe la misma posibilidad de ganar o perder para ambos bandos. Para el Código, estas peleas son como un juego. Básicamente, el objetivo es apresar a alguien del lado enemigo en una pelea individual y no mortal. Por lo tanto, si Sid captura a Kira…

      No tiene que proseguir, porque las consecuencias hablan por sí solas. Runa contiene una exclamación y se tapa la boca. Kira acaricia el parche de su ojo derecho. ¿Cómo se habrá hecho esa herida? A lo mejor ha nacido falta de visión y estoy fantaseando, pero empiezo a entenderla. El ademán que tiene de llevarse una mano al parche cada vez que se tensa la situación se parece mucho a cuando busco apoyo en el colgante de la bellota: el peso de un recuerdo.

      —Venid, quiero enseñaros algo —dice Kira, levantándose.

      Por el gesto de Ézer, me percato de que la decisión es repentina. La chica se dirige al fondo de la biblioteca y nosotros la seguimos con pasos rápidos. Tampoco tenemos otra opción. Yo vuelvo a quedarme absorto observando las estanterías y Runa me reconduce con un ligero empujón hacia el lado contrario al notar que me desvío.

      Llegamos frente a los ventanales a través de los cuales el sol ilumina la estancia. Observo más allá. Desde esta posición, Núcleo me sigue pareciendo una ciudad interesante pero sombría. Las casas de piedra se amontonan unas entre otras y algunos bloques parecen tener la estructura de un panal de abejas. En los caminos, el polvo queda suspendido entre las pisadas de los nuclenses. Me llama la atención el grupo de pequeños draizs y humanos que colaboran para plantar una fila de diminutos arbustos en la linde de un edificio rojizo, muy diferente a las viviendas del alrededor.

      —Es la escuela de Núcleo. Se está quedando pequeña, porque cada vez más draizs y humanos de todas las edades asisten, por eso quiero habilitar más espacios aquí, en el Liman. La educación es importante —nos explica Kira.

      —Parecen felices…

      —Vivimos en un país donde la guerra se ha paralizado, pero que continúa viva. Hace más de cinco años era imposible salir así a la calle, vivir en paz. En Núcleo todos tienen derecho a la educación, se les consigue un trabajo y una vivienda, y aunque algunos coman mejor que otros, a nadie le falta de nada gracias al sistema cooperativo. Pero, pese a todo lo que hacemos, existen desigualdades. Eso —Kira señala a un niño humano sentado en el suelo que mira cómo juegan los demás— es una cosa que todavía no he conseguido evitar, aunque espero que cambie pronto.

      —Pero sí hay otros niños humanos jugando con los draizs —comenta Runa, confundida—. A lo mejor es que no cae bien y punto.

      —O a lo mejor le están haciendo lo mismo que yo te he hecho a ti. —Kira mira a Runa y la chica del tatuaje desciende su mirada hasta sus botas.

      —Siento si he sido demasiado brusca.

      —Acepto tus disculpas, pero para poder hacer de este mundo más justo, yo misma tengo que comprender el impacto de mis acciones. Me merecía tu enfado.

      Y Runa sonríe. Su rostro parece iluminarse, aunque el sol esté jugueteando entre sus rasgos. El gesto dura solo unos segundos, sin embargo, resulta ser tiempo suficiente para que su tranquilidad se aposente en mi pecho. Respiro hondo, dirigiendo de nuevo la mirada al exterior. Veo cómo un niño draiz se acerca al humano solitario y le tiende la mano, pese a las réplicas de los demás.

      —Hay esperanza. Siempre la hay —musito.

      Los otros tres me dan la razón con un asentimiento

      —Sin ella, a este país no le queda nada —coincide Kira.

      Nos quedamos contemplando un rato más cómo los niños trabajan la tierra. Pienso en la fe silenciada de los draizs. Son hijos de la naturaleza—la Magia— y, por ello, creen en dedicarle la vida que ella les otorgó. La conciben como un ente espiritual que incide de manera distinta en cada ser, porque no es una esencia permanente, sino que cambia y evoluciona. Entienden que se forja una unión íntima con ella, aunque no se restringen a la hora de compartir su fe y sus ideas. Hay quienes hacen rituales, mientras que otros prefieren la meditación o poner todo su esfuerzo en la conservación de la naturaleza. Incluso existen los


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