Crononautas. Alejandro Polanco

Crononautas - Alejandro Polanco


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replicables que pudieran apoyar mínimamente sus extrañas teorías.

      Sonidos del pasado

      La idea que sugiere que los sonidos del pasado quedan impregnados de alguna forma en el ambiente y la posibilidad de rescatarlos por medio de algún tipo de tecnología, ha intrigado a muchas personas. Uno de los experimentos más difundidos sobre intentos por comprobar tal cuestión fue llevada a cabo en 1982. La hospedería del Príncipe de Gales en Kenfig de Mid Glamorgan, Gales, fue el lugar elegido para la prueba ya que el dueño aseguró haber escuchado insistentemente voces fantasmales. ¿Serían sonidos del pasado intentando emerger al presente? Manos a la obra, el ingeniero electrónico John Marke y el químico Allan Jenkins viajaron al lugar con aparatos de registro y armados también con una teoría muy personal. De noche, con el local vacío y sellado, con las grabadoras funcionando en el interior, conectaron a los muros de piedra de la hospedería a un circuito alimentado con 20.000 voltios. A la mañana siguiente, escuchando las cintas, se habían registrado toda una variedad de sonidos inusuales que, a decir de los protagonistas, sonaban como voces y música. La teoría de Marke se basa en la piedra que forma las paredes de la hospedería. Esas piedras contienen substancias similares a los compuestos que forman las cintas magnéticas, de alguna forma el sonido quedaría registrado en esas moléculas, pudiendo ser recuperado utilizando como excitador un gran voltaje eléctrico. Durante muchos años el experimento de Kenfig supuso una “prueba” de la teoría sobre la memoria de las rocas. En realidad, en las cintas grabadas durante esa noche, ciertamente se pueden escuchar sonidos extraños, pero son de muy difícil interpretación. Algunos analistas han señalado que podrían haber sido producidos por las interferencias originadas en el transformador de alta tensión. Cuando uno desea “recuperar” sonidos del pasado con tanta pasión, seguramente termina escuchando cualquier cosa, aunque lo único que se grabe sean ruidos sin sentido alguno.

      Ahora bien, no todo iba a ser pura especulación fantasiosa. Según un artículo publicado en Physical Review Letters24, un grupo de científicos ha descubierto que ciertas materias cristalinas pueden “recordar” sonidos previamente incorporados en ellas. El material utilizado en los experimentos referidos en el artículo, se compone de niobio y litio, mostrando una novedosa memoria acústica nunca antes observada con claridad. Al aplicar corriente eléctrica pulsante, portando sonido codificado, la estructura molecular de los cristales fue capaz de memorizar el código que, posteriormente, fue recuperado volviendo a someter al cristal a la electricidad. Los experimentadores piensan que materiales similares podrán ser útiles en sistemas de comunicación avanzada. El sonido es teóricamente almacenado en el cristal como energía mecánica, recuperable con el estímulo adecuado.

      Publicado en Tecnología Obsoleta.

      19 de septiembre de 2005.

       Nueva York, a las once y media de la noche en una fecha indeterminada hacia junio del año 1950. Hace calor, la gente aprovecha la bonanza veraniega para pasear por las calles o disfrutar de una de las muchas atracciones de la ciudad de los rascacielos. Esta típica estampa americana se ve súbitamente alterada por un hecho insólito, algo fuera de lo común. Entre la multitud destaca un personaje extraño, con ropas elegantes pero anticuadas, como salido de un museo, alterado, distraído, impresionado por lo que estaba contemplando. Este hombre ni siquiera siente el inminente peligro de caminar entre los vehículos que circulan raudos por las calles cercanas a Times Square. Lo inevitable sucede, el hombre ausente muere en el acto, atropellado.

      Hasta aquí, podría no ser más que la mediocre crónica de un suceso, por desgracia bastante habitual en algunos lugares. El fallecido parecería un loco para algunos o un borracho, alguien drogado o un excéntrico. La cosa no pasaría de ahí, se perdería en las páginas de los periódicos, eso sí, tras haber despertado el morbo de algunos lectores incluyendo detalles escabrosos, generalmente inventados inocentemente por los testigos. Pero este atropello era diferente, tan fuera de lo común que ha creado ríos de tinta durante medio siglo porque ¡el peatón distraído apareció de la nada! Esta es la historia de Rudolf Fenz, el crononauta más famoso de todos los conocidos, un relato de intriga, investigación y, por supuesto, ¡imaginación! Porque, a pesar de toda la tinta vertida durante años, este personaje nunca existió.

