Eslabones del mundo andino. Yoer Javier Castaño Pareja

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del oro neogranadino, el movimiento de la plata peruana, la distribución de los tejidos quiteños, el flujo de mercancías peruanas en el territorio chocoano a través del tráfico transpacífico y las redes diádicas, clientelares, profesionales y políticas que se tejieron entre neogranadinos y quiteños.

      Plan de trabajo

      Para la elaboración de esta investigación su autor se ha divorciado de los rígidos enfoques tradicionales ya señalados, escudriñó acervos documentales a uno y otro lado de las enunciadas fronteras nacionales y recorrió este espacio para tratar de comprender el alto grado de dinamismo e integración que tuvo durante el marco temporal delimitado. Además, con el auxilio de las herramientas y técnicas aludidas, se ha intentado iluminar terrenos de investigación que habían sido omitidos, olvidados o minimizados por el peso de esquemas conceptuales reduccionistas. Como resultado de este proceso heurístico y hermenéutico, se ha producido un texto compuesto por seis grandes capítulos que fueron organizados por parejas en tres grandes líneas temáticas.

      En los dos primeros capítulos se estudian las características, vicisitudes y magnitudes del abasto cárnico en los dos grandes ejes coordinadores (distritos mineros y centros urbanos) que –por las funciones ya citadas– estimularon la producción y el comercio pecuario (al igual que la proliferación de algunas industrias subsidiarias) en los valles interandinos del río Cauca y la cuenca superior del Magdalena. Junto con esto, se analizan las pautas de consumo imperantes y se delimitan los espacios con los que establecieron articulaciones. Asimismo, se escudriñan los factores que provocaron diversas oscilaciones en los precios del ganado en pie y sus productos derivados y se mencionan algunas de las rentas e ingresos generados por la comercialización de la carne, el sebo y los cueros.

      En el tercer capítulo se exploran algunos de los diversos sujetos que conformaban la cadena de la distribución. Es decir, aquí se examina la red de tratantes y agentes intermediarios que (con auxilio de sus conocimientos empíricos y relaciones clientelares) enlazaban las zonas de producción pecuaria con las de consumo. Además, se abordan los diferentes sistemas de pago y medidas de valor que permitieron la circulación del ganado desde unos sectores hacia otros en una economía que se caracterizaba por estar muy poco monetizada. Por tal razón se enfatiza en la utilización recurrente del oro en polvo para llevar a cabo este tipo de transacciones. En el cuarto capítulo se examina el sistema de caminos por los que se llevaba a cabo el tráfico pecuario y de otras mercaderías. Se señalan las dificultades que debían superarse habitualmente a lo largo de estas redes viales, las estrategias cotidianas que se implementaban para trasladar los hatos de vacuno hacia los mercados y los diferentes gastos que exigía el transporte de tales semovientes. A la par, se aborda el comercio clandestino de vacunos desde las dehesas del Alto Magdalena hasta Popayán y Quito a través del territorio de los indios paeces y los esfuerzos de las autoridades santafereñas para frenarlo puesto que iba en desmedro del abasto ganadero cotidiano de esta capital.

      Los dos últimos capítulos hacen hincapié en los factores constituyentes de las diversas heredades de producción pecuaria existentes tanto en las llanuras del río Cauca como en las del Alto Magdalena. Se analizan entonces los rasgos geomorfológicos de cada uno de estos espacios así como algunos de los elementos que incidieron en el surgimiento de estancias ganaderas en estas áreas. También se alude a las características de la mano de obra, a los sistemas de trabajo imperantes y a los principales capitales que conformaban estas unidades de producción, y se examinan los múltiples sucesos coyunturales que llevaron a que durante la primera mitad del siglo XVIII la producción ganadera del valle del Cauca diversificara su actividad productiva y a que los pastizales de los valles de Neiva, Timaná y La Plata comenzaran a ocupar un papel secundario en el aprovisionamiento cárnico de Santafé.

