Crononautas. Alejandro Polanco
fuego en el que ardemos3.
Todos los sucesos que ocurren en nuestras vidas, siguen una rígida norma, una secuencia inmutable que rige el tiempo y que lo dirige del pasado al futuro. Al caer un vaso de cristal al suelo, se rompe en mil pedazos, esto es lo normal. No veremos nunca, al menos no en nuestro universo, unirse de forma espontánea a los fragmentos de cristal para crear un vaso. La entropía es inflexible en este aspecto, el grado de desorden aumentará con el tiempo, nunca decrecerá, el vaso no surgirá de los pedazos. El vaso intacto posee mayor orden intrínseco, menos entropía, que los cristalillos en los que se convertirá tiempo después.
La mayoría de los procesos que se dan en la naturaleza son irreversibles, como la rotura del sufrido vaso. De esta forma la entropía —visítese la segunda ley de la termodinámica— reina sobre el mundo material imponiendo su orden asimétrico que diferencia sin lugar a dudas lo que era pasado de lo que será futuro. Es esta la flecha del tiempo, el fluir de todo hacia el futuro a través del presente. ¿Es entonces inmutable el tiempo? No, se trata más bien de un efecto psicológico que de una determinación física irremediable. La flecha del tiempo nos muestra la estructura asimétrica del tiempo, pero no obliga a que se mueva sólo en una determinada dirección. Las leyes de la física no han encontrado, de momento, ninguna construcción matemática que obligue al tiempo a circular siguiendo este sentido hacia el futuro.
Entonces, ¿por qué todo el universo nos parece empeñado en moverse siguiendo la flecha del tiempo? Muchos científicos piensan que no se trata más que de una ilusión humana. En realidad no somos capaces de observar de forma directa el paso del tiempo. Lo que verdaderamente percibimos son fotogramas, estados de presente que son diferentes a otros estados anteriores que recordamos y que llamamos pasado, es un asunto en el que la memoria tiene el papel principal. Podemos recordar el pasado, pero no el futuro, no porque el tiempo circule de esa forma precisa sino porque nuestro cerebro está dispuesto para percibir la asimetría temporal. Así pues, el presunto flujo del tiempo es totalmente subjetivo. No se conoce el por qué percibimos la flecha del tiempo, se supone que guarda relación con algún mecanismo fisiológico cerebral aun por descubrir.
¿Qué ocurriría si ese mecanismo fallara y pudiéramos percibir el tiempo como un todo, en vez de captar sólo fragmentos de un flujo? Dejaríamos de ser prisioneros de Cronos, contemplaríamos el universo eterno como un solo instante, todos los temores acerca de la muerte o las ilusiones de un nacimiento desaparecerían, el tiempo habría desaparecido.
Otro de los conceptos al que estamos acostumbrados es el de la simultaneidad. Lo que ocurre ahora es igual para todos, podemos llamar por teléfono a un amigo al otro lado del mundo y mantendremos una conversación en tiempo real porque estamos viviendo en el mismo presente. Esto puede tomarse como cierto a pequeñas escalas, como la de nuestro mundo. Difícilmente podríamos hablar de esa forma con un amigo marciano o alguien que viviera en la galaxia Andrómeda. En este caso el culpable es el límite de velocidad en nuestro universo, la velocidad de la luz. Viajando en el vacío del espacio, a unos 300.000 kilómetros por segundo, la luz nos parece muy veloz. La conversación con el amigo intercontinental es percibida como instantánea porque las señales cruzadas entre los interlocutores viajan a la velocidad de la luz, en un mundo como el nuestro, pequeño e insignificante, no nos damos cuenta de que la luz necesita tiempo para llegar a nosotros. Como nada que tenga masa en este universo puede viajar más rápido que ella, la simultaneidad desaparece si tomamos escalas de espacio más grandes que nuestra Tierra4.
Al mirar al cielo, en una noche despejada, lejos de la contaminación lumínica, vemos la luz de cientos de estrellas. Esta acción tan simple es en realidad un viaje en el tiempo, aunque pocos parecen advertirlo. La luz que vemos al contemplar el titileo de las estrellas, partió de ellas hace muchos años. Algunas de esas estrellas ya no existen, pero las contemplamos tal como eran cuando la luz recién llegada a nuestros ojos partió de ellas. Se trata de un viaje al pasado remoto. Un mensaje de radio emitido ahora mismo por un amigo extraterrestre en un planeta situado a cien años luz, tardará un siglo en alcanzar nuestro planeta. Para entonces, seguramente, el amistoso emisor habrá fallecido. Para complicar el asunto, la respuesta de los entusiasmados terrícolas llegará a los descendientes del alienígena pasado otro siglo. Dos centurias para cruzar un par de saludos.
