La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
Sin profundos ajustes estaba revalidando los designios de Carlos Pizarro en el momento de la desmovilización del m-19.
Los resultados electorales de octubre de 1991 confirmaron la recuperación del Partido Liberal, que afirmó su supremacía con 145 congresistas,66 y del conservatismo, que pese a la división obtuvo 80 parlamentarios. Del lado de la izquierda, la ad m-19 tuvo un desempeño aceptable, aunque menor al anunciado. Con 9 senadores y 13 representantes, su votación fue menor a la alcanzada para la Asamblea Constituyente, pero mayor a la de los comicios de marzo de 1990, ratificando su ascendencia en las clases medias urbanas. Su lista al Senado, encabezada por Vera Grabe, sacó 454 467 votos, 68 942 solo en Bogotá,67 y para la Cámara de Representantes, 339 407 votos. La up, con 69 339 votos al Senado,68 eligió a Hernán Mota, y con 33 084 a la Cámara, logró tres curules. El Partido Social de los Trabajadores (pst) consiguió 4467 votos para el Senado.69
Con su campaña “Cien días por la democracia”, la ad m-19 buscó remozar las costumbres políticas. La tarea iniciaría por el propio Congreso luego de que la Asamblea Constituyente venía de renovarlo, solo que el tamaño de su grupo parlamentario, el 9 %, le impidió incidir en un espacio que siguieron dominando las fuerzas tradicionales. A ello se añadieron dos factores. De un lado, la incertitud generada por el hecho de que el Legislativo pasaba a manos de personas que en su mayoría no tenían en su historial otros cargos de elección popular y que pese al aparente interés por perseguir los postulados constitucionales continuaron sojuzgados a “barones electorales” o facciones partidistas emplazadas a prender la maquinara que les permitiría recobrar el control total de los puestos de poder cedidos por la convulsión reformista. Del otro lado, la apatía y aplacada valoración que un gran segmento de la población tuvo de la nueva Constitución; la abstención en la elección de la Asamblea Constituyente evidenció el escaso compromiso del régimen y la tarea que tenía de hacerle aprehender el Texto al país, aún más cuando los partidos descuidaron su papel de preceptores, que en cambio hicieron algunas organizaciones no gubernamentales (ong) y asociaciones, principalmente cercanas a la izquierda.
Asimismo, las elecciones enteraron a la ad m-19 del respaldo del voto independiente, ante un discurso de renovación y pluralismo de los partidos tradicionales que no convenció. Con una sola lista al Senado se mostró en tanto estructura homogénea, aunque los apetitos personales y grupales eran manifiestos. Buscando hacerla atractiva, Navarro la abrió a los empresarios y políticos que dejaron el bipartidismo, lo que disgustó a algunos dirigentes, como Carlos Alonso Lucio:
No hay división en la ad m-19. Lo que pretendo es hacer un llamado de alerta ante nuestra pérdida de identidad […]. Lo que está pasando no justifica todos los años de lucha que pasamos en el monte. Lo que está pasando es que el movimiento se ha confundido con los poderes tradicionales. Concretamente con tres: con el Gobierno, con la clase política y con el gran capital. Hemos realizado unas alianzas más con fines electorales que con fines políticos reales.70
Es difícil evaluar cómo pasó el mensaje ambivalente de la ad m-19. Si su ingreso al mercado político como portavoz de los inconformes con el sistema apenas alteró los resultados electorales, sin rebajar los niveles de abstención, fue palmario el distanciamiento que la clase media comenzó a tener con la oferta tradicional. El éxito de algunos temas asentados en la Constitución en parte por la labor de sus delegatarios, y que el Congreso debía ratificar, se supeditó a los acuerdos o concesiones a los que llegase con la bancada liberal y los conservadores. En adelante esa tarea quedaba en manos de un grupo de dirigentes que aparecía como el germen de una futura elite política de izquierda. Junto a Vera Grabe, se destacaban Everth Bustamante, también del m-19, y Samuel Moreno Rojas, por la Anapo.71 Mientras que de los trece representantes el nombre para retener era Gustavo Petro.72
