La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
y extender la propuesta fuera de las zonas urbanas. De esa labor se ocuparon en particular otras organizaciones de la coalición, mientras que el m-19 se encargó de las ciudades, donde en su condición anterior se desenvolviera mejor que sus concurrentes inmediatos. No se trató, por tanto, de una guerrilla urbana, pero su discurso ecléctico logró receptividad, y ya en la legalidad sus propuestas compaginaron con lo que quería escuchar el segmento citadino. Lo que las urnas no desmintieron, según lo expuso Eduardo Nieto:
La Alianza Democrática triunfó en cuatro capitales de departamento (Barranquilla, Santa Marta, Valledupar y Pasto), tres de las cuales ubicadas en la Costa Atlántica, en las que la votación alcanzada fue del 15 % del total de sus votos nacionalmente; por otro lado, cabe anotar que la tercera parte de su votación nacional, es decir, el 33.1 % procedía de las cuatro grandes ciudades de Colombia: Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla; y finalmente, un poco más de la mitad de su votación nacional, esto es el 54.6 %, procedía de 23 capitales de departamento.30
La ad m-19 se hizo al voto de opinión de una porción de la clase media y de sectores pobres que logró persuadir con frases populistas. Al tiempo, acaparó el debate político en la izquierda, como lo hizo con anterioridad el m-19 con respecto al movimiento insurgente. Y en ambos casos el epicentro del debate tuvo lugar en la ciudad. Con una mirada aproximada, Jaime Nieto realizó el siguiente semblante de la ad m-19 tras los resultados de la elección presidencial:
Su principal fortaleza estratégica desde el punto de vista de su inserción socioespacial con respecto a la up radicaba en que su mayor respaldo estaba en los centros urbanos y no en las localidades pequeñas y rurales, y su principal debilidad (fortaleza en la up), residía quizás, en la ausencia de lazos orgánicos con los actores sociales o con los grupos que políticamente pretendía representar. Al constituirse en movimiento nacional quedaba descubierta en su inserción local o regional. Pese a todo, el ser un movimiento político de carácter urbano le confería un peso considerable en el nuevo escenario político nacional.31
La capacidad de la up de establecerse con fuerza en zonas rurales y pequeños municipios fue producto de su acoplamiento con movimientos y organizaciones sociales regionales y locales durante la década del ochenta. Mientras que el m-19 y otros grupos desmovilizados tuvieron poca continuidad o preparación para el trabajo popular. Luego la ad m-19, convertida en el receptáculo de diversas experiencias, intentó emular a la up, pero careció de táctica para desplegarla. Un problema surgió cuando el espacio dejado por las columnas y milicias en varios territorios y barrios periféricos fue inmediatamente ocupado por las otras guerrillas y bandas delincuenciales. Fue en oposición o antítesis a la cooptación pretendida por estas últimas, en un contexto de expansión urbana vertiginosa y desregulada originada por el desplazamiento forzado o la variedad de violencias, que habrían de consolidarse organizaciones sociales, en gran parte con un hálito de izquierda, reclamando el respeto de los derechos humanos e inversión en sus territorios.
Tras la elección presidencial todo giró en torno a la Asamblea Constituyente, que debía superar sendos obstáculos. Cinco meses atendieron los dos movimientos de estudiantes, la ad m-19, las alas reformistas del bipartidismo y los miembros del Gobierno el veredicto de la Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia. En ese intervalo, promediando el mes de junio, cerca de mil quinientos integrantes de organizaciones sociales y afines a la izquierda celebraron en Bogotá el Congreso Nacional Pre-Constituyente. Sus asistentes fijaron que la Asamblea Constituyente debía estar integrada por trescientos delegados en representación de todas las fuerzas vivas del país, sin jerarquía predeterminada, sin injerencia de las Altas Cortes, ni limitación de los temas que se iban a tratar. Solo que de otra parte el énfasis de los partidos del régimen estaba en la metodología y en coartar los alcances de la iniciativa reformista. El propio presidente Gaviria, pese a reconocer y aprobar el plebiscito con el Decreto 1926 del 24 de agosto, estimaría preferible hacer reformas graduales sin cambiar de Constitución.32 La respuesta de la ad m-19 y los sectores progresistas fue no ceder y mostrar unidad para hacer valer la interpelación de las urnas. La perspicacia de Gaviria no fue menor y, en coherencia con su eslogan de “Gobierno nacional”, designó a Navarro Wolff ministro de Salud; y si con esa nominación no quiso obstruir el ascenso de la ad m-19 ni su protagonismo de cara al certamen constitucional, avalado finalmente el 9 de octubre,33 sí lo comprometió ante su electorado y la opinión.
