Eslabones del mundo andino. Yoer Javier Castaño Pareja

Eslabones del mundo andino - Yoer Javier Castaño Pareja


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hacia naciones enemigas de la corona castellana, los fraudes cometidos por algunos funcionarios de la Real Hacienda y la producción de oro en polvo (tan apreciado por todo tipo de mercaderes) que eludía la amonedación y acuñación en las cajas reales, y por ende, no pagaba el quinto real. Y aunque el oro amonedado y acuñado tendía a ser vehículo del intercambio únicamente en las más altas esferas del comercio y solo estaba a disposición de unos pocos y privilegiados agentes económicos, era utilizado como un instrumento de la medida de valor incluso en aquellas transacciones en las cuales no se hacía uso del dinero, lo que era recurrente en una economía preindustrial caracterizada no solamente por carecer de completa libertad y autorregulación (dada la injerencia de diversos agentes extraeconómicos), sino también por la coexistencia y superposición de la economía natural con la monetaria.13

      Los ejes articuladores y vertebradores que jalonaban dicho tipo de comercio interno interprovincial y que por ende daban pie a enlaces y encadenamientos (directos o indirectos) sobre diversos conjuntos geográficos proveedores de medios de producción y de vida estaban constituidos por tres prototipos heterogéneos y complementarios entre sí. En primer lugar, aquellos mercados que he denominado como permanentes, conformados por capitales como Santafé y Quito, ambas sedes de audiencia, en las que residía continuamente el poder político y religioso de aquellas unidades administrativas y que poseían una economía mucho más diversificada o con mayor acceso a diversos tipos de rentas e ingresos. Estos eran centros urbanos que crecían constantemente espacial y demográficamente y cuya demanda de ganado en pie y sus productos derivados escapaba a las posibilidades de suministro de las fuentes cercanas. Así que su relevancia en términos poblacionales y administrativos les daba un lugar de primer orden como centros de demanda y núcleos de consumo de medios de subsistencia.

      Además, estos espacios eran nodos comerciales de alto nivel que se caracterizaban por tener en su mercado una amplia variedad de bienes, poseer una cantidad significativa de establecimientos dedicados al comercio, contar con más grandes volúmenes de negocios y sostener mayor número de intercambios en el mercado interregional. Al mismo tiempo, estos epicentros captaban en sus cajas reales centrales el oro amonedado y acuñado que provenía de otras provincias y eran los canales que vinculaban a aquel fragmento de los territorios de ultramar con la metrópoli, lo cual les permitía tener acceso a los medios de cambio necesarios para saldar los grandes volúmenes de importaciones que controlaban los comerciantes asentados en tales capitales.14 Así que la relativa estabilidad material de dichas capitales y su capacidad de captación del oro las dotaba de una capacidad de compra que las hacía muy atractivas para la oferta ganadera. Solamente en la ciudad de Quito este ganado era requerido con varios fines: 1) abastecer los rastros locales, 2) satisfacer la demanda de las órdenes religiosas asentadas en esta capital (y que también tenían el papel de revendedoras de ganado), 3) obtener a cambio de los animales, la plata, el oro en polvo y los tejidos que circulaban en este centro urbano, 4) aliviar sus recurrentes crisis de mantenimientos y 5) suplir la demanda de los tratantes de ganados asentados en la villa de Ibarra y sus llanos de Carangue y Cayambe.

      El segundo ámbito de demanda estaba integrado por áreas que he denominado como captadoras-redistribuidoras, es decir, ciudades y villas intermedias como Cartago, Cali, Popayán, Pasto e Ibarra que, por un lado, requerían ganado para alimentar a su creciente población residente y flotante, y, por el otro, emergieron como el centro de asiento y acopio de reses y novillos para ser comerciados desde allí por tratantes grandes y pequeños hacia distritos urbanos y mineros circunvecinos, lo que era facilitado por su estratégica ubicación sobre las principales rutas del trasiego pecuario, la disponibilidad de dehesas y ejidos para el engorde del ganado y porque desde ellas se desprendían vías de comunicación alternas que permitían adentrarse (aunque con muchas dificultades) a zonas marginales y periféricas.

