Pensamiento educativo en la universidad. Fabiola Cabra Torres
por evitarla tomaron forma con la Alianza por el Progreso y el apoyo indiscutido a planes de desarrollo nacional que comenzaron a formar y seguir los países que para entonces empezaron a ser conocidos como subdesarrollados en su calidad de tercermundistas. Por ello, finalmente, la modernización del Estado, corolario inevitable de la constatación anterior, aceptó que la política debía abrir un lugar indispensable y fundamental a la tecnocracia, lo que se tradujo en los muchos departamentos administrativos que se crearon en el país durante la administración de Carlos Lleras Restrepo, uno de ellos el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes).
Testigo de estas crisis y de estos cambios, afirma Augusto, que
resultado de todo ello fueron, entre otros, el incremento del poder estatal de reglamentación e inspección de las universidades –que culminó finalmente en la creación del Icfes (1968)– y, en lo académico, el Plan Básico para evitar una formación exclusivamente profesional desconectada de otros saberes que aproximan al estudiante al conocimiento de las realidades del país.9
Otra de las características fundamentales de los estudios históricos en la Javeriana, señala Augusto, ha sido el “pluralismo ideológico y metodológico en las cátedras que se dictan en la Carrera”, producto del “respeto a la libertad personal y a la libertad académica”.
La creación de facultades de Educación en las universidades y su departamentalización fue así, según lo afirma Augusto en su discurso, consecuencia de seminarios y estudios que quisieron resolver, con la ayuda de una misión de la Universidad de California, el futuro de la educación superior en el país.
Creado el Departamento de Historia, en 1967, fue su primer director el doctor Montenegro. Solo fue hasta 1969, sin embargo, cuando se tomó la decisión de formar especialistas en Historia a nivel de pregrado. Fue Manuel Lucena Salmoral quien dio forma al primer plan de estudios, que dirigió hasta su retiro años después, en 1974, tomando Augusto el relevo en la dirección de la Carrera. El objetivo de este programa, dice Augusto, citando el catálogo de 1972, era “formar un científico social especializado en Historia con calidades investigativas para realizar una enseñanza universitaria y que posea las herramientas necesarias para hacer investigación histórica”10.
Durante los años en los que fue testigo directo, pues fue director del Departamento desde 1967 hasta 1986 y también director de la Carrera desde 1975 hasta 1980, afirma Augusto que se sucedieron dos diferentes períodos en los que se distinguió la formación de historiadores javerianos: primero, entre 1969 y 1975, bajo la influencia directa de Lucena Salmoral, como un programa de dos años en su calidad de especialización en los estudios en Filosofía y Letras, enfocado en “iniciar a los estudiantes en el trabajo con fuentes primarias en el Archivo y despertar gran interés por el período colonial”11.
Un segundo período se sucedió entre 1975 y 1980, cuando la reforma de los planes de estudio permitió que los dos años comunes se redujeran a un solo semestre. Fue en ese programa donde me formé como historiador en la Pontificia Universidad Javeriana, y de esos años, tiempo después, junto con Juan Carlos Eastman, escribimos en el Boletín de Historia, que
las áreas teóricas y de procesos daban especial razón de la influencia francesa […]. Nos familiarizamos con Febvre, Bloch, Braudel y con Chaunu, con Romano, Duby, Soboul, Pierre Vilar, y también con otros que no obedecían a los dictados de la Escuela de los Annales: Shaft, Althusser, Maurice Dobb, Hobsbawn, pero que también eran contrarios al cientifismo de Ranke y al manual de Charles Seignobos. El ¿Qué es la Historia? de Edward Carr, se convirtió en nuestra guía y Los métodos de la Historia, de Cardoso y Pérez Brignoli, en el principio de nuestra acción.12
Comentarios a los que agregó Augusto que “pudieron haber agregado: todos los autores de la Nueva Historia de Colombia, las monografías de la Historia Académica y las explicaciones y críticas a la teoría del desarrollo y la teoría de la dependencia latinoamericana”. Señala Augusto dos períodos más en el desarrollo de los estudios históricos en la universidad el primero desde 1980-1984 hasta 1992 y el segundo de 1992 en adelante, pero en ellos estuvo activo Augusto como director hasta 1986, pues comenzando el año siguiente asumí yo la dirección del Departamento y ya desde 1980 otras personas habían dirigido la Carrera de Historia.
