Epistemología y Psicoanálisis Vol. II. Gregorio Klimovsky

Epistemología y Psicoanálisis Vol. II - Gregorio Klimovsky


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a conectarse entre sí, por la simple razón de que las leyes naturales, en todas sus variedades, tienen conexión, de alguna manera. Desgraciadamente era una idea de Aristóteles (si Ezequiel de Olaso tenía razón en lo que sostuvo hace poco en una reunión) que como cada ciencia tiene su objeto, no deben mezclarse las ciencias; cada una tiene su metodología, cada una en cierto sentido es un compartimiento estanco. Pero eso no es cierto; toda la ciencia contemporánea es un mentís absoluto a este tipo de afirmación.

      El tercer inconveniente de la tesis discutida se ve claramente en algunos autores franceses. Por ejemplo, me refiero a Badiou y su escandaloso libro sobre el concepto de modelo. En cuanto se piensa que cada disciplina tiene su objeto surge casi como natural la prohibición de usar modelos y analogías en el “contexto de descubrimiento” de la disciplina. Por esta razón, se dice que si construimos las leyes de una disciplina imitando por analogía las leyes de alguna otra disciplina cometemos un error. Pues como aquella disciplina tiene otro objeto e implica otra esencia, seguramente tendrá otras leyes, y transportarlas al nuevo contexto desnaturalizaría el verdadero sentido que tiene el objeto de la ciencia que se está estudiando. Esta es una de las razones, si no entendí mal, por lo cual todas las ideas de la teoría económica de Freud, por ejemplo, como en realidad son ideas originadas en un tipo de material muy distinto de aquel que realmente sería el evento psicológico con el cual tendría que lidiar el psicoanálisis —que está más próximo a cuestiones de elementos semántico-lingüísticos, significación, contexto y estructura— hacen que uno inmediatamente se equivoque y desnaturalice la disciplina psicoanalítica.

      Creo que esto en algunos casos es cierto, no niego que esto pueda ocurrir así, pero no constituye un principio metodológico. En algunos avances de la ciencia la genialidad fue justamente transportar por analogía ideas de una ciencia a otra, por la simple razón de que aunque se trataba de objetos distintos, con distintas leyes, había isomorfismo.

      El “isomorfismo”, sea dicho de paso, es uno de los conceptos claves de la ciencia contemporánea y es lo que precisamente permite esta especie de metodología de modelos, que por otra parte no pertenece al contexto de prueba o de justificación. Es simplemente una manera de fabricar hipótesis que después habrá que ver si marchan bien o no; en algunos casos esto dio excelente resultado, y al respecto podría dar una gran cantidad de ejemplos de la física-matemática.

      Finalmente, reafirmando algo que recordaba recién Issaharoff, me parece que dentro de una disciplina la unidad fundamental es la teoría. Teoría es un conjunto de afirmaciones sistemáticamente organizadas con el cual se logra un modelo explicativo de los fenómenos que problematizaron y desencadenaron la investigación.

      Es tentador argüir que lo que realmente caracteriza una disciplina es el conjunto de problemas que desencadenaron las investigaciones típicas de su campo. Pero esto no es tan claro. El desarrollo de una ciencia es un proceso dialéctico nada simple. Es verdad que al comienzo existe una problemática definida. Surgen así las primeras hipótesis y teorías a modo de respuesta a esos primeros problemas. Pero como las hipótesis y teorías constituyen instrumentos de investigación (y también de acción práctica) surgen problemas nuevos y diferentes, lo cual origina nuevas hipótesis, nuevas teorías que las más de las veces modifican sustancialmente las estructuras lógicas anteriores. A medida que el tiempo transcurre, cambian las teorías como cambian también los problemas. Y, ni qué decirlo, cambian los “objetos” (pues varían las afirmaciones teóricas que los caracterizan). Por ello es que recién dijimos que creer de modo estático en una “esencia” de una disciplina científica, caracterizada de una vez por todas por determinado objeto, es una concepción reaccionaria que se opone a la naturaleza viva y cambiante del proceso científico. En un momento dado de la historia de la ciencia es difícil, si no imposible, prever cómo van a cambiar los problemas y las teorías, y cuáles serán los objetos centrales que se investigarán. Por ello, tratar de caracterizar el “objeto” de una ciencia no solo es un disparate epistemológico y una actitud reaccionaria; es además una tentativa de clarividencia algo pedante, desproporcionada e infructuosa.

