Eslabones del mundo andino. Yoer Javier Castaño Pareja

Eslabones del mundo andino - Yoer Javier Castaño Pareja


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de animales en pie y grandes recuas con mantenimientos llegaban constantemente a este territorio aurífero, a pesar de que algunos de sus mineros poseían en la cercana vega de Supía algún ganado vacuno para su autoabastecimiento y de que ingresaban cerdos desde la adyacente jurisdicción de Arma.

      Para 1582, se calculaba que existían en los distritos auríferos de Marmato, Quiebralomo, Riogrande, Pícara y Mapura veinticuatro vecinos, cuyas cuadrillas sumaban más de mil esclavos. A esta población se agregaban algunos centenares de indios que laboraban en las minas a cambio de un jornal.En la visita practicada por el oidor Lesmes de Espinosa y Sarabia a dicha zona en 1627,75 se estableció que un negro o indio de mina llegaba a consumir media arroba de carne por semana; es decir, unas doce libras. Por lo tanto, es posible que para aquel entonces aquella mano de obra consumiera entre veinticinco y treinta reses a la semana, es decir, entre mil trescientos y mil quinientos sesenta novillos por año, cuyo costo por cabeza oscilaba entre seis y ocho patacones.

      Entre 1630 y 1670, como consecuencia de la aguda crisis de la actividad aurífera que golpeó el territorio neogranadino, decayó el comercio de ganado hacia los centros mineros anteriormente aludidos. Para entonces, solo se realizaron esporádicas sacas de ganado hacia esas zonas pauperizadas y semidesiertas, cuyos pocos habitantes estaban sumidos en la iliquidez y ahogados por las deudas. En general, descendió y emigró la mayor parte de la población de los distritos mineros y disminuyó el nivel de consumo, en parte como consecuencia de una expansión de las actividades agrícolas de autosubsistencia.

      Por lo tanto, la capacidad de consumo de estas áreas se contrajo completamente por estos años, ya que a esta escasez de capital iban ligados otros dos fenómenos, como lo fueron el desplazamiento de la disminuida mano de obra esclava hacia otras zonas para llevar a cabo nuevos cateos y exploraciones de mineral y el cese de nuevas introducciones de cautivos puesto que sus precios se habían triplicado para ese entonces, ya que el valor de una sola pieza había pasado de doscientos a seiscientos pesos como consecuencia de la disminución de importaciones de esclavos que se produjo con la separación de Portugal y por la puesta en marcha del sistema de asientos implementado por la Corona, que había incrementado exponencialmente el costo de este tipo de mano de obra.

      Como refiere Germán Colmenares, la interrupción de la trata de negros a partir de 1640 fue un golpe definitivo para los propietarios de Cáceres, Zaragoza y Remedios. Sin embargo, hacía muchos años que la introducción de esclavos se había reducido al mínimo y ya no bastaba para sustituir a los que se iban muriendo. En 1633 había apenas veinticinco propietarios con doscientos veinticinco esclavos en Zaragoza, allí en donde una generación atrás se habían contabilizado trescientos propietarios con casi cuatro mil negros cautivos.76 Al mismo tiempo, una porción considerable de la fuerza de trabajo que antes era ocupada en las minas fue transferida a laborar en sementeras, hatos y trapiches de miel para así disminuir los costos de una actividad económica que estaba rindiendo muy pocos dividendos, tal como había acontecido entre los vecinos de Popayán, Caloto, Barbacoas y Almaguer durante 1654, cuando le solicitaron a la Real Hacienda que les permitiera continuar pagando el veinteno en vez del quinto, pues se hallaban muy cortos de recursos pecuniarios para alimentar y vestir a sus cuadrillas, adquirir herramientas, pagar salarios de mayordomos, realizar los pagos forzosos de doctrinas y cancelar los derechos de corregimientos.77

      Como puede observarse en las diversas peticiones enviadas al Consejo de Indias por los vecinos de Zaragoza, Cáceres y Anserma entre 1616 y 1647 (en las que constantemente se reiteraban las palabras “pobreza”, “carestía” y “disminución de caudales”), una vez concluido el período de apogeo aurífero se volvió insostenible para los mineros el ritmo de gastos que habían tenido hasta unos años atrás en la adquisición de mantenimientos, pertrechos y fuerza de trabajo esclava, todos ellos elementos que de por sí habían tendido a adquirir a precios muy elevados dadas las tremendas dificultades y altos costos que implicaban su transporte y distribución hacia estos destinos que dependían casi completamente de territorios foráneos para garantizar su subsistencia.78

