Epistemología y Psicoanálisis Vol. II. Gregorio Klimovsky

Epistemología y Psicoanálisis Vol. II - Gregorio Klimovsky


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de átomos.

      Esta es la razón por la cual me parece que esta faceta de la problemática que nos plantearon es un poco inútil; a mi entender, ella no es metodológicamente conveniente.

      Esto sin embargo no impide que todo un conjunto de conceptos se pueda ver, en relación con una disciplina, como tema “central”. Esto es una idea entusiastamente admitida en la semántica contemporánea, la de la “centralidad semántica” de ciertas teorías y conceptos. Quizás alrededor de “inconsciente”, de “interpretación”, de “transferencia”, de “libre asociación” y de unas cuantas cosas que podrían agregarse hay un núcleo “central” más o menos permanente e importante que conforma una significación estable. Esto es lo que quería comentar por el momento, lo de la base empírica en todo caso lo dejamos para una segunda vuelta.

      Rafael Paz: En primer lugar, en la cuestión de los epistemólogos, que es un fenómeno realmente interesante, yo establecería una diferenciación, una diferenciación de tipo descriptivo, sin entrar a profundizar acerca de las causas, lo cual daría para mucho, sobre todo para pensar el problema de las vicisitudes, los frenesíes y las modas de la intelectualidad argentina en épocas muy duras.

      La diferenciación sería entre epistemólogos propiamente dichos, y los “convocados”, de otras disciplinas, en virtud de la convergencia francamente extraordinaria de conocimientos que, teniendo origen en otras tierras, se da en el campo del psicoanálisis.

      Digo convocados porque alegorizando un poco la cosa, buscando las raíces, podría decirse que los psicoanalistas llamaron —llamamos— a una cantidad de expertos, que junto a ciertos beneficios produjeron un efecto —del cual se está en la convalecencia— de confusión.

      Confusión acerca de qué eran: si lingüistas, antropólogos, matemáticos, teólogos, latinistas, literatos, y si los expertos convocados, además de tales se constituían en psicoanalistas honoris causa.

      Esto mismo plantearía una necesidad epistemológica enorme, de establecer una demarcación en cuanto a las pertinencias de los invitados y de los dueños de casa, o —casi diría— de los ex-dueños de casa, porque ocurre en instituciones psicoanalíticas que los invitados se fagocitaron el tótem y ahora son maestros-psicoanalistas, y se ha producido una inversión tal que, si uno tuviera un espíritu de mayor amplitud que el mío, podría suscitar una cierta alegría en la medida en que: “¡qué interesante, cuántos analistas están aprendiendo psicoanálisis de no psicoanalistas!”...

      Como no poseo aún ese espíritu tan amplio y tengo ciertas dudas respecto de lo que ahí se juega, ese fenómeno me preocupa.

      Hablo por otro lado de convalescencia en la medida en que lentamente, lamiendo las heridas recíprocas, cada uno está como reubicándose.

      Claro, acá convergen problemas teóricos y problemas prácticos, de mercado, inclusive. Sin comentario, mención y punto y nada más, no para invalidar desde un economicismo chato la convocatoria interdisciplinaria, sino simplemente para marcar un problema que ha funcionado muy “a lo argentino”, es decir, con una mezcla de originalidad, de convergencia, de confusión, de creatividad y de superficialidad, en un magma bastante arduo de desentrañar.

      Reitero entonces que diferenciaría muy nítidamente entre expertos convocados interdisciplinariamente pero no de una manera armónica, sino desordenada, y epistemólogos que, por otro lado, eso es visible, con toda naturalidad se han mezclado en el corazón de la disciplina psicoanalítica, pero han mantenido su lugar, como se dice de las personas que son educadas: saben mantener su lugar, han mantenido su lugar, no se han confundido de ese modo.

