Cosas que pasan. Federico Caeiro

Cosas que pasan - Federico Caeiro


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que se había despertado sobresaltada, con el corazón latiéndole más rápido de lo habitual.

      Entre bostezos, el doctor Ramos Mejía le hizo una serie de preguntas:

      –¿Tomaste mucho alcohol o café?, ¿estás fumando mucho?, ¿hay antecedentes de enfermedades cardíacas, derrames, hipertensión arterial en tu familia?, ¿estás muy ansiosa, estresada?, ¿estás tomando algún medicamento para adelgazar o descongestivos?, ¿te duele el pecho?, ¿sentís las palpitaciones desde hace más de dos horas?, ¿aparecieron gradualmente o de repente?, ¿estabas realizando algún tipo de actividad?, ¿tuviste aumento de la temperatura corporal?

      –Me desperté así –le contestó Esculapia Agripina, sin darle más explicaciones.

      No le contó que había dormido sólo dos horas. Su partenaire de la noche anterior no la había defraudado, pero Esculapia Agripina ya no estaba para esos trotes. La próxima vez sería con alguien de su edad, no con el hijo de una amiga que no había cumplido los veinte. Se había quedado dormida en sus brazos sintiendo intensas palpitaciones. Cuando se despertó, ya no estaba.

      –Las palpitaciones son normales, pero por las dudas andá a la guardia del sanatorio y que te hagan un electrocardiograma. No te preocupes, cuando llegue veo los estudios y te llamo –le dijo el doctor Ramos Mejía.

      Esculapia Agripina se fue sin desayunar. Una vez que le hicieron el electro, decidió esperarlo en el sanatorio. Varias veces preguntó a las enfermeras por el doctor, sin creerles que llegaría recién después del mediodía. Se contuvo para no llamarlo al celular. La atendió recién a las dos y media de la tarde, entre dos pacientes que tenían turno previo. Revisó los estudios y le dijo que estaba todo bien.

      Entonces Esculapia Agripina le comentó que además sentía dolor, que estaba fatigada, que tenía mareos y sudoración y que el dolor se irradiaba hacia los brazos y la espalda. El doctor sabía que esos síntomas que le detallaba eran los de un posible infarto. Le ordenó un electrocardiograma de doce derivaciones, una angiografía y una arteriografía de las coronarias.

      Esculapia Agripina se retiró triunfal, segura de que se los había indicado porque tenía algo.

      Una semana más tarde la llamó la secretaria del doctor Ramos Mejía; había que repetir un estudio para corroborar ciertos datos. No le dio mayores explicaciones.

      La recibió días después. Le dijo que tenía un pequeño problema en la aorta, nada importante, pero que quizás sería conveniente un stent, más que nada por precaución.

      Esculapia Agripina intentó que no se vislumbrara su alegría de saber que su diagnóstico era tal como ella le había sugerido.

      El doctor detalló el diagnóstico:

      –Las arterias coronarias son las que irrigan el miocardio. Tu problemita es en la arteria coronaria izquierda, en la circunfleja, que es la que riega la cara posterior del ventrículo izquierdo. Aunque tenés un muy bajo nivel de colesterol, la arteria está un poco obstruida, lo que impide que la sangre fluya con normalidad y podría terminar ocasionándote una angina de pecho o un infarto de miocardio; más vale prevenir que curar.

      El condicional del podría no le gustó. Esculapia Agripina necesitaba certezas.

      –¿Tuve un infarto? –le preguntó, casi excitada.

      –No Esculapia Agripina, pero tomalo como una señal de alerta… Existen fármacos muy eficaces para prevenirlo, pero a veces es necesario resolver el problema de otra manera, en tu caso vamos a colocarte un stent mediante angioplastia. El pronóstico es muy favorable.

      Esculapia Agripina tuvo la esperanza de que el doctor Ramos Mejía tuviera la misma habilidad que un pronosticador del tiempo.

      –¿Me van a hacer un bypass?

      –Tampoco, eso es cuando se coloca un conducto para puentear una zona bloqueada, no es tu caso. Un stent es un dispositivo metálico que se introduce en las arterias coronarias y actúa apuntalando su pared. De esta forma se evita la oclusión o el cierre brusco de la arteria.

