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En realidad no deja de encerrar una profunda ironía que un pensador ateo tenga que recurrir a la idea de los mandamientos de la ley de Dios para justificar sus propias ideas.

      El primer mandamiento del antiguo testamento ético sobre la vida humana decía, según Singer: «Trata toda vida humana como de igual valor». Pero nuestro filósofo lo transforma en este otro: «Reconoce que el valor de la vida humana varía». Más aún, el valor de la vida humana puede variar de tal modo que es preciso reconocer que «la vida [humana] sin conciencia no tiene ningún valor en absoluto».30 He aquí un primer resultado de la revolución ética animalista, propuesto además a modo de un principio general: la vida humana sin conciencia no tiene ningún valor en absoluto.

      Igualmente, el segundo viejo mandamiento, que prohibía el homicidio, decía: «Nunca acabes intencionalmente con la vida humana del inocente». Singer, en cambio, sugiere transformarlo en este otro: «Hazte responsable de las consecuencias de tus decisiones». Naturalmente que este nuevo mandamiento no reemplaza el viejo. Está formulado de un modo tan vago que ni siquiera afronta los casos particulares de hecho de las acciones que consisten en quitar la vida a una persona. En realidad, la desproporción que hay en las formulaciones de las dos series de mandamientos nos deja entrever la peligrosa banalización a que Singer somete la vida humana.

      El tercer mandamiento de la vieja ética contenía la prohibición del suicidio. Según Singer, decía así: «Nunca te quites la vida e intenta siempre evitar que los demás se quiten la suya», porque la decisión del momento de la muerte solo compete a Dios. El nuevo mandamiento propuesto por Singer dice en cambio así: «Respeta los deseos de la persona de vivir o morir». Claro está que no se trata de un simple deseo de morir. Hay personas que pueden desear morir, pero no hacen nada para conseguirlo. El deseo de morir que debe ser respetado, según Singer, es el deseo eficaz de causar su propia muerte.

      Ya hemos oído que, en opinión de nuestro autor, la nueva revolución ética debe combatir las creencias religiosas sobre la vida humana tanto en su inicio como en su fin. Con los tres primeros mandamientos anteriores se han esbozado las líneas generales del trato que se ha de dispensar a la vida humana en su fin, es decir, la muerte. El cuarto mandamiento, por su parte, se expresa acerca del inicio de la vida humana. El antiguo cuarto mandamiento sobre la vida imponía, dice Singer, la fecundidad. Su fórmula era inequívoca: «Creced y multiplicaos». Pero las actuales circunstancias de sobrepoblación mundial —asegura nuestro autor— han hecho que la vieja fórmula resulte obsoleta y superada, porque «es inmoral alentar más nacimientos». Desafortunadamente no se dice en qué consiste esta inmoralidad. Se limita únicamente a proponer la versión moderna de este mandamiento, que prescribe: «Trae niños al mundo solo si son deseados». Y al igual que antes el deseo eficaz de morir, también ahora el deseo eficaz de evitar nacimientos debe ser respetado en todo caso; es decir, que el deber de respetar el deseo de los progenitores justifica cualquier acción de estos tendente a evitar el nacimiento. La contracepción, pero, sobre todo, el aborto e incluso el infanticidio encuentran una generosa justificación en Singer, como vamos a ver más adelante.

      Finalmente, en el quinto mandamiento se acoge la nueva orientación animalista. La revolución ética que Singer trae entre manos se hace palpable en el tratamiento que viene a dispensar a los animales no humanos. Efectivamente, el quinto viejo mandamiento decía: «Trata toda vida humana siempre como algo más precioso que cualquier vida no humana». Pero la compasión hacia los animales no humanos impone una radical transformación en la conducta humana, en cuya virtud el nuevo precepto debe decir: «No discrimines sobre la base de la especie».

