Eslabones del mundo andino. Yoer Javier Castaño Pareja

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ellos mismos a sus cuadrillas y con ello depender cada vez menos de las importaciones de bovinos realizadas desde el valle del Cauca. Ello les posibilitaba endeudarse mucho menos con los tratantes payaneses, ahorrar dinero para invertirlo posteriormente en la adquisición de nueva mano de obra o en el cateo de posibles yacimientos auríferos y enfrentar con mayor solidez las crisis de mantenimientos que constantemente afligían a tales espacios.

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      Fuente: Elaboración propia.

      Por otra parte, dado que tales zonas de pastizales se ubicaban en el camino que comunicaba la provincia de Antioquia con la gobernación de Popayán fueron destinadas por algunos tratantes y ganaderos payaneses tanto para establecer estancias especializadas solamente en la ceba y engorde de los bovinos provenientes del valle del Cauca como para la estancia temporal de estos rumiantes foráneos, los cuales una vez se recuperaban de la despeadura y recobraban peso proseguían su trayecto hacia las áreas mineras septentrionales. La producción aurífera por entonces en auge no solo estimuló el establecimiento de heredades ganaderas con los mencionados propósitos en el seco norte de las llanuras del valle de Aburrá, sino que propició allí mismo la emergencia de industrias de transformación de las materias primas que ofrecía el ganado, tales como la salazón de carnes (muy en boga en el sitio de La Tasajera, de allí su nombre) y la elaboración de embutidos. Del mismo modo, la demanda cárnica incitó a la mercantilización de los cientos de bovinos montaraces que para la primera mitad del siglo XVII habitaban en el llano de Guayabal y el sitio de Güitagüy (al sur del valle de Aburrá).68 Para 1675, don Miguel de Aguinaga (gobernador de la provincia de Antioquia) consideraba que existían treinta hatos con sus “rancherías y estancias” en el valle de Aburrá y que a lo largo de sus dehesas pastaban más de treinta mil reses.69

      Las sabanas aluviales del Bajo Magdalena igualmente sirvieron de despensa alimentaria para los centros auríferos antioqueños. Desde esa zona no solo llegaban ganados en pie y productos derivados, sino también el maíz (que tanto se demandaba para el sustento de personas y animales domésticos) y la sal, cuyo consumo es vital para cualquier ser vivo y que para aquel entonces era requerida para curar la carne y evitar así su descomposición en esos parajes húmedos y tropicales. Así, para finales del siglo XVII, desde el hato de Aguachica (que hacía parte de la jurisdicción de Ocaña –gobernación de Santa Marta–) se sacaban cerdos para comercializarse en Zaragoza,70 y a la ciudad de San Jerónimo del Monte, que había sido fundada en 1584 en “una pequeña sabaneta, tierra llana”, le entraban la mayor parte de sus mantenimientos desde la zona del Bajo Magdalena a través del río San Jorge, un tributario del Cauca. Otro mercado importante para los géneros ganaderos provenientes del Bajo Magdalena lo era la ciudad de San Francisco de Nuestra Señora la Antigua del Guamocó (fundada por Juan Pérez Garavito en 1611), en la cual se hallaron placeres auríferos de oro “muy subido” que comenzaron a ser labrados por negros esclavos introducidos desde Zaragoza, distante a veinte leguas o seis días de camino. El hallazgo de estos placeres (localizados al oriente del río Nechí en la densa selva pluvial de la cuenca del alto Tigüí) suscitó una fiebre del oro similar a la que se había presentado años atrás en Remedios y, como era usual, numerosos mineros de otras latitudes concurrieron con sus cuadrillas para mejorar sus caudales, y negociantes de toda laya metieron allí “todo lo necesario de comidas y vestidos” sin que se los impidiera el mal estado de los caminos de acceso a esta población.71

      No debe pasarse por alto que las necesidades de aprovisionamiento de los distritos auríferos antioqueños del norte y de las áreas mineras meridionales payanesas más antiguas de Anserma, Chisquío, Jelima, Almaguer y Quinamayó (que por aquel entonces se encontraban en recesión, mas no en quiebra) contribuyeron a que se masacraran los más de cuarenta y dos mil animales cimarrones que a principios del siglo XVII existían dispersos a lo largo de las porosas jurisdicciones de Buga y Cartago. En efecto, el auge minero provocó que el recurso natural gracioso que representaban estos bovinos silvestres se volviera rentable sin que en ello se invirtiera capital y ni siquiera conocimientos técnicos, pues los vacunos en pie se enviaban para su sacrificio a dichos mercados o las hembras con sus terneros eran atrapados para repoblar los hatos de la zona. Al mismo tiempo, sobre todo en aquellos distritos mineros payaneses se comercializaban materias primas, tales como el cuero, la carne fresca y salada y su sebo. También se masacraban estos animales para obtener la gordana que se precisaba para elaborar cargazones de jabón, un producto altamente demandado en los espacios urbanos adyacentes. Posiblemente, la alta oferta de subproductos derivada de la matanza de tales reses montaraces influyó para que su precio se mantuviera relativamente estable (y en algunos casos con tendencia hacia la baja) en las minas de Chisquío durante el lapso comprendido entre 1605 y 1613, tal como puede inferirse de la lectura de la siguiente tabla.

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      Fuentes: ACC, Signatura: 680 (Col. c1-4dt; ACC, Signatura: 689 (col. c1-4dt); ACC, Signatura: 8086 (Col.c1. 21dt), f. 1r; ACC, Signatura: 31 (Col. c1. 4dt), f. 6r.

      Asimismo, la pujante actividad aurífera de aquellos años aceleró el ritmo de otorgamiento de grandes mercedes de tierras en el valle del Cauca durante las tres últimas décadas del siglo XVI para que se destinaran a la ganadería extensiva. Los repartos de grandes heredades en esta zona favorecieron especialmente a las opulentas familias de los Cobo, Astigarreta, Palomino, Rengifo y Barbosa, quienes se hallaban vinculados con el tráfico de ganados no solo hacia las áreas mineras aludidas sino también hacia Popayán y la Audiencia de Quito. En 1574, Diego Fernández Barbosa, quien unos años después se convertiría en el más importante comerciante de ganados vallecaucanos en las minas de Antioquia y en abastecedor del centro aurífero de Remedios (y quien estaba emparentado con grandes familias terratenientes de aquélla zona como los López de Ayala y los Lemos Aguirre), recibió del gobernador de Popayán, don Jerónimo de Silva, una merced sobre las entonces yermas y despobladas tierras ubicadas entre la quebrada de las Cañasgordas y el río La Paila (entre las jurisdicciones de Buga y Cartago) en donde llegó a poseer hasta veintiséis mil cabezas de ganado vacuno, montaraz en gran parte. Once años después aquel individuo expandió aún más su heredad con otra dádiva otorgada por dicho gobernador que comprendía terrenos ubicados entre los ríos Tuluá y Morales.72

      Fernández Barbosa llegó a poseer otra estancia destinada para la crianza y ceba de reses en el norte del valle de Aburrá (los potreros de Barbosa) y fue dueño de mulas en las Sabanas de Cancán, las cuales vendía para las labores cotidianas en las minas de Los Remedios. Con los ganados que criaba en Buga, Aburrá o que les compraba a pequeños propietarios de Rionegro llevaba a cabo transacciones no solo con ayuntamientos sino también con particulares. En 1592, le vendió al minero Fernando Beltrán de Caicedo ciento diez novillos, a cinco pesos cada cabeza. Del mismo modo, vendía ganados en diversos parajes de la gobernación de Popayán. En 1606, dio poder a Pedro Venegas para vender mil cabezas en distintos lugares de este territorio, adquiridas todas por el capitán Pedro Velasco, quien residía en Cajibío.73

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      Fuente: Sluiter, The Gold and Silver… pp. 109-110, 119-124.

      Y aunque la producción minera de la jurisdicción de Anserma padeció muchos altibajos durante la primera mitad del siglo XVII (tal como se aprecia en la gráfica anterior), de todas formas su relativa estabilidad material continuó siendo un incentivo para la producción pecuaria y manufacturera de Cartago, Buga, Cali y Roldanillo durante esos años. Los mineros y las cuadrillas de esa zona siempre dependieron de las mercancías y vituallas provenientes de estas dehesas, lo cual era facilitado no solamente por la corta, fácil y rápida comunicación fluvial entre uno y otro punto por pequeñas canoas que en aquel segmento recorrían el río Cauca, también porque ambos espacios


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