Terapia de la posesión espiritual. José Luis Cabouli
almas perdidas. Presten atención al relato de estos seres porque aquí conocerán por sus propios dichos los motivos que tienen para quedarse, sabrán de las vicisitudes por las cuales suelen pasar, como así también tendrán una descripción detallada de la forma como influencian en la vida de las personas. Aprenderán, además, cómo es la vivencia íntima del proceso intrínseco de la muerte, algo que desde la posición de observador exterior es imposible imaginar o entrever.
Un abuelo ucraniano
Raquel (37), médica, era una de las participantes del segundo curso de formación en TVP en Buenos Aires. Una mañana, Raquel llegó a clase con una extraña sensación de angustia difícil de describir. Todavía no habíamos tocado el tema de las almas perdidas, de modo que, con mucha cautela, le pregunté cómo era esta angustia que experimentaba. Raquel definió esta angustia como una fuerza que la envolvía. Con la sospecha de que se trataba de la presencia de un alma perdida, procedí entonces a guiarla utilizando la técnica de los dedos que aprendiera de Edith Fiore.
Miércoles 21 de julio de 1993
Terapeuta: Muy bien, Raquel. Ahora, yo le preguntaré a tu inconsciente si hay alguna energía que esté influyendo en tu vida en este momento y tu inconsciente me contestará utilizando los dedos de tu mano derecha. Si hay alguien allí influyendo en tu vida se levantará el dedo pulgar de tu mano derecha, de lo contrario lo hará el dedo índice. Ahora, yo le pregunto a tu inconsciente, ¿hay allí alguna fuerza o energía que esté influyendo en tu vida? ¿Sí o no?
Raquel: (Levanta el dedo pulgar derecho).
T: Muy bien, ahora le preguntaré a tu inconsciente si hay una o más de una energía. Si es una sola energía se levantará el dedo pulgar derecho; si son más de una el dedo índice se levantará. ¿Es una o más de una?
R: (Levanta el dedo índice).
T: Muy bien. Tu inconsciente dice que hay más de una entidad o energía. Ahora, yo preguntaré si alguna de estas energías está dispuesta a hablar. Si es así, se levantará el dedo pulgar derecho. ¿Hay alguien allí que esté dispuesto a hablar?
R: (Contesta afirmativamente).
T: Muy bien; entonces, Raquel, le darás permiso a esta energía o a este ser para que pueda dialogar conmigo utilizando tus cuerdas vocales y tu voz y, mientras tanto, vos permanecerás en forma pasiva sin intervenir, permitiendo así que esta entidad se manifieste libremente por medio de tu voz. Yo quiero decirle a este ser, quienquiera que sea, que es bienvenido y que aquí no hay nada que temer. Yo no estoy aquí ni para criticar ni para censurar, estoy aquí para ayudar. Ahora Raquel te da permiso para que puedas manifestarte libremente. Adelante, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué te está pasando? (Esta es la forma como me dirijo habitualmente al iniciar el trabajo con almas perdidas.)
Alma perdida: La estoy cuidando, tengo miedo de hablar —con voz grave y con acento de inmigrante europeo oriental.
T: Mirá, aquí no hay nada que temer. Me imagino que hace mucho que no hablás con alguien.
AP: Sí, hace mucho que no hablo, como dieciocho años... Antes hablaba con ella.
T: ¿Cuándo hablaste con Raquel?
AP: Un día que tuve que gritar. Ella se arriesgaba. Era una marcha y había mucha gente. Raquel fue allí y, de pronto, la gente empezó a correr y tiraban tiros y entonces yo grité “¡Cuidado!” y ella se tiró al suelo y así la salvé.
T: Muy bien, ¿cuál es tu nombre?
AP: Samuel.
T: ¿Y qué pasó con vos, Samuel?
Samuel: Yo vivía en Santiago del Estero, en Icaño. ¡Cómo quería a ese pueblo! Es hermoso, vos tendrías que conocerlo.
T: ¿Y qué hacías en Icaño?
S: Yo vine acá cuando tenía cinco años, vine de Ucrania. Escapábamos porque éramos judíos y nos perseguían. Vinimos acá y, yo soy el hermano mayor, entonces acá pusimos un boliche y yo atiendo el boliche. Mi mamá no habla nada de castellano; aprendió quichua y entonces habla ruso y quichua. Y mi papá tampoco habla. (Se expresa alternativamente en modo pasado y en presente.)