      No quiero cansarlos con ejemplos físicos. Así que digo dogmáticamente que si se considera la física contemporánea y se la compara con la física de hace 200 años, se advierte que los problemas, las teorías y los objetos de que tratan son apreciablemente distintos. Hay disciplinas, como la física atómica, por ejemplo, que comenzaron por una dependencia aparente hacia un “objeto” esencial, el átomo, que parece tener permanencia. Pero lo que pasa es que en cierto sentido el “objeto” átomo no existe; es un objeto reductible, ya que la unidad objetal ahora aceptada es la partícula elemental (el electrón, el quark, etcétera) y de lo que se ocupan los físicos ahora es de campos o de partículas elementales.

      Si uno vuelca todas estas ideas al problema del psicoanálisis, diría que me resulta difícil preguntarme de qué se ocupa el psicoanálisis, si con esa pregunta estoy queriendo revelar una especie de esencia inamovible, que fija al psicoanálisis a un determinado tema u objeto, de manera que el que no estudia eso no está haciendo psicoanálisis. Lo mejor sería comenzar por examinar el desarrollo histórico de esta disciplina. Entonces se va a ver una problemática primitiva de carácter terapéutico con desafíos explicativos. Inmediatamente se encontraría una serie de teorías que responden a esta problemática, respecto de las cuales habría que decir que posteriormente Freud fue variando de opinión casi en todos los temas. Es verdad que se mantuvo con lo del inconsciente de manera más o menos firme. El psicoanálisis no dejó nunca de ser “psicología profunda” pero no siempre en igual sentido. Ustedes saben que, a medida que uno cambia las hipótesis y la teoría, por razones estructurales de conformación de significado, el sentido de las palabras que se están empleando cambia. La palabra “átomo” no significó lo mismo para Dalton que lo que significó luego para Bohr o después para un físico contemporáneo. E “inconsciente” no significó lo mismo para las primeras etapas de Freud, que para las terceras o que para sus discípulos. Por otra parte, en El yo y el ello, Freud señala claramente que hay una multitud de significados de “inconsciente” y que habría que distinguir —utilizando una metodología de uso frecuente en cuestiones de análisis de conceptos— que en realidad hay una cosa que es el inconsciente uno, otra que es el inconsciente dos, otra que es el inconsciente tres; se trata del inconsciente topográfico, del inconsciente dinámico y del inconsciente estructural, sin descartar otros que pueden ir apareciendo. Además hay un inconsciente en sentido operacionalista como los que me parece que Schafer y Wisdom preconizan. Hay incluso un inconsciente en sentido “operacionalista-lingüístico”, como Lacan en algún momento parece perfilar, dada su manera operacionalista-lingüística de definir el inconsciente como cierto tipo de lugar vacío o de falla dentro de un discurso. Así, el valor de cada uno de tales conceptos de “inconsciente” tiene relación con el valor explicativo predictivo clínico que la teoría puede tener y, como eso va cambiando a su vez, puede suceder que, por grados insensibles, en algún momento —cosa que no sé si ocurrirá o no, no lo afirmo— el inconsciente se desmerezca como concepto psicoanalítico en tanto otros conceptos se hagan más fuertes. Por ejemplo, en la posición kleiniana me parece que “objeto” y “objeto interno” de alguna manera han venido a empujar bastante al inconsciente clásico de la posición tradicional que este concepto ocupaba. Tengo también la impresión de que en el ámbito clínico, en el psicoanálisis contemporáneo la transferencia está ocupando un lugar realmente notable.

      Entonces, a la pregunta de cuál es el objeto del que el psicoanálisis se ocupa, habría que reemplazarla por la pregunta que inquiere qué teorías ha producido el psicoanálisis desde su creación hasta el momento, qué saltos ha habido en la producción de estas teorías y qué continuidades, para permitir hacer un análisis de toda la gama de conceptos y de objetos aludidos que el psicoanálisis puede presentar.

      Esta a mí me parece metodológicamente una posición realmente bastante más rica y prometedora. Por supuesto, transforma en un absurdo —que a veces se produce por razones profesionales— toda esa disputa acerca de si las teorías de Melanie Klein son realmente o no psicoanálisis. Y en parte también la actitud de los kleinianos, políticamente hábil pero científicamente ilegítima de hacerse pasar como meros traductores, con lenguaje “un poco diferente”, de todo el dictum de Freud en algunas de sus teorías, cuando realmente estaban


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