Tras las elecciones tomó fuerza en la base de la ad m-19 la cuestión de la organicidad. Pero la jerarquía le dio prioridad al manejo de los réditos electorales. Para evitar la desbandada, hubo quienes exhortaron a acelerar la puesta en marcha de la estructura partidista pospuesta por las coyunturas electorales, mediante un primer congreso, lo que de inmediato rechazó Antonio Navarro, quien tenía su propia posición: “configuremos la organización más por la vía política, de sus procesos, y no de un congreso como tal”.73 Visto así, se trataba de una decisión, en palabras de Duverger, que se acomete “desde o a partir de la cima”,74 es decir, que se erige por la ascensión de sus dirigentes en los escalones de decisión, y no por medio de la consolidación de los vínculos con las bases, ni de la elaboración programática consensuada con todas las fuerzas partícipes en la coalición. La idea preconizada por la gran figura de la izquierda legal y reformista era la de una campaña de afiliaciones, lo que no sin retintín comentaron Villarraga y Plazas:
Había en Navarro y en otros dirigentes, especialmente del m-19, una idea facilista sobre la consolidación de un partido moderno. Pensaban en carné con banda magnética, canales de información ágiles por correo y equipos funcionales que garantizaran el despliegue de la iniciativa política y la publicidad. Pero se ignoraba la complejidad de la integración, la diversidad de condiciones y los escasos elementos de cultura política y de participación, tanto en la población como en los propios adherentes”.75
Aunque hubo discusiones sobre el programa y las afiliaciones, el primer congreso tuvo que aguardar por tres razones. La primera, al nombramiento de Navarro como ministro de Salud se le miró más con reproche que halago. Mientras que en la primera mitad de su cuatrienio Gaviria le propuso a la ad m-19 una participación crítica e independiente, finalizando 1992, y con el desplome de la opinión en su favor, le exigió un respaldo incondicional, provocando la renuncia de Navarro. La ad m-19 participó hasta el final en el Gobierno76 de una manera pasiva, manteniendo con Gaviria una relación apacible, aunque, en definitiva, señala Jaime Nieto, “su independencia crítica”77 se circunscribió estrictamente a temas como la extradición o el rechazo a las fumigaciones de los cultivos ilícitos, soslayando aquellos de envergadura, como la paz, la economía, las relaciones internacionales y la política interna. Contrario a lo esperado, la dimisión de Navarro no le permitió reparar su propia imagen; lo que explica que no hubo nuevas adhesiones, y el pobre resultado de la ad m-19 en las elecciones territoriales de marzo de aquel año.
La segunda razón fue la descoordinación de sus parlamentarios; que no rindieron cuentas, trabajaron aisladamente, sin relación alguna con la estructura o sus jerarquías. Igual que Navarro, consideraron que el desarrollo del proceso mismo determinaría su organicidad. El caso de la ad m-19 encaja, de nuevo, con dos consideraciones que hiciera Duverger respecto al surgimiento de los partidos. La una, “primero está la creación de grupos parlamentarios, luego viene la creación de comités electorales, y seguidamente está la articulación de esos dos elementos”.78 No obstante, quedaba pendiente una unidad menos incierta y un programa mínimo a partir del cual sus corrientes o grupos, actuando como supuestos comités, interactuasen con los congresistas. La otra, su carácter de movimiento político lo asemejaba a un partido “creado desde el exterior”;79 pero la contrariedad estaba en la carencia de centralización, lo que es congénito a las organizaciones de su tipo.
La tercera razón fue la predisposición de la ad m-19 a promover la candidatura presidencial de Navarro faltando dos años para los comicios. Sus militantes les acreditaron una importancia tal a los primeros sondeos de opinión que pensaron que solo el candidato que se impusiera entre liberales y conservadores podía disputarle la Presidencia. Precipitándose a entrar en campaña sin ni siquiera oficializar la candidatura de Navarro, la expusieron a las alteraciones típicas del itinerario hacia el poder, despilfarrando la energía que hubiera servido en la elaboración de un programa de gobierno que el propio Navarro hubiera podido someter al escrutinio de su electorado y de la opinión en general. Él mismo poco hizo por enderezar el rumbo. Sin el cargo ministerial, le faltó primor para poner de relieve sus diferendos con el Gobierno mientras le sobró para reprobar las intenciones de los dirigentes que pretendían otra orientación para la ad m-19.
De las recriminaciones externas que cayeron sobre la ad m-19, pocas se cimentaron en el pasado guerrillero de la mayoría de su dirigencia —lo que sí va a darse dos décadas después en el marco de nuevos procesos—. Más bien fue en el seno mismo de esta alianza donde hubo