T: Muy bien, adelante.
S: Allá teníamos una curtiembre; curtíamos pieles, pero acá nadie quiere hacer eso. Acá trabajamos en este boliche y después progresamos. Yo estudio solo y estudio mucho y después hay que mandar mis hermanos a estudiar y entonces yo no puedo ir porque alguno tiene que trabajar. Entonces después, ponemos fiambrería. Yo trabajo con mi hermano Rubén y mis otros dos hermanos son abogados. Rebeca estudió odontología. Entonces yo mando mis hijos a estudiar y yo trabajo acá, en la fiambrería. Yo estudio farmacia, pero estudio solo y estoy casado con Esther. (A medida que va transcurriendo el diálogo se hace más evidente su acento ucraniano mientras que, normalmente, Raquel habla con acento totalmente argentino.)
T: ¿Y cómo es que la conocés a Raquel?
S: Ella es hija de Uriel y Uriel es mi hijo. ¿Cómo no la voy a conocer? (Obvio, pero yo no tenía ni idea de quién se trataba y Raquel en ningún momento mencionó a su abuelo.)
T: ¿Y qué fue lo que pasó con vos?
S: Yo sufría del corazón; no podía caminar ni hacer cosas y, ¿cómo voy a dejar de caminar? Yo seguí caminando y seguí trabajando y entonces ponía la pastillita debajo de la lengua y entonces ya está. Y, entonces, voy caminando desde mi casa y voy a lo de Jacobo y entonces, cuando llego a la casa de Jacobo, siento dolor en el pecho otra vez. Me pongo la pastillita, pero no me puedo sostener...
T: ¿Y entonces? Fijáte qué pasó.
S: Me caigo, está Jacobo y la pastilla... ¡no sé qué le pasa!
T: ¿Y entonces? Fijate qué pasa con vos, qué pasa con tu cuerpo.
S: Y estoy ahí en el piso y estoy por arriba de todos. ¡Uy, Dios mío! Y digo “idiota, levantate, idiota” y no me levanto. Y estoy ahí... y todos lloran y gritan y yo digo “idiota, levantate”, pero no me puedo meter otra vez en el cuerpo. (Vean qué descripción precisa y sencilla que hace del desprendimiento de su alma. Todo ocurre en un instante.)
T: Y entonces, ¿qué hacés?
S: Entonces empiezo a correr y no puedo correr. Es como si volara y voy a ver a Esther, pero ella no me escucha. Yo le digo “¡Esther, Esthercita!”, pero ella no me escucha y no sé qué pasa ahí. Entonces vuelvo a la casa de Jacobo, pero no puedo hacer nada, nadie me escucha. Yo les digo que estoy acá, pero no puedo hacer nada. No puede ser, no puede ser.
T: Y entonces, ¿qué hacés ahí?
S: Y ahí estoy... doy vueltas y camino y... voy de acá para allá. Y me lavan el cuerpo y me peinan y yo la veo a Esther que elige un traje para ponérmelo. Es un traje negro que no uso desde hace mucho; es incómodo, no me va a andar bien. Me cortan las uñas y me ponen ese traje y después viene otro y me saca el traje y me pone como un camisón blanco y me meten en un cajón y estamos ahí. Después llevan el cajón a Colonia Dora porque aquí en Icaño no hay cementerio para judíos. Entonces, vamos a Colonia Dora y yo, ¿qué voy a hacer? Y no tengo dónde meterme. Entonces, Esther se va para Córdoba después, porque yo estoy aquí, pero no me escucha y yo no puedo hablar y nadie me escucha y, entonces, ella se va para Córdoba y yo me voy también. Y yo no sé qué tengo que hacer acá. Me parece que no sería mi tiempo, pero, ¿qué voy a hacer? ¿Me voy a quedar ahí, mirando el cajón?
T: Y entonces, ¿qué hacés?
S: Y entonces siento que ella me llama.
T: ¿Quién te llama?
S: Raquel me llama. Yo estaba como volando, así, y ella me llama y veo que ella llora y que me necesita. Ella dice “abuelo, te necesito”