En unas elecciones relámpago programadas a finales de ese mismo mes de octubre la ad m-19 enfiló sus voluntades a contrapesar al bipartidismo. Su estrategia consistió, por un lado, en construir un movimiento político con programa y estatutos en el mediano plazo, fruto del consenso de todas las fuerzas de la coalición y a la espera de una posible vinculación del epl, el prt o la Corriente de Renovación Socialista (crs), que se encontraban negociando sus respectivas desmovilizaciones; por el otro lado, en robustecerse con la llegada de sectores o personas desencantadas del bipartidismo. Pero ante tan corto lapso las organizaciones rehuyeron la discusión acerca de la forma y los contenidos del nuevo movimiento. Preocupados en el cómo obtener réditos personales y para sus formaciones, los dirigentes desestimaron las fisuras que asomaron. De allí que la ad m-19, al tiempo que produjo ilusiones entre los contradictores del sistema, generó sosiego en quienes lo aprobaban. De nuevo con Nieto, quedó la imagen de “un movimiento político sin identidad, excesivamente moderado, preocupado más, al parecer, por mostrarse sin ninguna peligrosidad para el sistema que por una alternativa política creíble ante la opinión nacional; en lo programático y político no logró configurar realmente una alternativa de cambio, su mayor atractivo lo siguió representando la configuración de una lista integrada en su mayoría por exguerrilleros”.34
El pasado armado de gran parte de los candidatos de la ad m-19 no constituyó un fardo. Los sondeos que precedieron la elección de la Asamblea revelaron un apoyo por encima de los partidos del régimen. Ya en la elección, su lista superó a las dos conservadoras,35 y no muy lejos del conjunto de treinta listas arrogadas del Partido Liberal (fenómeno este que llevó a Francisco Gutiérrez Sanín a hablar de “pulverización”).36 El bemol al éxito de la ad m-19 lo puso la gran abstención: apenas tres millones y medio de personas se acercaron a las urnas. Al respecto los comentaristas arguyeron la poca movilización de la maquinaria bipartidista y la apatía creciente para con las instituciones estatales. Pero decantando, fue claro que los representantes del régimen estimaron que un cambio de Constitución descompondría lo que aún quedaba de la Constitución de 1886, retraerse de otras reformas que la sucedieron e inhumar el pacto del Frente Nacional. Si conviene citar a un Rousseau como a un Tocqueville, para quienes las costumbres determinan el espíritu jurídico de una nación, en Colombia este se instituyó con una estructura normativa que moldeó los hábitos; toda posible transformación quedó en manos de dos partidos regidos por las elites sociopolíticas que, con escasas excepciones, sostuvieron los vestigios del feudalismo decimonónico.
La responsabilidad de la abstención fue mutua. Del bipartidismo, pues sus jerarquías no tuvieron voluntad para imponer el interés de la colectividad; cediendo a las presiones de las direcciones regionales y siendo permisivas con las corrientes, incondicionales a cacicazgos. Del Congreso, toda vez que sus principales figuras desacreditaron la Asamblea; sin autonomía frente a grupos de presión ligados a gremios y elites territoriales temerosas de perder los privilegios conseguidos precisamente con el concurso del Parlamento. Sin descartar la injerencia de las mafias que en connivencia con algunos políticos temieron que el cambio desmantelaría sus redes clientelares y sus expectaciones asociativas. De la izquierda legal y reformista, con impericia para disputarles votos a las derechas en los sectores marginales donde se habían arraigado con dádivas y baturras. Además, no supo enmendar ese llamado a la abstención que la caracterizó en el pasado y que seguían haciendo las guerrillas y las fuerzas partidistas que disentían de la Asamblea Constituyente. Igualmente contaban el corto tiempo para preparar la elección y unas elecciones parlamentarias y presidenciales recientes, lo que produjo lasitud en el electorado, sin olvidar los costos financieros. Empero, la alta abstención no borró el hecho de que por primera vez una fuerza de izquierda derrotaba, por lista nacional, a uno de los dos partidos tradicionales y casi iguala al otro; aunque efímero, debe convenirse con Nieto que: “el triunfo electoral de la ad m-19 venía a representar momentáneamente el quiebre parcial del sistema político tradicional