      La drástica caída demográfica de la mano de obra indígena (que tan solo en Cáceres en un lapso de quince años había sido de un 80%) no solamente había generado la ruina de los pocos encomenderos del área por la reducción de sus demoras (que para entonces percibían en oro en polvo), sino que había incidido en el aumento exponencial del precio del maíz, pues a su cultivo y cosecha había estado dedicada la mayor parte de la población indígena tributaria de aquellos contornos. Por eso, con la desaparición gradual de estos naturales también mermó una base importante de sustento agrícola. Asimismo, al escasear el oro los mineros fueron abrumados por las deudas y empeños que habían adquirido con mercaderes y tratantes, por lo que se vieron obligados a desplazar sus cuadrillas a otras zonas, a mudarse con sus capitales a otras poblaciones como Cartagena y Mompox, y a paralizar sus gastos de inversión en nueva mano de obra, herramientas de trabajo y cateo de nuevos yacimientos.

      Lo poco que se lograba extraer en aquellos tiempos de crisis ni siquiera alcanzaba para sostener a unas cuadrillas que se iban reduciendo cada vez más y más por la muerte de sus miembros, su huida y cimarronazgo o su traslado masivo hacia otros espacios más promisorios, rentables y menos caros. Con el declive de la producción aurífera (que tan solo en Cáceres había mermado en un 65% en 1638) también se interrumpió el comercio y los mercaderes asistieron cada vez menos a estas poblaciones en bancarrota, pues ya no circulaba como antes aquel dorado mineral a cuya “voz de su abundancia se trajinaban las demás cosas”.79

      Del mismo modo, en estos períodos adversos se incrementó el contrabando de este mineral, pues los mineros y mercaderes lo sacaban en polvo subrepticiamente para convertirlo en filigranas en la villa de Mompox o en la ciudad de Cartagena, lo que lógicamente agudizó la disminución de ingresos para la Real Hacienda. Como última esperanza para tratar de atenuar las crecientes necesidades les quedaba a los mineros esperar que el monarca los eximiera de pagar gabelas como la media anata, el derecho de puertos o que por lo menos les permitiera pagar el quinceavo o el veinteno en vez del quinto por derechos de fundición y ensaye. También se esperaba que cesaran las visitas a dichas poblaciones de jueces y oidores de la audiencia que tantos gastos generaban por concepto de pago de comisiones y salarios. Sin embargo, estas medidas a las que siempre accedía el monarca resultaban ser meros paliativos que no lograban sofocar el hambre y despoblamiento que padecían estos lugares ni frenar la espiral de endeudamiento en que los mineros se encontraban sumergidos.80

      En 1678, en su escrito Descaecimiento universal de las provincias del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales, el oidor de la Audiencia de Santafé (don Antonio de Mata Ponce de León) le informó al monarca Carlos II que desde hacía varias décadas la economía neogranadina se encontraba en un notorio estado de postración dada la conjunción de factores como el colapso de la actividad aurífera, el hundimiento del comercio de perlas y esmeraldas, las rencillas internas que por entonces corroían los poderes civil y eclesiástico, y la hecatombe de la población indígena.81

      Tal como se expresa fragmentariamente en otros manuscritos contemporáneos, este funcionario atribuía esta decadencia fundamentalmente al descenso de los naturales como consecuencia de su muerte o de su huida hacia territorios inexplorados o hacia la misma Audiencia de Quito. La permanencia de los servicios personales y otras extorsiones cometidas por encomenderos, doctrineros y corregidores (que violaban flagrantemente las Leyes de Indias) eran consideradas por entonces como las causas de la desaparición de aquella fuerza de trabajo libre que tan vital resultaba para el sostenimiento material del reino. Esta situación de escasez de fuerza laboral se había agravado por la imposibilidad de los mineros de acceder en su reemplazo a negros esclavos que pudieran explotar los recursos naturales, dada la pobreza y escasez de capitales que los aquejaba. Desde aproximadamente 1640 el sistema de asientos impuesto por la Corona había hecho que se triplicara el precio de cada pieza importada. Para remediar todo esto, Mata Ponce de León le propuso al rey que se implementaran varias medidas, tales como eliminar el sistema de asientos vigente, abrir los puertos de Maracaibo, Cartagena y Portobelo para la libre introducción


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