El jardín de la codicia. José Manuel Aspas
y el fiscal. Tras los saludos pertinentes todos se sentaron alrededor de una mesa redonda de trabajo que ocupaba prácticamente todo el despacho del capitán.
—¿Qué tenemos? —preguntó inmediatamente. Zafra lo conocía muy bien. Sus preguntas siempre eran directas, como si te golpease con un puño. Por ese motivo, no era de extrañar que a los novatos les resultase su actitud un tanto intimidatoria. También tenía algo que ver el metro noventa y dos de estatura, su fuerte constitución, sus facciones duras y el pelo canoso, rapado tipo militar. Se llamaba Galiano Chiva, e independientemente de esa actitud tosca y arrolladora, los que llevaban mucho tiempo trabajando bajo su mando sabían que se trataba de un hombre inteligente, meticuloso y perspicaz. Escuchaba a sus inspectores, creía en la investigación concienzuda y minuciosa, valoraba la iniciativa profesional, siempre que esta fuese con una carga de sentido común, frase que solía repetir con asiduidad, y defendía a sus agentes con todas sus armas. De igual forma castigaba las irresponsabilidades.
Los inspectores sacaron varios documentos y los organizaron en la mesa.
—No quiero extenderme más de lo necesario. De algunas de las cosas que vamos a comentarles ya tienen conocimiento ustedes, sobre todo el Comisario. Pero creo que es importante que realicemos un esbozo general de lo ocurrido y de lo que tenemos —inició la reunión Vicente
—Me parece más que conveniente que empecemos por el principio— dijo el fiscal.
—La joven encontrada el martes por la mañana, asesinada junto a la entrada trasera del Cementerio Municipal de Valencia, se llamaba Mónica Ortega Valdés. Veintiséis años, nacida en Comunas, Venezuela. Entró en España procedente de Caracas en vuelo regular el día dos de noviembre de 2006, con visado de turista. —El Comisario y Córdoba conocían los datos que resumía Vicente; en cambio el fiscal tomaba sus propias notas, independientemente de que los datos ya estuviesen en los informes que les estaba pasando Vicente—. No tenemos constancia de dónde trabajó, ni de dónde vivió durante los primeros veinte meses de su estancia en España. Después de ese periodo de tiempo empezó a trabajar en una hamburguesería aquí en Valencia con contrato temporal, abrió una cuenta bancaria donde le ingresaban la nómina y alquiló una habitación en un piso que compartía con otras dos jóvenes. Por lo que hemos hablado con compañeras de trabajo, las jóvenes que vivían con ella y la relación de llamadas de su número de móvil, deducimos que no tenía una vida muy promiscua. Las compañeras del piso dicen que no se trataba de un problema de timidez, simplemente que no salía. En alguna ocasión solían ir las tres a cenar, pero no era lo habitual. A excepción de cuando recibía una misteriosa llamada, que en ese caso se le iluminaba la cara, se arreglaba y salía.
—¿Saben sus compañeras de quién se trata? —preguntó el fiscal.
—No. Sólo saben que era un hombre.
—¿No podrán identificar las compañeras a ese hombre? —insistió.
—No lo vieron nunca. La joven no guarda ninguna fotografía de él en su habitación. Tampoco hemos encontrado ningún documento de la joven en el registro, ni hemos localizado su móvil. Cuando encontramos a la víctima, esta iba indocumentada. Toda la información de que disponemos ha sido extraída por la documentación que aportó en su trabajo. Hemos solicitado huellas dactilares a Comunas para su total identificación. Hemos trabajado sobre el listado de todas las llamadas tanto enviadas cómo recibidas al número de teléfono que nos facilitaron en el trabajo y sus compañeras de piso. Su móvil empezó a estar operativo en la misma fecha que comenzó a trabajar. En la investigación se han descartado todos los números con los que se comunicó por ser de momento irrelevantes, menos dos números. Se trata de dos móviles de prepago. A uno de ellos la joven únicamente realizó una corta llamada, y jamás la llamaron desde ese número. Sobre el otro, consta un intercambio de llamadas periódicas; concretamente desde este móvil se efectuó una llamada la noche que la mataron. La llamada se hizo sobre las veintitrés horas. En ese momento la joven se encontraba con las compañeras de piso; estas atestiguan que por la cara de Mónica, se trataba de ese hombre. Les explicaron que dicho teléfono pertenecía a un taxista, el cual atestiguó que lo había perdido y que ellos le creyeron.
