Pensamiento educativo en la universidad. Fabiola Cabra Torres
por personas que están haciendo o han hecho la Maestría en Teología. Para ellos es un tránsito escolar, porque no entran como escritores, sino que desde su profesionalidad aportan al seminario. Hemos contado con un turco, un pastor luterano, un pastor metodista, que han enriquecido y acompañado los avances generados. En este momento, Cosmópolis lo dirige el padre Germán Neira y otros jesuitas. Nuestro trabajo siempre ha sido aplicar el pensamiento de Lonergan a la actualidad colombiana.
VM: Tu vida como literato ha sido también muy interesante.
RR: Hice todo el camino de la academia: empecé a apasionarme por la literatura, y creo que si no hubiera sido jesuita, habría sido un literato. Para mí la literatura ha sido un interés de toda la vida y creo que me ha costado ir a dormir sin leer una página o dos páginas de literatura. Un día me vino a visitar un gran amigo, Guillermo Galán, cuando vio un montón de papeles en mi escritorio preguntó qué eran. Le dije a Guillermo que era una colección de poemas que estaba buscando editor. Él trabajaba en ese momento en el Banco de la República, me lo pidió prestado, a los dos días me llamó y me dijo: “El Banco de la República se lo publica”. Así salió a la luz Caminos de sol y niebla en 1983. Te voy a leer mi poema Casa grande, dedicado a Colombia:
Casa grande
¡Colombia, cuánto te quiero,
cómo me dueles, Colombia!
Mis ojos son tu paisaje,
mis pasos son tus caminos,
mis oídos son el trueno
silencioso
de tus ríos.
Llevo en mi entraña sedienta
la frescura de tus niños,
la gracia de tus mujeres,
y ese sol atardecido
en los rostros de tus viejos,
cansados
mas no vencidos.
¡Colombia, cuánto te quiero,
cómo me dueles, Colombia!
Bañada en sangre de hermanos desavenidos.
Me dueles, sacrificada
en el altar de los ídolos.
Conquistamos tus montañas,
domesticamos tus ríos,
cuadriculamos tu cielo
de pájaros rugidores.
Reforestamos tus valles
con una selva altanera
de ladrillos.
Pero perdimos el alma
y ese corazón mestizo,
que dulcificó los labios
ásperos del castellano
con la ternura del indio,
y la risa rebosante
del africano.
Un corazón siempre abierto
y acogedor que se hizo
puerta franca y mesa puesta,
para cualquier peregrino.
Un corazón siempre honesto
que en la palabra se dijo,
sin urgencia de papeles
porque bastaba lo dicho.
Ese corazón tozudo
pero también tan sencillo,
que se midió con la selva,
con los riscos,
con el llano…
¿lo perdimos?
¡Cómo me dueles, Colombia,
crucificada en ti misma
por tus hijos!
Colombia, cuánto te quiero,
y te sueño todavía,
Casa Grande
para todos.
¡Cómo nos la dio Dios mismo!
VM: ¡Muy bello, Rodolfo!
RR: También puedo decir que he relacionado la vocación musical y la poesía con la enseñanza de la teología. Un ejemplo es el trabajo pastoral en el mundo campesino. Yo sabía que mi responsabilidad e interés era enseñar la Eucaristía rompiendo el esquema de enseñanza teológica en correspondencia con el Concilio Vaticano II. Antes era el esquema escolástico que estaba encajado en la Edad Media y tomó la filosofía aristotélica, que perdura con valor, pero que ha cambiado de ámbito. La gran crisis del protestantismo produce el Concilio de Trento y la necesidad de una reforma en la teología, en la Iglesia y en la relación con la gente.
VM: Rodolfo, también eres autor de piezas insignes, como del himno de la Universidad Javeriana y de un nutrido número de bambucos y pasillos colombianos, dentro de los que se destacan “La tejedora” y “La molienda”. Gran parte de tu trabajo musical lo realizaste junto al padre Juan José Briceño, S. J. Juntos recibieron un homenaje en el Festival de Música Colombiana Mono Núñez. ¿Qué nos puedes contar?
Hice todo el camino de la academia: empecé a apasionarme por la literatura, y creo que si no hubiera sido jesuita, habría sido un literato.
RR: A mediados de los 60 vino el padre Juan José Briceño, S. J. Era tan entrañable nuestra amistad, que yo le decía músico y él me decía poeta. Nosotros siempre componíamos juntos. En una ocasión, el padre Maldonado, S. J., me pidió que hiciéramos el himno de la Universidad Javeriana. Aunque pueda parecer pretencioso, me basé en que los griegos decían que los dioses inspiraban a los poetas. Te digo francamente que la producción poética y musical es un regalo. Entonces, una tarde, en ese bosque que hay detrás del Colegio Mayor de San Bartolomé, al lado de la imagen de San José, nos sentamos en silencio y empezamos a pensar en cómo componer el himno: yo pensando qué se puede decir de la Javeriana y él cómo podría ser la música, y de pronto él empezó con la música y yo lentamente le agregaba la letra. Hicimos lo que hacíamos siempre: él con su acordeón y yo con mi cuaderno para escribir y el papel de música. Duramos un rato callados y, de repente, mientras él creaba la música, yo inventaba la letra, la compusimos en un tiempo récord de una hora. Ese himno lo entregamos al padre Maldonado y él lo guardó en un cajón por diez años, por lo menos. Hasta que un buen día se nos presentó el maestro Guillermo Gaviria, un músico con gran talento que inauguró el coro en la Javeriana, y nos dijo: “¡Me encontré en un archivo esta maravilla! Pues lo vamos a poner”.
VM: Rodolfo, ¿qué han significado para ti los reconocimientos que has tenido a nivel literario y académico?
RR: Gratitud, porque nunca me he creído merecedor de condecoraciones.
VM: Uno de tus libros insignes es El pan que compartimos.
RR: No conozco un trabajo sobre la Eucaristía como este. Fue la obra de 30 años de enseñar Eucaristía, 353 páginas sobre la Eucaristía en la Sagrada Escritura y la vida de la Iglesia con su contexto histórico-litúrgico. Ahí se ofrece toda la historia del proceso eucarístico en la Iglesia con una aproximación a la interpretación eclesial del misterio eucarístico en la Iglesia de los Padres, en la Iglesia de la cristiandad occidental del siglo IX al siglo XIII, con su acentuación cristológico-sacramental en el Concilio de Trento, su expansión eclesial en el Vaticano II y su integración al proyecto de transformación social en Latinoamérica. En ese contexto, se comprende y valora la religiosidad popular.
VM: Tú, que has caminado por los pasillos de la universidad, teniendo en frente a tantos estudiantes en tu vida, y ubicándonos en el presente, ¿cómo puede contribuir la enseñanza teológica, en este momento actual, con las nuevas generaciones, y en la situación que está viviendo el país?
RR: