Eslabones del mundo andino. Yoer Javier Castaño Pareja

Eslabones del mundo andino - Yoer Javier Castaño Pareja


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ganadera como a la concentración de la mayor parte de su población esclava africana en las tareas mineras. Durante sus períodos de efímero esplendor estos ejes coordinadores atraían las granjerías necesarias para la subsistencia humana desde conjuntos geográficos que estaban más allá de los límites provinciales. El incremento de la capacidad de gasto, las diferenciales pautas de consumo y la especulación con los precios imperantes durante sus lapsos de bonanza en los distritos mineros espoleaban la circulación interior. El dinamismo de estos nuevos centros auríferos estimulaba el tráfico de diversas mercancías domésticas y extranjeras, la consolidación de eslabones económicos internos, la movilidad de personas y capitales y la emergencia de ciertas industrias de transformación.

      Desde una u otra actividad económica especializada varias regiones de los Andes septentrionales fueron alcanzadas y se integraron a los deslumbrantes (aunque espasmódicos) efectos de arrastre que emanaban desde tales centros articuladores. Lo que se decía sobre aquellos lugares bañados en oro estimulaba la imaginación y la codicia de pobres y ricos, de débiles y poderosos. Individuos de todas las raigambres anhelaban el enriquecimiento personal que súbitamente ofrecían esos territorios misteriosos de los que tanto se rumoreaba en los puertos fluviales. Las riquezas emergentes llegaron a ejercer sobre muchos sujetos de la costa, la tierra caliente, los valles interiores y el altiplano un encanto irresistible, casi hechiceril. Como sucedió más tarde en los focos mineros del interior del Brasil, la fiebre del oro produjo alucinaciones en muchas mentes ansiosas de una fortuna.47

      Las conquistas de Gaspar de Rodas en el Bajo Cauca antioqueño (en las cuencas de los ríos tributarios Porce y Nechí) abrieron una nueva frontera minera a partir de 1580 con el hallazgo de los yacimientos excepcionalmente ricos de Cáceres y Zaragoza. Posteriormente, las riquezas de los aluviones del río Nechí atrajeron a los habitantes de Remedios (la mayor parte proveniente del oriente neogranadino) quienes hacia 1590 mudaron la ciudad hacia esa zona y tropezaron con filones muy productivos. La década de 1590 fue testigo de un auge sin precedentes en la producción de oro en el Nuevo Reino de Granada y, a la par, fue el momento de mayor concentración de esclavos en los distritos aludidos. Parafraseando a Germán Colmenares, al finalizar el siglo XVI la importancia de la producción de Zaragoza, Cáceres y Remedios había relegado a un segundo lugar la de los distritos más antiguos de Buriticá, Cartago, Anserma, Pamplona, la región del río del Oro y los placeres de tierra caliente del distrito de Santafé (Vélez, Tocaima, Ibagué y Mariquita) cuya decadencia era notoria para aquel entonces debido a la escasez de mano de obra indígena y a las anticuadas técnicas de extracción del mineral. Así que a partir de 1580, la producción de oro se recuperó y sobrepasó los niveles de 1565-1570.48

      En palabras de Vásquez de Espinosa, un par de décadas después de su fundación (en 1581) había en el distrito minero de Zaragoza una población compuesta por trescientos mineros españoles y por tres mil o cuatro mil negros cautivos que llevaban a cabo las actividades extractivas en los ricos depósitos y veneros aluviales de los ríos Porce, Nechí y sus fuentes de agua tributarias.49 Cada año se sacaban de allí entre trescientos y quinientos mil pesos de buen oro. Y aunque poco más de la tercera parte de este mineral producido se contrabandeaba, entre 1580 y 1620 había ingresado en la caja real de esta sola ciudad casi medio millón de pesos por concepto de fundición y ensaye, escobilla, alcabala y “otras rentas y aprovechamientos reales”. Fue tal la fama que adquirió en ese entonces como epicentro aurífero y “población muy opulenta”50 que sus minas de oro corrido no solo llegaron a ser consideradas “las más ricas y mejores que se han hallado de oro en las Indias” sino que hasta allí se desplazaron muchos sujetos con sus respectivas cuadrillas provenientes de otras áreas neogranadinas y de territorios foráneos circunvecinos como Veraguas (en Panamá). Además, en su fase de mayor esplendor, comerciantes con grandes canoas cargadas de mercancías se apresuraron a llegar desde Cartagena y Mompox para aprovecharse de los elevados precios que allí adquirían las vituallas y granjerías.51

      Por su parte, la ciudad de Cáceres (que se encontraba a treinta leguas al occidente de Zaragoza) fue fundada en 1576 por el gobernador Rodas en una colina distante una legua de la orilla derecha del Cauca y a tres leguas río arriba del puerto fluvial del Espíritu Santo.52 Sin embargo, al juzgar por una petición hecha por Luis de Sotomayor (procurador general de Cáceres) para 1590 dicha ciudad se había trasladado seis leguas hacia el norte para facilitar la entrada (a través del río Cauca y sus afluentes) de mayor cantidad de mercaderías como carne, tasajos y sal desde Mompox, Tamalameque y Tenerife.53 El consumo de estos productos resultaba indispensable para el sustento de los españoles y de las cuadrillas de esclavos que habitaban dicho distrito minero en donde el oro se lavaba en banas y estrechos playones inundables a lo largo del río Cauca y en varios de sus tributarios como el Nurí, el Puquí, el Purí y el Rayo. En una relación de 1583 esta población fue caracterizada como “una tierra falta de comida”, de “poca fruta” y donde no había cría de ganados. Pero a pesar de ello, para ese entonces había ciento cincuenta negros trabajando en sus placeres auríferos54 y un cuarto de siglo después la población esclava que laboraba en aquellas minas de aluvión se había duplicado.55 Para 1595, dicha ciudad le había entregado a la Corona casi diez mil pesos en impuestos, la mayor parte de los cuales (el 60%) se originaba en gravámenes sobre la actividad minera.56 Y si ha de creerse lo expresado por fray Pedro Simón, entre 1580 y 1618 ingresaron a la caja real de Cáceres más de ciento veinte mil pesos por concepto de gravámenes sobre el oro fundido, ensayado y marcado.57

      Entre tanto la ciudad de Remedios había sido fundada en 1559 por Francisco Martínez de Ospina en el valle de Corpus Christi (gobernación de Mariquita) pero fue reubicada varias veces hasta que en 1592 se le asentó a poca distancia de la población vecina de Zaragoza, en un territorio “de temperamento cálido y enfermo, de terreno áspero, montuoso y lleno de pantanos, pero muy abundante de lavaderos de oro”.58 El descubrimiento de los depósitos de veta y aluvión de esta zona desencadenó una de las mayores fiebres del oro que ocurrieron en el Nuevo Reino de Granada, pues españoles con cuadrillas de esclavos se lanzaron a la nueva Remedios desde Cartagena, Antioquia y Mariquita.59 Durante sus primeros años, las minas de esta zona producían anualmente más de ciento cincuenta mil pesos en oro60 y, según refiere una “relación sumaria” que yace en el Archivo de Indias, un año después de su reasentamiento se creó en dicha ciudad una caja real, a cuyas arcas ingresaron (entre septiembre de aquel año y abril de 1608) poco más de 281.870 pesos por concepto de diezmos de oro en polvo, fundición y ensaye.61 Para 1595, habitaban en esta ciudad y su jurisdicción alrededor de mil quinientos esclavos, el 80% de los cuales se dedicaba al laboreo de las minas y el 20% restante (junto con algunos indios encomendados) al beneficio de algunas rozas y sementeras.

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      Fuente: Sluiter, The gold and silver of Spanish América c. 1572-1648, Berkeley, Bancroft Library - Universidad de California, 1998, pp. 109-110, 119-124.

      Estas áreas, especialmente durante sus efímeros períodos de esplendor, no solo producían el oro que estimulaba todo tipo de comercio y transacciones, sino que también se convertían en focos de atracción de miles de personas que en su calidad de mano de obra (esclava o concertada), mineros, señores de cuadrilla o simples comerciantes itinerantes se asentaban allí de manera transitoria o permanente para extraer, adquirir o beneficiarse de aquel preciado metal. Como es lógico, los miles de personas allí aglutinadas requerían ser provistas de los géneros indispensables para su sustento cotidiano y de aquellos bastimentos “necesarios para la conservación y labor de dichas minas” como lo eran los negros esclavos, las herramientas de trabajo y los animales de labor. De los objetos de consumo alimenticio los más importantes, imprescindibles y más demandados eran la carne, el maíz y el plátano.

      Estos tres elementos conformaban el sustento alimenticio de la fuerza de trabajo que laboraba en las minas (de filón o de aluvión) pues proporcionaban los carbohidratos, las proteínas y los minerales que requerían las cuadrillas para sobrevivir y para llevar a cabo las duras faenas cotidianas.


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