La cúspide del aire. Sergio Milán-Jerez

La cúspide del aire - Sergio Milán-Jerez


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Ruiz se preparó un café de la máquina y se dirigió a la sala de reuniones, donde aguardaba el resto del Grupo de Homicidios. Estaba falto de sueño. Esa noche se había quedado a dormir en casa de Mónica y a punto había estado de pegársele las sábanas. A decir verdad, no tuvo tiempo ni de darse una ducha, que tanta falta le hacía.

      Dio un pequeño sorbo mientras meditaba sobre la investigación.

      Cuando parecía que estaban avanzando por el buen camino, el castillo de naipes volvía a saltar por los aires. Eso le sacaba de sus casillas.

      Aunque, por suerte para ellos, otra puerta se había abierto de par en par.

      El encuentro entre Lucas Heredia y Cedrik Weinman reforzaba su línea de investigación, y era motivo para alegrarse. Si quería atrapar a Ángel De Marco y demostrar que estaba detrás del asesinato de Carles Giraudo y de sus dos compañeros, el grupo tendría que focalizar sus esfuerzos en su abogado. Todo pasaba por él, de eso estaba seguro.

      Ahora bien, sin testigos a los que poder acudir, era necesario cambiar de estrategia. Daba igual que estuvieran convencidos de que Cedrik Weinman era uno de los tres autores del crimen, si no podían situarlo en el escenario. Por ello, el Grupo de Homicidios se pasó casi toda la semana investigando la relación entre Weinman y el abogado. Tenían que conocerse de antes. Seguro que Weinman había sido contratado para realizar otro trabajo.

      Se terminó el café y entró en la sala. Su reloj digital marcaba las 8:30.

      Una hora y media más tarde, la reunión seguía su curso. Aitor Ruiz estaba preocupado, temeroso de que el grupo entrase en un callejón sin salida.

      ―¿Me estáis diciendo que todavía seguimos encallados con Cedrik Weinman?

      ―Exceptuando su empresa fantasma, de momento no he podido encontrar nada ―dijo Cristian Cardona―. No tiene ninguna propiedad a su nombre, y tampoco está dado de alta en el sistema sanitario.

      ―Desgraciadamente, no sabemos dónde está ―dijo Lluís Alberti.

      ―Pero sí sabemos que se reunió con Lucas Heredia ―dijo la cabo Morales.

      ―Y es muy probable que vuelva a reunirse con él ―apuntó el sargento Ruiz―. Por eso, haremos un seguimiento al señor Heredia. ¿Cuánto hace que conoce a Ángel De Marco?

      ―El bufete de abogados de Lucas Heredia trabaja a las órdenes de Ángel De Marco desde prácticamente los inicios de Lenyr ―contestó Aina Fernández, que se había encargado de buscar información sobre el letrado―. De hecho, De Marco es su único cliente. Si el empresario se encuentra en apuros, ellos acuden y resuelven el problema sin vacilar.

      ―¿Conocemos algún caso en concreto? ―preguntó.

      Irene Morales respondió con otra pregunta:

      ―¿Aparte de cuando estuvieron a punto de denunciarnos por acoso?

      La pregunta quedó en el aire, dado que contenía una gran carga de ironía, y la agente Fernández prosiguió:

      ―Se escuchan rumores. Hay gente que dice que Ángel De Marco tiene fama de tocón. Hace diez años, una de sus dos secretarias lo denunció por acoso sexual y tocamientos indebidos. Ella acabó siendo expulsada de la compañía y el caso, que pasó a la justicia ordinaria, se archivó.

      Aitor Ruiz no parecía sorprendido.

      ―¿Cuánto tiempo trabajó para él?

      ―Cuatro años ―respondió la agente.

      ―¿Recibió algún tipo de indemnización?

      ―El despido fue improcedente y le pagaron lo que estipulaba la ley por aquel entonces.

      ―¿Cómo le afectó?

      ―Sufrió un trastorno depresivo, que le duró un par de años. Ahora trabaja en el sector de la banca.