      Afortunadamente, el buen sentido no está dispuesto a dejarse convencer fácilmente en materias tan serias como las aquí mencionadas. Por ello es frecuente que no pocas de las afirmaciones de Peter Singer causen una justa y encendida indignación. Un ejemplo de reacción semejante, tan frecuente en el mundo que rodea a Peter Singer, fue la sensación de horror que provocó entre muchos lectores un artículo de nuestro autor aparecido en la revista norteamericana Pediatrics (que publica la Academia Norteamericana de Pediatría) en el que se afirmaba que

      [...] si comparamos a un niño gravemente discapacitado con un animal no humano, un perro o un cerdo, por ejemplo, frecuentemente encontraremos que el no humano cuenta con capacidades superiores, tanto actuales como potenciales, para la racionalidad, autoconciencia, comunicación y cualesquiera otras que puedan plausiblemente considerarse moralmente significativas.31

      Pero a Singer la indignación que provocan sus propuestas parece corroborarle en que la sensación de horror ante la comparación del hombre con los animales no humanos es «una reliquia de la concepción antropocéntrica del universo». Esta concepción, que fue severamente minada por Copérnico y Galileo, fue definitivamente superada por Darwin, afirma el filósofo australiano. «No nos gusta pensar que somos una especie animal», aunque

      [...] los animales no humanos más sofisticados intelectualmente tienen una vida mental y emocional que en todos los aspectos significativos iguala o supera la de algunos de los seres humanos más profundamente discapacitados intelectualmente.32

      En definitiva, Singer intenta dar vida a una revolución ética cuyo objetivo principal es la superación del principio de la santidad de la vida humana. La justificación teórica que ofrece a este intento de superación es sencilla. Si entre el hombre y los demás animales no hay —como cree nuestro autor— más que una diferencia de grado, el respeto debido a la vida humana lo será también de grado, más o menos intenso según la capacidad cerebral y nerviosa (de lo que depende la posibilidad de sentir placer y dolor) de cada especie animal, comparada con la humana. Por tanto, la sustancial asimilación del hombre al animal implica la eliminación de cualquier consideración especial a favor del hombre.

      La gente dice frecuentemente que la vida es sagrada. Pero casi nunca quiere decir eso […]. Si quisieran decirlo matar a un cerdo o arrancar una col sería tan aberrante para ellos como matar a un hombre. Cuando la gente afirma que la vida es sagrada, lo que tienen en la cabeza es la vida humana. Pero ¿por qué la vida humana habría de tener un valor especial?.33

      La concepción del especial valor y de la santidad de la vida humana está socialmente muy difundida y encuentra una acogida incontestable en el derecho de los diferentes países. A pesar de todo, Singer la considera chocante. En su opinión, el diferente trato que dispensamos a los seres humanos en comparación con «la vida de perros vagabundos, monos de laboratorio y ganado vacuno» es injusto. «¿Qué justifica esta diferencia?».34 Según Singer, el principio de la santidad de la vida humana exige que «lo que tiene que ver con la vida y la muerte [de los seres humanos] ha de ser dejado en manos de Dios o de la naturaleza»,35 bien al contrario de lo que ocurre con la vida y a la muerte de los demás animales, sobre las cuales el hombre se considera juez soberano. Ahora bien, como la santidad de la vida humana es un principio religioso y no un principio ético de validez universal (esa es al menos la opinión de Singer), debería ser sometido a crítica y superado. Por eso este autor prodiga en sus escritos los ataques y las expresiones que desafían este principio. Algunos ejemplos nos serán de utilidad. Por ejemplo:

      Un ser consciente de sí es capaz de tener deseos respecto a su propio futuro y quitarle la vida a esa persona sin su consentimiento supone frustrar sus deseos respectivos; en cambio, matar a un caracol o a un bebé de un año no frustra ningún deseo de este género porque los caracoles y los recién nacidos son incapaces de albergarlos.36

      Otro ejemplo: según Singer hay muchos seres que son sentientes y capaces de experimentar placer y dolor, pero que no son racionales y por ello no son personas. Muchos animales no humanos pertenecen a esta categoría, pero también los recién nacidos y algunos seres humanos intelectualmente discapacitados.37 Es decir, que según Singer los recién nacidos y los seres humanos intelectualmente discapacitados no son personas. ¿Qué hay [entonces] de malo en matar[los]?, como reza el título de uno de sus escritos.

      Un


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