Epistemología y Psicoanálisis Vol. II. Gregorio Klimovsky

Epistemología y Psicoanálisis Vol. II - Gregorio Klimovsky


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óptica, mecánica, partículas elementales, etcétera) conviviendo, apoyándose, complementándose o presuponiéndose según como sean las relaciones lógicas del caso, en nuestro autor pueden convivir, apoyarse y complementarse teorías del instinto, teorías acerca de mecanismos de defensa u otros, teorías etiológicas, dinámicas, topográficas, etcétera. Lo que, por consiguiente y desde un punto de vista lógico hay que hacer si se quiere evaluar una teoría, es “modelizar” con rigor el pensamiento de un autor y luego proceder a contrastar la estructura teórica así reconstruida (claro que sin perder de vista que lo que se está estimando es una reconstrucción y no el pensamiento auténtico del autor, que no siempre está unívocamente determinado por la exposición escrita). No debe pensarse que esta es una situación peculiar del psicoanálisis; la reconstrucción de la vieja teoría de Newton, la mecánica de partículas, es todavía un deporte al que concurren notables especialistas como Patrick Suppes, Wolfgang Stegmüller o Aldo Bressan, para recordar solo a algunos. Este tipo de actividad, cuyo atractivo epistemológico es grande, puede considerarse como una puesta en forma explícita de la lógica de las tesis teóricas psicoanalíticas y de sus relaciones mutuas, y es una práctica que le haría mucho bien a esta disciplina.

      Se ha aducido que al psicoanálisis le falta “cuantitatividad” y que eso impide su formulación como teoría científica. Hay que admitir que ciertas concepciones de la ciencia y de la matemática a fines del siglo pasado contribuyeron a hacer pensar así. Pero ahora este es un argumento envejecido. Está muy claro que en este siglo de lógica matemática, teoría de relaciones, matemáticas estructurales, teoría de conjuntos y de categorías, entre otras, la aplicación de la matemática no consiste meramente en la producción de teorías cuantitativas sino de estructuras capaces de ser descriptas mediante predicados lógicos o conceptos topológicos. El psicoanálisis es un terreno muy promisorio en esta dirección, como puede demostrarlo un examen lógico formal del modelo que Freud desarrolla en el “Proyecto” (un modelo muy atractivo para simularlo cibernéticamente) o en el Capítulo VII de La interpretación de los sueños. De paso, cualquiera que examine la esencia metodológica de los programas para ordenadores observará que la clave no es tanto de naturaleza cuantitativa como de carácter algorítmico y lógico. No tenemos la menor duda de que estos modelos serán de suma utilidad para el psicoanálisis y para el entendimiento de sus teorías, del propio modo que están siendo eficaces para los problemas de inteligencia artificial o para los del conocimiento científico en general vía “sistemas expertos”.

