El jardín de la codicia. José Manuel Aspas

El jardín de la codicia - José Manuel Aspas


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los informes sobre los resultados de todas las pruebas forenses que se habían realizado en el transcurso de la investigación. Todas ratificaban las pruebas aportadas la semana anterior.

      Confirmaban muestras de ADN y huellas dactilares de Mónica Ortega, no sólo de dentro del vehículo, sino también del apartamento de Alberto Poncel. En unos zapatos encontrados en el registro de su vivienda se hallaron muestras de tierra con composición química idéntica a la analizada en el lugar del crimen. Pero lo que más ansiaban recibir los inspectores, eran los relativos a los seis tubos metálicos encontrados en el trastero. Los informes indicaban que en un primer examen les llamó la atención que uno de los seis presentaba una limpieza extraordinaria respecto a los cinco restantes. Estos cinco tenían el polvo propio de estar guardados durante un tiempo en el trastero, a pesar de estar dentro de una bolsa. Pero en uno de ellos se había realizado una limpieza concienzuda, tanto en su exterior, como en su interior. No obstante, en la rosca interior se había hallado restos de sangre. Fue necesario un meticuloso proceso de extracción para conseguir una pequeña muestra de ADN. Al compararla con la de la joven asesinada, esta dio positivo. Esa prueba, más las marcas dejadas sobre la piel, confirmaba sin ninguna duda que se trataba del arma utilizada en el crimen.

      Tras leerlos detenidamente, los inspectores se dirigieron al despacho de su superior. Como el viernes anterior, dentro les esperaba él, Córdoba y el fiscal. Tras examinar todos los informes se centraron en el que más interés despertaba, el relativo al arma homicida. Después, Vicente les relató la conversación mantenida el domingo con Francisco del Monte. El Comisario puso el grito en el cielo y prometió que esa misma tarde contaría con toda la documentación relativa a esa denuncia. Era impensable que hubiera desaparecido por muchas presiones e influencias que hubiera ejercido el padre. Eso supondría que el detenido era reincidente. El fiscal comunicó que presentaría los cargos por asesinato esa misma tarde.

      El sábado, dos inspectores habían tomado declaración al detenido. Negó todos los hechos y también ratificó no conocer a la joven. En ese primer interrogatorio el detenido estuvo acompañado por su abogado y, a excepción de esas negativas, no contestó a ninguna otra pregunta.

      No obstante, Vicente y Arturo quedaron con el Comisario en realizar otro interrogatorio. Llamaron a su abogado y a los treinta minutos este se presentó en comisaría. Cuando los inspectores entraron en el cuarto de interrogatorios, los esperaba demacrado, con barba de dos días, la misma ropa que cuando lo detuvieron el viernes y recibiendo instrucciones de su abogado en susurros.

      —Buenos días —saludaron los inspectores. Se sentaron frente al detenido y su abogado. Poncel tenía la mirada perdida —. ¿Cómo se encuentra? —preguntó Vicente.

      —Está usted muy irónico, Sr. Inspector —le respondió el detenido sin levantar la mirada.

      —Perdone, no era mi intención parecerlo. ¿Quiere un café?

      —No.

      —Mi defendido ya hizo la correspondiente declaración el sábado, señores. Hasta que no se presenten los cargos no realizaremos ninguna otra declaración y mucho menos contestará a ninguna pregunta. Y sepan, señores inspectores, que mi defendido ha permanecido todo el fin de semana detenido por su inoperancia. Espero que los cargos tengan alguna consistencia porque de no ser así, los vamos a denunciar. Utilizaré toda la fuerza de la ley para que ustedes no vuelvan a abusar de su autoridad. ¿Me han entendido?

      —Le hemos entendido y le comprendemos. Necesitamos hacerle sólo dos preguntas.

      —Creo que no me he explicado con la suficiente claridad. —Poncel puso una mano sobre el brazo de su abogado y este asintió con la cabeza—. No creo que sea lo más conveniente —le aconsejó.

      El detenido movió la cabeza afirmativamente. Su abogado levantó los hombros en un acto de impotencia y con las manos le indicó al inspector que preguntase. Vicente le escrutó con la mirada y decidió disparar con artillería pesada. De todo lo que les revelase, el abogado tendría constancia esa misma tarde cuando se presentaran los cargos.