      No estoy diciendo que este fenómeno sea en sí negativo, pero si que genera mucho trabajo para hacer, de decantación de cosas, de purificación, de recuperación de una cierta necesaria parsimonia, en cuanto a no quedar prendidos con alguna preocupación teórica de la última moda proveniente de otras disciplinas, virtualmente idealizadas, por otra parte, porque en general —y aquí establezco un nexo con lo que Klimovsky planteaba hace un rato, tomando la conceptualización de Kuhn respecto de las revoluciones científicas— trabajando sobre una disciplina inmadura es fácil que se produzca un efecto de fascinación hacia los que se supone vienen de otros lados donde la cosa está más clara, sobre todo cuando en esas otras disciplinas la formalización, por ejemplo, tiene ya años, y entonces sí se suscita una suerte de fenómeno análogo al de los indígenas frente a los colonizadores que vienen con sus cosas claras, con sus modelos, con sus posibilidades generalizantes, con sus rigores, y se pierden las complejidades, dudas y vicisitudes propias de las disciplinas de origen.

      Claro, puede darse una solución a este problema mediante un salto desde el complejo de inferioridad de los psicoanalistas invadidos, a sostener que el psicoanálisis es la disciplina que va a poner críticamente en tela de juicio a todo el resto del edificio de la ciencia.

      En realidad, creo que el psicoanálisis puede plantear preguntas muy interesantes, haciéndolo con cautela y definiendo con exactitud el punto en que se sitúa su sistema de preguntas, fundamentalmente, diría, en el territorio de una teoría crítica del sujeto y del problema de la subjetividad en el procedimiento científico.

      Respecto de la convocatoria maltratada de Aldo Melillo en lo que se refiere al objeto del psicoanálisis, no voy a referirme directamente a ella, sino indirectamente, para no generar una polémica fantasmal que me parece que daría lugar a malos entendidos.

      En rigor —tal como Klimovsky lo decía recién— si uno piensa en hitos esquemáticos, por supuesto, más correspondientes a una historia teórica del psicoanálisis, es decir, aquella que se puede definir retroactivamente cuando se tiene de algún modo acotado un campo maduro de pertinencia de método y de práctica, diría entonces que, marcando ciertos hitos en la elaboración freudiana, puede afirmarse que Freud al principio no tenía objetos sino objetivos.

      Tales objetivos desde el comienzo fueron nobles, y eso en la subjetividad de Freud funcionó como una suerte de drama: por un lado, búsqueda de eficacia terapéutica, pues él quería curar la neurosis, transformar la desdicha o el infortunio neurótico en sufrimiento común, y pensaba que el método que sucesivamente iba inventando, poniendo en obra, era más eficaz que los otros.

      Por otra parte, hace mucho tiempo que no escucho decir a los psicoanalistas, en reuniones públicas, como lo hacía paladinamente Freud: “Síganme, porque mi método es el que cura más”. Los psicoanalistas desde hace mucho tiempo dicen: “Nuestro método es el mejor porque es el más profundo, pero no el que cura más”, problema sumamente importante y serio que no es el objetivo de esta noche, pero en la Escuela de Psicoterapia creo que conviene marcarlo, por lo menos. Entonces, objetivo de Freud: curar. Pero no curar a ciegas, curar planteándose hipótesis acerca de los procesos en juego y de los medios de transformación.

      Surgen entonces las formas incipientes de la teoría de las neurosis, nombre puesto, como es sabido, en el primitivo Instituto Psicoanalítico de Berlín, por Numberg, que fue profesor de esa materia en la época en que aún no se había producido esta división académica, que luego fue tan tremendamente negativa en los institutos psicoanalíticos: era una división funcional de tareas.

      Teoría incipiente de las neurosis, constituida en muchos aspectos por hipótesis ad hoc, es decir, que servían como medios de abordaje para la travesía que estaba en juego, para un proceso terapéutico lanzado. Pero una hipótesis ad hoc que, y ahí viene la otra preocupación freudiana, se intentaba referir siempre al contexto general de la cientificidad: preocupación por constituir el psicoanálisis como un saber consistente, un saber científico.

      En el sujeto Freud y en los escritos, que es lo que tenemos para trabajar, esto no ha sido siempre coincidente, casi uno podría llegar a decir que no ha sido nunca del todo coincidente y no puede ser nunca del todo coincidente.

      En la misma época en que escribía Proyecto de una psicología científica, por ejemplo, trabajaba en la clínica con hipótesis ad hoc que eran totalmente distintas de las que ahí se esbozaban; el problema era que en la medida en que consideraba que el terreno de la cientificidad estaba dado por eslabonamientos explicativos en un plano neurológico o neurofisiológico,


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