      Aitor Ruiz reflexionó unos instantes.

      ―Cuatro años es mucho tiempo. Creo que deberíamos ir a hablar con ella. Quizá sepa algo que pueda ayudarnos.

      De camino a Cuatro Plantas, Xavi García había estado pensando en la mejor manera de abordar el ineludible cara a cara con su jefe. Sabía que Marek Sokolof se enfadaría, entraría en cólera y golpearía lo primero que tuviera más a mano. En realidad, ya estaba informado de todos los detalles, gracias a Ánder Bas, pero el tipo quería recibir el parte personalmente de él.

      Xavi esperaba que la reunión no se alargase demasiado, puesto que tenía que llevar a Nora al pediatra. La pequeña había cogido su primer resfriado y, fruto de ello, llevaba días que le estaba costando dormir; algo que alarmó mucho a los padres primerizos. Así que, en cuanto saliese de allí, echaría a correr hacia donde estaba su familia.

      Aparcó junto a la acera, se apeó y caminó hacia el edificio rojizo.

      Un hombre custodiaba la puerta; Xavi lo saludó y entró sin más. Dentro había un jardín largo y espacioso, con una piscina y un camino de piedra que llevaba hasta otra puerta que daba acceso al edificio. Varios gorilas estaban repartidos por el lugar, como si vigilasen a todo aquel que entrase o saliese; uno de ellos registró a Xavi, como medida de prevención, y luego lo dejó pasar.

      Xavi se dirigió al cuarto piso. Cuando accedió a la vivienda, vio a Marek Sokolof de pie, dándole la espalda, mirando a través de la ventana. Lo saludó y luego esperó a que él hiciera lo mismo. Pero siguió callado.

      ―Marek.

      Por fin se dio la vuelta.

      ―Me han dicho que te golpearon con un bate de béisbol.

      Xavi asintió.

      ―Mientras me apuntaban cuatro tíos a la cabeza.

      Marek Sokolof lo estudió con aire pensativo.

      ―Ya sabes cómo funciona este negocio, a veces las cosas son así.

      ―De eso mismo quería hablarte.

      Marek Sokolof le hizo un gesto a Xavi para que se sentara; él hizo lo propio.

      ―Habla, te escucho.

      ―No puedo arriesgarme a hacer otro viaje de este tipo, sin que me asegures que no voy a correr ningún peligro. Sabes que haría lo que fuera por esta organización, pero el otro día estuvieron a punto de matarme. Ese francés juega muy fuerte, y no estoy preparado para recibir otra paliza. Mi lugar está aquí, repartiendo tu mercancía.

      ―Creo que es lo justo.

      ―¿De verdad?

      ―¡Claro!

      Xavi estaba un poco perplejo.

      ―¿Qué piensas hacer ahora?

      ―Antoine Belmont es un ser insignificante; podría dejarlo en paz. Al fin y al cabo, ¿qué son tres mil euros al lado de todo lo que gano?

      Xavi quería decir algo, pero Marek Sokolof fue más rápido.

      ―Pero no lo voy a hacer.

      ―¿Y entonces?

      ―Pienso devolvérsela multiplicada por diez.

      Irene Morales y Aina Fernández aguardaron durante noventa minutos delante de un edificio bancario de la Avenida Diagonal, hasta que Lydia Alfaro salió por la puerta principal. La mujer iba vestida como una ejecutiva y ocultaba sus ojos tras unas gafas de sol. Llevaba un maletín en una mano y en la otra un cigarrillo que acababa de encenderse. En un momento dado, se detuvo y miró hacia la carretera, como si quisiera llamar a un taxi. Pero, finalmente, rehusó y continuó caminando por la concurrida avenida.

      Cuando se internó en los Jardines de Clara Campoamor, las dos mossos la interceptaron y se identificaron. Le explicaron que estaban investigando al dueño de la constructora Lenyr y le dijeron que necesitaban su colaboración.

      Ella


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