      —¿Es suyo esté móvil? —Dentro de una bolsa transparente se encontraba el móvil encontrado en el trastero.

      —No —contestó, tras mirarlo detenidamente sin llegar a tocarlo.

      —Niega categóricamente conocer a esta joven y haber mantenido una relación personal con ella. —Depositó sobre la mesa las dos fotos que disponían de la víctima.

      —Sí, lo niego por enésima vez y no me cansaré de repetirlo.

      El abogado iba a inmiscuirse en la declaración cuando Vicente empezó a relatar los hechos para sí mismo, como si estuviese repasando en voz alta los resultados de la investigación, sin mirar al detenido, ni esperar contestación por su parte.

      —Está confirmado que el vehículo, marca BMW, propiedad del Sr. Poncel estuvo en el escenario del crimen. Tenemos confirmadas huellas y ADN de la joven asesinada, tanto dentro de dicho vehículo, como en el interior de su vivienda. También se encontró sobre la víctima, en el escenario del brutal crimen, restos de ADN de Alberto Poncel. Este móvil fue encontrado en el trastero que se encuentra junto a la plaza del aparcamiento de su propiedad. En él consta una continua relación de llamadas entre este teléfono y el de la joven asesinada. El arma homicida, un tubo de acero, estaba dentro del trastero antes mencionado. Las cerraduras de la vivienda y de este trastero no presentan indicios de haber sido forzadas ni manipuladas en modo alguno. —Dejó de hablar, levantó la mirada y sin pronunciar palabra, utilizando únicamente la comunicación visual, le inquirió a que negara lo que los hechos demostraban.

      —No contestes —se apresuró a pronunciar el abogado.

      —No puede ser —acertó a balbucear el detenido —. Ese móvil no es mío, todo eso que dice es mentira.

      —Te repito que no contestes. —El abogado se levantó en un intento desesperado por controlar la situación—. Mi defendido no tiene nada más que decirles. Salgan inmediatamente.

      —Son las pruebas quiénes le acusan, no es nada personal, créanme.

      El detenido se puso en pie. Iba a explotar, estaba descontrolado. Los inspectores conocían lo crucial de ese momento. Permanecieron en silencio esperando que, desbordado por la situación, con la mirada ida, se desmoronase. El abogado intervino. El momento era crítico para su defendido, conocía las argucias de los comisarios. Se interpuso entre los inspectores y su defendido.

      —Cállate —le gritó—. Salgan inmediatamente o los acuso de acoso e intimidación. Déjennos solos.

      Los inspectores se levantaron. Alberto se tapaba el rostro con ambas manos y empezaba a llorar desconsoladamente. Justo cuando ambos agentes salían, se escuchó como el detenido repetía: «Soy inocente».

      Por la tarde se presentaron los cargos. El juez dictaminó inmediatamente prisión provisional sin fianza. Su abogado recibió la documentación relacionada con la investigación. A las seis treinta, los inspectores se disponían a regresar a su casa cuando recibieron una llamada. Contestó Arturo.

      —Inspector Broseta, ¿dígame?

      —Buenas tardes. ¿Podría hablar con el inspector Vicente Zafra? —Arturo le pasó el teléfono a Zafra.

      —Buenas tardes —repitió quién llamaba—. ¿El inspector Vicente Zafra?

      —Soy yo. ¿Con quién hablo?

      —Perdone que le moleste tan tarde. Soy Jaime Poncel Peña, padre de Alberto. Soy consciente de lo irregular de contactar directamente con ustedes, pero necesito hablar con ustedes. Es muy importante.

      —No hay nada de irregular que usted hable con nosotros. Además, las dependencias policiales están abiertas al público. —Vicente dejaba constancia de que cualquier contacto entre ambos se enmarcaría dentro de los limites estrictamente profesionales. Si deseaba comunicar algo tendría que ser a ambos inspectores, descartando implicaciones a título personal. Recordaba lo que le comunicó el inspector Francisco del Monte sobre el posible chanchullo con la denuncia de la joven hacía dos años.


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