      El tercer ámbito de demanda estaba conformado por aquellos mercados que he nombrado como itinerantes o fluctuantes, es decir, por áreas mineras de una efímera vida productiva, pero que durante sus breves períodos de auge atraían a una gran cantidad de gente, entre ellos muchos comerciantes que negociaban ganados en pie y sus productos derivados. Estos mercados tenían, por lo tanto, una fisonomía geográfica cambiante dado que cuando una crisis de producción aurífera sobrevenía sobre determinada área minera, su abasto pecuario y el de sus materias primas cesaba, y en poco tiempo era reemplazada por nuevos focos de producción aurífera en donde se pagaban con creces los animales de labor que se requerían para las actividades extractivas, así como las reses y la carne salada que se necesitaban para alimentar a los mineros y a sus cuadrillas. Los animales podían ser pagados con el oro fundido y acuñado en las cajas reales locales; sin embargo, a pesar de las restricciones puestas en marcha para evitar evasiones al erario real, en las áreas mineras del occidente neogranadino lo más corriente era la circulación abierta del oro en polvo.

      Durante los períodos de auge, estos cambiantes distritos mineros propiciaban la introducción masiva de mano de obra esclava y el aumento demográfico con población fija y flotante. A la par, como consecuencia de estos dos aspectos y del aumento de la capacidad de consumo y gasto propiciado por el apogeo minero, se daba un incremento exponencial de la demanda de bienes de consumo básicos y suntuarios en esas zonas. De modo que, contrario a lo que llegaron a ser en el virreinato del Perú los grandes distritos argentíferos de Potosí y Oruro, el Nuevo Reino de Granada careció de polos permanentes de producción minera. Los distritos auríferos de esta área del imperio español tenían un carácter vacilante, debido en parte a que preponderaba la explotación de aluviones (y no de vetas o filones) con uso intensivo de mano de obra esclava y rudimentarias técnicas de extracción. Por ende, la frontera minera estaba siempre supeditada a una serie de reordenamientos y reajustes, lo que era motivado no solamente por la escasez del mineral sino también por los atrasados métodos de explotación.

      Es por eso que en este territorio no llegó a emerger un gran eje minero articulador con tanta estabilidad como lo fue Potosí (en el Alto Perú), que generara efectos económicos de arrastre sobre diferentes conjuntos geográficos durante largos espacios temporales, tal como es evidente en el modelo planteado por Carlos Sempat Assadourian para explicar la circulación interna del capital minero en el virreinato del Perú. Antes bien, el panorama en el Nuevo Reino de Granada estaba caracterizado por una continua sucesión de núcleos mineros auríferos, ya que mientras unos decaían otros emergían, y al vaivén de este movimiento oscilatorio se reorganizaba y reconfiguraba continuamente el rostro de este importante mercado para la producción pecuaria.

      La esfera económica de la producción ganadera no tendía siempre –como podría pensarse– a estancarse ante el colapso de uno de estos mercados itinerantes ni se padecían las mismas circunstancias descritas por Assadourian para explicar los efectos de la crisis de la minería peruana a partir del segundo cuarto del siglo XVII: detención de la demanda, estancamiento de la producción, cese de las exportaciones, declive de los precios, sustitución de antiguas fuentes de ingresos por otras, predominio de la economía natural y proceso de ruralización. Antes bien, ante el hundimiento de estos centros mineros las zonas ganaderas neogranadinas buscaban otros escenarios para dar salida a sus excedentes de novillos o bien adoptaban una serie de estrategias para hacer frente a dicha situación. Una de estas tácticas fue la diversificación de sus actividades productivas y otra fue la concentración en actividades de intercambio en donde estaba ausente el dinero o cualquier otro material circulante que asumiera el papel de intermediario o de equivalente general en las transacciones, dada la desmonetización generada por el colapso transitorio de la actividad aurífera.

      En otros términos, el Nuevo Reino de Granada no contó con un sector minero que fuera capital intensivo. Así, la capacidad de la minería neogranadina de generar efectos de arrastre como los descritos por Assadourian con respecto a los Andes era muchísimo más limitada en intensidad y extensión dado que sus distritos mineros estaban menos concentrados y eran mucho más transitorios.15 De manera entonces que la economía neogranadina de aquel período no se adapta al modelo bipolar de Assadourian. Antes bien, las dinámicas internas de este espacio se adecuan mucho más a un patrón multipolar, cuyo semblante era susceptible de constantes transformaciones debido a lo errática que era la producción aurífera. Así que la actividad productiva de estos distritos mineros estaba marcada por la incertidumbre y las contingencias derivadas del agotamiento del mineral,


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