      Poco después del trágico suceso, llegó la policía para realizar su ritual de costumbre, inspeccionando el cadáver, abriendo acta del caso, avisando al forense. Nada más contemplar al finado, vieron cosas que no encajaban y que presagiaban algo más que una muerte accidental. El, hasta entonces anónimo personaje, de unos treinta años de edad, yacía en el suelo vistiendo un largo abrigo negro, de tela gruesa poco apropiada para el caluroso verano, un chaleco inmaculadamente limpio y unos extraños zapatos puntiagudos con hebillas de metal. Si no fuera por lo trágico del asunto hubiera sido motivo de risas porque aquel “payaso” parecía salido de una fiesta de disfraces, sus ropas estaban sacadas de las brumas del tiempo pasado. Bueno, un loco excéntrico más que decide suicidarse entre los coches de la Gran Manzana. Todos pensaron eso, hasta que en el depósito de cadáveres se descubrió algo inquietante, el inusual contenido de los bolsillos. Billetes de banco muy antiguos, pero en perfecto estado, tarjetas de visita a nombre de Rudolf Fenz y una carta dirigida al mismo nombre con una dirección de Nueva York, fechada en 1876. Aquello comenzaba a tomar un feo aspecto, ¿Rudolf Fenz era el fallecido? ¿De dónde había salido? ¿Quién era este personaje? La policía intentó localizar a sus familiares buscando en todos los registros de la ciudad el nombre que aparecía en las tarjetas de visita.

      Nadie con ese nombre vivía en la ciudad, no apareció ni rastro en la dirección indicada por la carta, ni en las guías telefónicas ni en los registros de los seguros médicos. Literalmente se puede decir que aquel hombre no existía, ningún rastro se encontró para saber algo más de él en Nueva York así que, desesperados, los investigadores recurrieron a inmigración. El nombre sonaba a algo germánico, ¿porqué no probar en Alemania? Tras la Segunda Guerra Mundial muchos alemanes emigraron al Nuevo Mundo, ¿sería Rudolf Fenz uno de aquellos recién llegados? Tras patearse muchos archivos y gastar bastante dinero en llamadas a consulados y funcionarios de Alemania, Suecia y Austria, no se logró absolutamente nada. Milagrosamente, pocas semanas después del accidente, descubrieron el nombre de Rudolf Fenz Jr. en una añeja guía telefónica de 1939. ¿Sería una buena pista? Lamentablemente, al acudir a la dirección marcada por la guía de teléfonos, les informaron que había fallecido hacía tiempo con más de setenta años de edad. Posiblemente se tratara del padre o algún familiar del atropellado, pensaron con un destello de esperanza los sabuesos. A pesar de todo, la cuestión no avanzó nada, hasta que el tenaz funcionario Hubert V. Rihn, del Departamento de Personas Desaparecidas, localizó a la viuda de Fenz Jr. La declaración de ésta terminó por descolocar todo el caso. Según la viuda, el padre de su difunto marido había desaparecido sin dejar rastro allá por 1876, cuando salió a pasear y fumar un cigarrillo al anochecer, como solía hacer habitualmente. Nunca más se supo de él. Rihn revisó los archivos policiales del año 1876 para confirmar esa pista y lo que descubrió le puso muy nervioso. En un viejo informe aparecían los datos de la desaparición, tal y como la mujer la había relatado, pero había más. Una pequeña fotografía mostraba la figura del desaparecido, alguien idéntico al hombre atropellado en Times Square. A partir de aquí, la historia de Rudolf Fenz se convirtió en el caso de crononauta más “documentado”, la increíble odisea de alguien perdido en el tiempo que saltó más de setenta años en el futuro para aparecer en medio de Nueva York y morir atropellado por un automóvil, inaudita máquina para alguien del siglo xix.

      Impresionante ¿verdad? Lo sería si la historia fuera cierta, una lástima, resultó no ser más que un Hoax, curiosa palabra inglesa que agrupa los montajes, bulos, patrañas, cuentos y rumores que abundan por doquier. La historia de Rudolf Fenz fue repetida innumerables veces en muchos medios de comunicación, de diferentes formas, con fechas muy variadas, cambiando incluso el nombre del protagonista. Pero todas ellas daban por hecho que se trataba de una historia verídica, totalmente contrastada, con infinidad de datos muy concretos que “alguien” seguro que había investigado ya. Ese alguien nunca existió, hasta que llegó un intrépido londinense afincado en Madrid. Entonces todo se aclaró,


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