Los cronovisores
Publicado en Tecnología Obsoleta.
28 de mayo de 2005, edición revisada el 3 de mayo de 2007.
El principio sobre el que se asentaba aquella máquina es muy sencillo y cualquiera podría reproducirlo con intenciones perversas. Sin embargo le diré que demostramos que las ondas visibles y sonoras del pasado no se destruyen. Y no lo hacen porque son energía. La grandeza de aquel invento fue que podía recuperar esa energía y recomponer escenas perdidas hace siglos.
Pellegrino Ernetti5
La máquina del Padre Ernetti
Sin duda, la máquina de cronovisión más famosa es la del benedictino italiano, ya fallecido, Pellegrino Ernetti. Para quien no esté advertido voy a definir de qué se trata,. Un cronovisor sería una máquina para ver el tiempo o, mejor dicho, un mecanismo por medio del cual acceder al pasado en forma de imagen y sonido. Hasta el momento, no conozco ninguna referencia a cronovisores capaces de sintonizar el futuro, exceptuando el de DeLaWarr, que comentaré más adelante6. Así, por medio de técnicas poco esclarecidas, por no decir directamente irreales, al igual que un vídeo doméstico sintoniza un canal de televisión y graba en cinta magnética o disco óptico nuestro programa favorito, los cronovisores sintonizarían con el tiempo pasado a voluntad del experimentador y guardarían los resultados en los mismos soportes que los vídeos o las grabadoras de audio. ¡Una máquina del tiempo excepcional! La manera perfecta de conocer nuestro pasado y desvelar los enigmas de la historia. ¿Realmente puede existir algo así? He de advertir que, a pesar de lo que se diga, jamás se ha probado su existencia real y que, de lleno, entran estas máquinas dentro del campo de la mitología tecnológica tan propia del pasado siglo XX, además de ser un tema muy relacionado con variados relatos de ciencia ficción, como el cronoscopio mencionado por Isaac Asimov7. Imaginativas historias que pudieron servir de semilla desde los años cuarenta para crear la leyenda del cronovisor.
Sobre la aventura de Ernetti existen muchas informaciones dispersas pero, básicamente, todas coinciden en los detalles más importantes. El caso del cronovisor fue dado a conocer por el padre Ernetti en 1972, al conceder una entrevista a la publicación italiana La Domenica del Corriere8, donde afirmó haber participado en el proceso de gestación y uso de una máquina capaz de grabar imágenes y sonidos del pasado. Aquella noticia hizo que muchos se sobresaltaran de entusiasmo, ¿se habría descubierto la máquina del tiempo? La importancia del medio en el que se publicó, hizo que se extendiera el rumor por medio mundo. Sin embargo, anteriormente, Ernetti ya había desvelado algunos detalles en otros medios impresos. En julio de 1965 L´Heure d´Étre, una revista religiosa de Francia, aludió a este cronovisor y, en enero de 1966, la publicación italiana Civiltà delle Macchine, hizo lo mismo en un artículo titulado L´oscillografo elettronico. La poca importancia de esos dos medios hizo que la noticia no fuera tomada en cuenta hasta que salió a la luz la entrevista de 1972, a partir de entonces los rumores sobre el cronovisor del padre Ernetti no han cesado de aumentar. El benedictino afirmó que su máquina funcionaba a la perfección, no entró en detalles técnicos pero sí ahondó en alguno de los éxitos conseguidos. A través de este cronovisor pudo reconstruir, según él, porciones de algunas obras musicales perdidas desde hacía siglos, como el Thyestes, de Quinto Ennio, representado en Roma en el 169 a.C. Otras de sus afirmaciones resultan ser incluso más fantasiosas, puesto que dijo haber contemplado la destrucción de Sodoma y Gomorra, localizado el texto correcto de las Tablas de la Ley o haber presenciado la crucifixión de Jesucristo, siendo capaz de determinar cuáles fueron sus últimas palabras.
Para conocer cuándo surgió el proyecto hay que remontarse a 1952. Durante una sesión de grabación de música gregoriana, en el laboratorio del padre Agostino Gemelli, sucedió algo no previsto. El 15 de septiembre de ese año, vigilando los aparatos electrónicos para llevar a buen término el registro del