      Una objeción más severa a la aplicación del método científico en versión ortodoxa se asocia a la cuestión de la contrastación. Aquí el reproche tiene varias formas. La primera es que la vaguedad de las teorías psicoanalíticas impide construir las deducciones contrastadoras. Esto puede descartarse si se tiene en cuenta lo recién dicho acerca de que lo que se debe contrastar son los “modelos reconstructivos” rigurosos y formalizados de las teorías psicoanalíticas. Y esta no es una argucia dicha simplemente para salvar una presunta situación particular del psicoanálisis, puesto que se trata de algo que se reproduce en forma totalmente similar cada vez que se habla, por ejemplo en biología, de la contrastación de la teoría de la evolución de Darwin o del “testeo” de la teoría keynesiana en economía. Una objeción aparentemente de más peso es la de que las hipótesis psicoanalíticas no tienen consecuencias observacionales (es decir, de nivel uno). Ello es, a nuestro entender, un prejuicio. Es fácil mostrar que las teorías y modelos psicoanalíticos permiten deducir consecuencias observacionales, y es por ello que las teorías psicoanalíticas tienen implicancias clínicas y terapéuticas como también educacionales y hasta sociológicas. El conocido artículo de Hilgard sobre el carácter científico del psicoanálisis es ilustrativo al respecto, sobre todo si se tiene en cuenta la orientación conductista del aludido investigador. Una objeción más, esgrimida por Mario Bunge en La investigación científica: el psicoanálisis es intesteable pues siempre puede mantenerse una hipótesis mediante hipótesis ad hoc de carácter interpretativo convenientemente urdidas. Pero esto es una confusión: el uso de hipótesis auxiliares es un recurso científico habitual totalmente compatible con el método hipotético deductivo, como bien lo ha mostrado Imre Lakatos en su descripción del método hipotético deductivo en lo que él llama “versión sofisticada”. Sin duda, el manejo de tales hipótesis debe hacerse con prudencia metodológica y con lo que Popper indica como “investigación independiente” del valor gnoseológico de estas. Pero nos parece que ensañarse con el psicoanálisis en este caso es un tanto tendencioso y algo muy parecido a una “discriminación racial”. Algo más seria es la objeción de Adolf Grünbaum acerca de los peligros de la sugestión que ejerce el psicoanalista sobre el paciente que, a su juicio, invalida el material clínico como base empírica para la contrastación de hipótesis y teorías psicoanalíticas. Es verdad que él piensa que el psicoanálisis es contrastable por medios extraclínicos, pero hay que reconocer que, si tiene razón, se pierde una de las fuentes más atractivas para la puesta a prueba del edificio teórico psicoanalítico. Sin embargo, pensamos que también aquí hay un error. Lo que se quiere señalar, por parte de Grünbaum, es que las interpretaciones psicoanalíticas actúan como hipótesis “suicidas” o “autocumplidas”, según la jerga usada corrientemente por los sociólogos. Sin duda que la idea tiene gran parte de verdad. Pero ya Ernest Nagel en La estructura de la ciencia, discutiendo la cuestión, señaló que de todas maneras en un caso así hay contrastación, aunque de otras leyes e hipótesis —en este caso concernientes a la sugestión y por ende, en forma indirecta, a los mecanismos de defensa y otros (como identificación, por ejemplo)—. Pero el error que hay aquí es creer que, como la sugestión e identificación, todos los canales de expresión y comunicación (incluidos los gestuales) se adaptan a la situación. Ahora bien, eso no es cierto, y es precisamente esto lo que permite a un psicoanalista experimentado distinguir entre respuesta “genuina” y respuesta “adaptativa”. Esta situación fue ya clara para J. O. Wisdom, quien en sus trabajos acerca del “testeo” de interpretaciones sugirió algo análogo.

      Una objeción que también se formula al psicoanálisis es su profuso uso de “términos teóricos”. Es verdad que el empleo exagerado de términos teóricos, si no hay prueba de contrastabilidad de las hipótesis o teorías que los emplean, constituye un hábito peligroso y aun deleznable. Pero si la teoría está construida de tal manera que las hipótesis con términos teóricos configuren un conjunto contrastable, no hay objeción alguna que hacer. Como ejemplo, baste recordar la química, disciplina con la cual, en cuanto al estatus lógico, el psicoanálisis tiene analogía en lo relativo al empleo de términos no observacionales. El uso de términos como “molécula”, “átomo”, “ion”, “valencia”, “órbita o nube electrónica”, “núcleo”, “covalencia”, etcétera, no constituyó impedimento alguno sino, por el contrario, es la fuente de increíbles y maravillosos descubrimientos de valor filosófico y técnico. No vemos por qué no puede suceder lo propio en el terreno del psicoanálisis.

      Una objeción final: el psicoanálisis trata con significados y no con hechos (o “meros hechos”). Esto es en parte cierto. Pero el análisis de las significaciones y del fenómeno semiótico, agrega solo dos cuestiones metodológicas a las anteriores. Cuando se trata de símbolos aislados naturales o convencionales, lo que debe saberse es cuál es la ley de correlación o cuál es la regla de convención implícita. Y es bien claro que esto es cuestión de hipótesis (por ello es que las interpretaciones deben “testearse”). Si se trata del sentido de un signo en un contexto estructural que le da valor semiótico, es evidente que hay que construir el “modelo” de la estructura o descubrir las reglas algorítmicas o de deducción (o definición, o de formación, en fin, todas las de carácter sintagmático). De cualquier manera, tal cosa implica hacer hipótesis o teoría. De modo que lo que esto muestra es que además de las hipótesis centrales psicoanalíticas, hay que tener en cuenta todas las hipótesis y teorías subsidiarias y auxiliares que se requieren para manejar epistemológicamente el material de trabajo. Lo cual no aparta al psicoanálisis de la metodología hipotético deductiva en versión sofisticada.

      Creemos, por consiguiente, que el psicoanálisis está en buenas condiciones para una inserción epistemológica correcta en el universo de las teorías científicas. Esto nos permite indicar lo que Bachelard llama un “obstáculo epistemológico”. Que en


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