      A pesar de que la información que le había dado sería suficiente para cualquier mortal, Esculapia Agripina le pidió más detalles; entonces se enteró de que la angioplastia se realiza sin anestesia general y consiste en introducir un balón en la arteria femoral a través de un pinchazo en la ingle y llevarlo al corazón guiándose por rayos X. Al inflar el balón, la zona estrechada se dilata y la sangre fluye con normalidad. Tras realizar el inflado del balón, se coloca un stent coronario de acero o cromo–cobalto. En la mayoría de los casos, el paciente recibe el alta entre las 24 y las 48 horas posteriores al procedimiento.

      Esculapia Agripina no desacreditó el diagnóstico del galeno; pero apenas volvió a su casa lo profundizó en la Internet. Descripciones frías y enciclopedistas no ahondaban su espíritu. El tecnicismo alejaba su sentimiento, su dolor, su necesidad. El lenguaje médico tenía un poder que tendría que reformular. No le gustó el discurso estandarizado, lo tenía que singularizar; ella no era una más.

      Tenía muchas mejores amigas y para no tener que llamarlas a cada una, decidió reunirlas en una comida. Las recibió con bocaditos de tofu, una ensalada de garbanzos con hojas verdes, arroz integral y brócoli con pescado blanco al vapor, todo rociado con abundante agua mineral con bajo contenido de sodio. A los postres –que no hubo–, les preguntó si sabían qué se festejaba ese día, 29 de septiembre. Una sarta de arriesgadas inexactitudes fue la respuesta.

      Entonces les contó que se festejaba el día mundial del corazón y que había organizado la comida porque ¡la iban a operar del corazón! Después de la sorpresa y los largos abrazos de cada una, les contó cómo sería el postoperatorio y la vida que le esperaba de ahí en más.

      Además, les habló de la importancia de adoptar, a partir de ese momento, hábitos de vida saludables para prevenir las enfermedades del corazón, la primera causa de mortalidad en todo el mundo. A las fumadoras les dijo que el consumo de tabaco estaba relacionado con un aumento en el riesgo de padecer dolencias cardiovasculares y que potenciaba las posibilidades de padecer un problema de corazón si se encontraba unido a otros factores como, por ejemplo, la hipertensión o el sobrepeso. A las que estaban un poco excedidas de peso las arengó a volverse normales. Con un metro obligó a que todas se midieran a la altura de la cadera. Intentó medir el índice de masa corporal de alguna, pero no supo cómo hacerlo; igual no perdió la oportunidad de recordarles que este no debía ser superior a 25 ¿25 qué?

      Pretendió seguir ayudándolas, pero no tuvo éxito. Tres se apartaron con disimulo del grupo, una se quedó dormida, dos se fueron a charlar a la cocina. Las que quedaron, le pidieron que por favor cambiara de tema. Aunque no quiso, terminó contándoles de su joven e infatigable amante.

      Cuarenta y ocho horas después le pusieron el stent. A la tarde siguiente estaba en su casa con la indicación de dos días de reposo moderado. Estuvo en cama dos semanas y otras dos sin moverse demasiado, deambulando por la casa, recibiendo las visitas de sus amigas y molestando a la mucama.

      Al mes, y para su desilusión, el doctor Ramos Mejía le dio de alta con la recomendación de hacer su vida normal.

      Esculapia Agripina sabía que el estrés continuado y las situaciones de ansiedad y depresión maltrataban el corazón. Decidió “rehacer” su vida, relajarse y tomarse las cosas con filosofía positiva. Resolvió tomarse un año sabático –otro–. Empezó a practicar tai chi y yoga. Poca actividad comparada con los tres partidos de tenis semanales a.s. (ante stent). Nula, si se lo comparaba con todo el deporte que había practicado toda su vida hasta los casi cuarenta.

      Además, se aconsejó no tener más sexo; una multiorgásmica intensa como ella no podía darse el lujo de sufrir un infarto en pleno acto, aunque pensándolo bien, ¿habría mejor manera de morir?

      En algún lado había leído que los niveles elevados de glucosa en sangre aumentan un 2,4% el riesgo coronario. Por las dudas, se asumió diabética, se compró un medidor de glucosa y empezó a realizarse chequeos frecuentes del nivel de azúcar en la sangre. Se pinchaba unas diez veces por día, cifra que aumentaba a unas


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