Crononautas. Alejandro Polanco
advertencia sobre una tecnología, sencilla de replicar según su punto de vista, pero muy peligrosa, que sólo debiera ser revelada al conjunto de la humanidad cuando ésta hubiera aprendido a actuar únicamente para el bien. Otro de los esquivos puntos en los que los rumores convergen es la utilización de cristales de cuarzo cuidadosamente tallados como núcleo de la máquina. Los cristales de este tipo muestran capacidades asombrosas en la transmisión de señales eléctricas o el almacenamiento de información. Todos llevamos uno cerca sin saberlo, en los relojes. Hoy día casi ningún reloj de pulsera funciona con la energía almacenada en muelles, eso que conocemos como cuerda. Los relojes actuales, incluso los de agujas, son digitales, no en el sentido de mostrar la información en una pantalla, sino por medir el tiempo a través de un circuito electrónico alimentado por una pila. El alma de los relojes no está en la batería, sino en un pequeñísimo corazón de cristal de cuarzo que, al paso de la corriente eléctrica del circuito, palpita emitiendo rítmicas oleadas que controlan el paso del tiempo. Al cuarzo se le han atribuido muchas otras capacidades casi mágicas, pero irreales, por eso no es de extrañar que el cronovisor pudiera contener uno como motor, la imaginación es libre. La teoría de Ernetti guarda cierto parecido con las tradiciones ocultistas que hablaban del plano de Akhasia, una hipotética región inmaterial situada en una dimensión paralela, donde estaría grabada la memoria del universo.
Continuando con la galería de rumores, llegan ahora varios espías de la CIA para liarlo todo definitivamente. Naturalmente, si el invento de Ernetti era tan poderoso, las agencias de inteligencia de medio mundo se lo disputarían. Hay quien sugiere que el cronovisor era capaz incluso de sintonizar con el pensamiento de las personas, algo muy útil para los servicios de espionaje. El proyecto militar norteamericano de testigos lejanos, enmarcado dentro del infausto programa MK Ultra, podía guardar cierta relación de parecido con el cronovisor, sobre todo por su objetivo y por lo pseudocientífico de todo ello. En plena Guerra Fría, tanto estadounidenses como soviéticos intentaron desarrollar sistemas que, utilizando voluntarios, fueran capaces de proyectarse astralmente y penetrar en territorio enemigo para espiar. Todo esto, demencial, anticientífico y estúpido, se llevó bastantes millones de dólares de presupuesto. Se conocen hoy muchos detalles de primera mano gracias a los documentos oficiales del gobierno estadounidense, desclasificados gracias al Acta de Libertad de Información. ¿Qué relación podía guardar Ernetti en todo esto? En realidad, nada, aunque la CIA gastó bastante dinero intentando conseguir algo con lo que espiar a distancia por medio de telepatía.
Los pioneros de la cronovisión
El deseo de fotografiar el pasado ha acompañado al hombre desde antes de inventarse la propia fotografía. Marconi, uno de los inventores de la radio y Edison, el polifacético inventor, intentaron comunicarse con el más allá por medio de máquinas de grabación, no lo consiguieron, pero esa idea revivió décadas más tarde. Desde tiempo inmemorial se cuentan historias sobre lugares donde, por medio del agua o de espejos, era posible contemplar el futuro. Pausanias narró la historia de un arroyo sagrado14, frente al santuario de Démeter en Patras, que se utilizaba para realizar adivinación infalible utilizando un espejo (sic). Esta antigua referencia a la magia de los espejos como máquinas del tiempo tuvo luego una larga tradición. En épocas anteriores al desarrollo de la tecnología electrónica, la idea de ver a distancia se dejó en manos de los instrumentos más parecidos a los modernos medios de comunicación, los cristales. Nació así la cristalomancia, definida como el medio para atraer a la consciencia del observador, generalmente un vidente, por medio de un cristal y a través de uno o más de sus sentidos, el contenido del subconsciente15. El cristal, ya fuera en forma de espejo, bola de cristal o similar, podía tener gran número de formas y tamaños. El uso de cristales para la adivinación se encuentra documentado en multitud de estudios antropológicos. Los adivinos solían ser elegidos entre los niños, porque eran los más propensos a ver imágenes extrañas en los cristales o espejos, sobre los que se colocaban manchas de tinta, como en la India, o gotas de sangre, como entre los maoríes de Nueva Zelanda. Cuando no había cristales a mano, las culturas ancestrales utilizaban la luz reflejada en el fondo de cuencos con agua o simples charcos.