—Permita una pregunta, inspector. ¿No tenemos ningún dato sobre la chica en todo ese tiempo, desde que entró en España hasta que se puso a trabajar?
—De momento no existe constancia en ningún ministerio, no abrió ninguna cuenta bancaria, nada de nada —respondió Vicente—. Iniciamos la investigación pensando que probablemente el novio sería un hombre casado y que por ese motivo preserva su identidad con tanto celo. Estábamos convencidos de que quien la llamó esa noche, podría ser el mismo que la mató.
Vicente les pasó copias de los informes sobre lo que había expuesto hasta el momento. Abrió una nueva carpeta y extrajo nueva documentación mientras en la reunión todos permanecían en silencio.
—En estos informes se resumen con claridad los datos que aporta esta investigación, muchos de los cuales ustedes ya conocen. Sobre el escenario del crimen, conclusiones del médico forense y los resultados de los técnicos. También constan de forma concluyente los informes sobre el óptico encontrado en el lugar del crimen y que sitúan al coche del señor Alberto Poncel en el lugar. Con esa información, comprenderán que no podíamos arriesgarnos a soltarle sin antes, registrar su vivienda.
—¿Quién decidió dejarlo detenido?
—Nosotros —contestó Arturo, que permanecía en silencio mientras Vicente exponía los resultados de la investigación y dejando claro que asumía las responsabilidades de la detención.
—En el registro de la vivienda —continuó Vicente— realizado esta misma tarde, además de recoger las muestras que han creído pertinentes los peritos, se ha localizado en el trastero que la vivienda posee en el garaje el teléfono de prepago cuyo número coincide con el que nos faltaba identificar en relación a los números del listado de la víctima. El detenido no nos había informado de su existencia, además de seis barras de hierro cromado que son las patas de un mueble y que casualmente tienen un adorno con unas ranuras longitudinales.
—¿Cree usted, Sr. Zafra, que una de esas barras podría ser del arma homicida?
—Yo, señor fiscal, hace años que deje de creer. Esperaremos los resultados de los análisis pertinentes, pero mi primera impresión es que sí podría ser. Por otra parte, el teléfono encontrado, y que repito, trató de ocultar, confirma una relación continua entre Mónica Ortega y Alberto Poncel.
—Eso está claro —dictaminó el capitán—. ¿Qué más tenemos?
—Hace unos minutos, el laboratorio forense me ha confirmado por teléfono que hay muestras de ADN y huellas de la víctima dentro del vehículo. Y la otra muestra recogida en el escenario, concretamente en la ropa de la víctima, eran dos cabellos cuyo ADN coincide con el del detenido
—Resumiendo, tenemos confirmado que el vehículo ha estado en el lugar del suceso; que a pesar de negar él cualquier tipo de relación con la joven, inclusive negando el simple hecho de conocerla, se corrobora que la joven ha estado dentro del vehículo y hay restos de ADN del detenido en la ropa de la víctima; además, las llamadas de teléfono demuestran que existía una relación entre ambos —concluyó el fiscal.
—Así es —corroboró Vicente.
—¿Qué sabemos de su coartada?
—Cenó con unos clientes, se despidió de éstos sobre las once. Ese dato se ha comprobado. También afirma que recogió el coche y se fue directo a su casa, pero no hay testigos que lo confirmen. Y Mónica Ortega recibió una llamada desde el móvil encontrado en el trastero, unos minutos después de las once.
—Esperaremos los resultados forenses, sobre todo para ver qué nos dicen de esas barras —terminaba el fiscal—. Pero con lo que tenemos es suficiente para ponerlo a disposición judicial.
—De acuerdo —dijeron al unísono ambos inspectores.
—Les pido por favor que tengan en cuenta que esta persona es un hombre relevante en Valencia; por lo tanto,