Creado el Departamento de Historia, en 1967, fue su primer director el doctor Montenegro. Solo fue hasta 1969, sin embargo, cuando se tomó la decisión de formar especialistas en Historia a nivel de pregrado hasta su retiro años después, en 1974, tomando Augusto el relevo en la dirección de la Carrera.
EL HISTORIADOR
La actividad como director tanto del Departamento como de la Carrera de Historia de la Universidad Javeriana fueron de la mayor importancia para Augusto y por eso, sin duda, ocupó gran parte de su tiempo. Lo mismo aplica a su familia, a la que amaba profundamente y por la que, procurando su bienestar, dedicó muchas horas extras en otras universidades de la ciudad. Sin embargo, nada de ello le impidió dar forma a una obra historiográfica al tiempo abundante, de calidad y de gran impacto en generaciones de bachilleres y estudiantes universitarios.
Todos los que fuimos sus estudiantes conocimos La huella de los siglos. Eran sus notas de clase convertidas en texto nunca publicado, pero sospechosamente circulando entre nosotros cuando la xerocopia, pues así se llamaba entonces a las fotocopias, apenas comenzaba a ser el instrumento por excelencia de la formación en ciencias sociales. Estas notas reunían su pasión como profesor: la Historia de Grecia y Roma, ciertamente, pero ante todo la Historia Medieval, fueron las cátedras que por décadas impartió Augusto a los futuros historiadores, a los futuros maestros de escuelas y colegios, y a todos los que pasaban por sus clases en razón de la formación humanista de la universidad.
Pero la labor como historiador que se desprendió de su actividad docente no lo frenó en forma alguna para incursionar en otros temas en los que, igualmente, demostró sus habilidades y conocimientos. Primero, su actividad como escritor de textos de enseñanza para el bachillerato; segundo, sus artículos relacionados con la historia de la enseñanza de la historia en Colombia y, tercero, sus artículos sobre la historia de la Iglesia en Cuba, una investigación que realizó sobre las Fuerzas Militares en Cuba precastrista para ser presentado en el Congreso Internacional de Americanistas de 1985, y el estudio que sobre la presencia de Colombia en las guerras de independencia de Cuba desarrolló en diversas publicaciones.
De los primeros cabe señalar, sin exageración, que una inmensa mayoría de los colombianos que transitaron por el bachillerato durante los decenios de 1970 y 1980 aprendieron la historia de América por los libros de Augusto Montenegro.
Todos los que fuimos sus estudiantes conocimos La huella de los siglos. Eran sus notas de clase convertidas en texto nunca publicado, pero sospechosamente circulando entre nosotros cuando la xerocopia, pues así se llamaba entonces a las fotocopias, apenas comenzaba a ser el instrumento por excelencia de la formación en ciencias sociales.
La historial mundial y la geografía también fueron objeto de algunos textos, pero fue la historia de América el área en la que se distinguió por varios lustros y fueron varias las ediciones y muchas las reimpresiones que la Editorial Norma realizó para satisfacer la demanda de estos textos en el país, y por fuera de él, ya que en Centro América y en Puerto Rico fueron igualmente utilizados para la enseñanza de la historia. Lo que no podemos olvidar es precisamente el tipo de historia que Augusto escribió en esos textos: toda ella historia social, con el fondo de la primera y segunda generación de Annales, parca en héroes y batallas, abundante en procesos de cambio, con presencia de élites, pero también de “los otros”, el espacio junto con la sociedad, el Estado no reducido únicamente a los gobernantes.
En esta tarea de escribir textos para la educación media, Augusto fue maestro generoso, pues nos introdujo en este arte a varios de sus estudiantes. Los textos de historia mundial y de historia de Colombia, ya fuera en la Editorial Norma, principalmente, o en otras, como Editorial Voluntad, fueron la escuela para varios de sus estudiantes: Juan Carlos Eastman, Margarita Peña, Carlos Alberto Mora y yo fuimos activos escritores para estos textos, lo que no significa que otros de nuestros profesores y compañeros no fueran autores en otras editoriales con las que Augusto