El ámbito del consumo

       Capítulo 1. Las políticas del abasto durante el período colonial y el sistema de aprovisionamiento de las zonas auríferas del primer ciclo de auge de la minería neogranadina

      Según el Diccionario de autoridades, el abasto consistía en “la provisión conveniente y necesaria para el mantenimiento común de algún pueblo”. Durante el período colonial, se consideraba como uno de los aspectos más relevantes para el buen gobierno de las ciudades, villas y de la “república” en general garantizar el suministro regular de los elementos de consumo alimenticio de primera necesidad, como lo eran los granos y la carne. En diferentes textos de aquel período continuamente se resaltaba que las autoridades municipales, como delegados del Rey, debían ser proveedores y protectores de los vasallos. Con miras a ello, debían velar por el buen funcionamiento del suministro alimenticio de las ciudades a su cargo, pues era uno de sus primeros deberes como “padres de la república”. Asimismo, esta era la mejor estrategia para ganar el respeto y la estima popular, y el modo más idóneo de mantener la obediencia de los vecinos y evitar los temidos tumultos, sediciones y motines de subsistencia.

      Jerónimo de Bovadilla, autor del escrito titulado Política para corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de que guerra, dedicó una buena parte de su obra no solamente al abasto de los granos, sino también al de la carne. A lo largo de las páginas enfocadas en el suministro de las carnicerías y los rastros municipales explicó todo lo concerniente a la manera en que se debía licitar la provisión pecuaria de las urbes, la función del obligado del abasto, el deber del cabildo de vigilar el beneficio, distribución y precio de la carne y la obligación de las autoridades municipales de no verse inmiscuidas en fraudes y negocios turbios alrededor del suministro de los rastros locales. Todas estas prácticas (tal como se deja ver tras bambalinas en dicho escrito) estaban legitimadas tanto por imaginarios religiosos judeocristianos (entre ellos la condena a la usura) como por el derecho romano.39 Y es que en aquella sociedad estamental de antiguo régimen existían una serie de preceptos tradicionales que no solamente regulaban las relaciones entre los diferentes miembros de la comunidad, sino que también establecían obligaciones mutuas entre los diversos estamentos que la componían, para que así funcionara de una manera armónica. Estas concepciones no solamente estaban legitimadas por principios religiosos, sino también por una serie de leyes paternalistas que las autoridades gubernamentales estaban obligadas a acatar para evitar el acaparamiento, supervisar los mercados, proteger al consumidor y, por ende, mantener el orden social. El atropello a estas prácticas sociales consuetudinarias y la violación de los acuerdos tácitos que componían “la economía moral de la multitud” podían convertirse en el detonante de violentos alzamientos populares.40

      En fin, tal como lo han resaltado diferentes autores, el gobierno local, en representación del Rey, debía ser garante del bien común y como tal debía asegurar los suministros a la población. La organización de los abastos garantizaba el adecuado aprovisionamiento de la ciudad y permitía un control de los precios, y era, a su vez, uno de los presupuestos de la llamada paz social. En términos más generales, la operación apropiada del abasto cárnico expresaba el derecho de los ciudadanos a un orden cívico armónico. De tal forma, los motines por falta de alimentos o carestía estaban controlados con la acción paternalista de la Corona, pero al mismo tiempo la garantía de precios bajos en la urbe permitía asegurar la demanda de productos, cuestión que en definitiva favorecía el ingreso de gabelas a las arcas municipales y reales. El abasto controlado fue una parte no cuestionada y una característica integral de la vida municipal durante el período colonial, que se fundamentó en la premisa de que timarían a los consumidores en el mercado a menos que las ventas estuvieran estrechamente reguladas por las autoridades.41

      La ganadería desempeñó entonces un papel protagónico en el abasto de los rastros municipales y en el aprovisionamiento alimentario de las zonas mineras. Pero la importancia de este sector productivo transcendía los fines meramente alimentarios, puesto que no hay que olvidar que proveía al comercio animales de carga y de transporte, surtía a los pequeños trapiches de una importante fuerza motriz que resultaba necesaria para la molienda de la caña dulce (materia prima a partir del cual se producían aguardiente y mieles) y proveía a las poblaciones de


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