El más famoso adepto de la cristalomancia fue sin duda el aventurero y astrólogo John Dee quien, al servicio de Isabel I de Inglaterra, utilizaba esferas de cristal como cámaras para realizar tareas de espionaje. Un caso curioso de anécdota donde se cita la cristalomancia aparece en las memorias de Saint-Simon16. En 1706 el duque de Orleans, a punto de viajar a Italia, narró a Saint-Simon una extraña experiencia sucedida en casa de una amante. Un personaje muy extraño apareció prometiendo contestar a todas las preguntas que formulara el duque, a condición de contar como intermediaria con una inocente niña observando un vaso lleno de agua. En un momento de la velada se pidió a la niña que narrara la futura muerte del rey Luis XIV. Para asombro de los presentes, la niña contó detalles minuciosos de Versalles, lugar donde nunca había estado. Describió a las personas que rodeaban el lecho del difunto monarca, todos los presentes reconocieron en las descripciones de la niña a las personas que ocuparían la situación futura. Sin embargo, cuatro cortesanos muy conocidos, que tendrían que hallarse en la escena, no aparecían. Saint-Simon cuenta que nadie pudo explicar aquello, pues los cuatro gozaban de buena salud y eran jóvenes. Ocho años más tarde Saint-Simon comprendería lo sucedido, pues fue entonces cuando Luis XIV murió, y los cuatro ausentes en la imagen vista por la niña no se encontraron en los funerales ya que habían fallecido tiempo atrás. Quede aquí tan curiosa historia, con seguridad mero recurso literario, como ejemplo de la atracción que a lo largo del tiempo ha ejercido la adivinación a través de cristales o agua en todo tipo de personas.
El primer cronovisor, como máquina imaginada para tal fin, del que tengo noticias, data de 1897. Sir Oliver Lodge, científico de la británica ciudad de Liverpool, afirmó en ese año haber logrado transmitir señales de radio a grandes distancias, de haberse confirmado aquella experiencia hoy sería considerado uno de los padres de la radio. La antena desde la que emitía durante sus pruebas estaba situada en la torre del reloj del edificio de la Universidad de Liverpool, en Brownlow Hill. La mayor parte de sus colegas científicos consideraron aquella idea de la radio como una locura impracticable, a fin de cuentas, el mismísimo Heinrich Hertz, descubridor de la existencia de las radiaciones electromagnéticas, afirmó que jamás se las encontraría una aplicación práctica. ¿Qué pensaría de nuestros medios de comunicación más modernos? Lodge creía en la aplicación de las ondas de Hertz como medio de comunicación así que, aunque se mofaran de él, continuó con sus experimentos. Fue durante aquellas tentativas de construir un comunicador por radio cuando aparecieron en la ciudad dos extravagantes personajes que dijeron haber logrado algo más asombroso todavía, una máquina para fotografiar el pasado. William Maplebeck, un inventor de 67 años, junto con el fotógrafo aficionado Robert Stookes, presentaron su Cronoscopio ante una nutrida representación de la ciencia y la cultura de Liverpool. El evento tuvo lugar en las oficinas de Esme Collings Photographers, en el número 43 de Rodney Street. Según los dos protagonistas, el Cronoscopio era capaz de fotografiar imágenes de sucesos acaecidos muchos siglos atrás. Maplebeck comentó entusiasmado cómo había descubierto una forma de alinear lentes de cuarzo de tal forma que fueran capaces de desviar la luz reflejada entre dos espejos a una cámara fotográfica. Así, el bucle infinito de imágenes dentro de imágenes que se genera al poner un espejo frente a otro podía, por medio de aquellas lentes, servir para sintonizar con el pasado. La audiencia no se impresionó demasiado, pedían pruebas y no tardaron en tenerlas. Los dos inventores mostraron fotografías realizadas presuntamente con aquel cronovisor. En ellas se podían ver antiguos legionarios romanos o mujeres vestidas con trajes pasados de moda. Los espectadores no creyeron nada del asunto y se mofaron de los dos fotógrafos, acusándolos de fraude. Ellos, ante la tensa situación, decidieron desaparecer por la puerta trasera. Aquel día Sir Oliver Lodge respiró aliviado al ver que, por lo menos por un rato, las burlas de sus colegas no se dirigían contra él. De los presuntos inventores de aquel Cronoscopio, nunca más se supo.
El conocido científico Charles Steinmetz17 desarrolló otra cámara del tiempo capaz, según él, de fotografiar el pasado. Este mecanismo fue construido siguiendo las indicaciones del británico Baird T. Spalding, utilizando lentes de cuarzo. Baird, nació en 1857, durante su niñez y juventud recorrió medio mundo, desde la India a Alemania, llegando a estudiar en prestigiosas universidades