Tres perspectivas sobre el milenio y el más allá. Darell L. Bock
3:7, 9, 14, 29), porque estamos en Cristo, y Él es el descendiente postrero de Abraham (Gálatas 3:16). En resumen, los cristianos son actualmente, participantes del nuevo pacto.
Este nuevo pacto será muchísimo más glorioso que el viejo: asegurará el guardar la justicia de Dios con más profundidad y seguridad (Jeremías 31:33b), una relación más firme y más completa con Dios (v. 33c), y un conocimiento de Dios más poderoso y más extenso (v. 34). Así pues, podemos esperar una manifestación maravillosa del reino de Dios en la historia por medio de este pacto glorioso.
EVIDENCIA EXEGÉTICA QUE APOYA EL POSMILENIALISMO
Permítame ahora analizar algunos pasajes específicos que apoyan e ilustran esta expectativa gloriosa. A pesar de algunas quejas, el posmilenialismo no es un sistema teológico sin fundamento exegético.44 No está enraizado solamente en unos pocos textos cuidadosamente seleccionados,45 tampoco depende principalmente del Antiguo Testamento, sin apoyo del Nuevo.46 Numerosos pasajes en ambos testamentos apoyan el sistema posmilenial, demostrando que la Escritura entera respira el aire optimista de la esperanza.47 Por supuesto por la falta de espacio, solamente podré resaltar unos pocos pasajes.
De especial importancia en el debate escatológico son los Salmos mesiánicos. El posmilenialismo cobra gran ánimo por el optimismo histórico de estos himnos gloriosos.
Por ejemplo, el Salmo 22:27 anticipa un tiempo cuando «Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti» —aparentemente sobre la base de la persuasión evangelística, en lugar de la imposición apocalíptica. Otros Salmos son semejantes: «Para que sea conocido en la tierra tu camino, En todas las naciones tu salvación» (67:2); «Y témanlo todos los términos de la tierra» (67:7); «Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán» (86:9); «Yo me acordaré de Rahab y de Babilonia entre los que me conocen; He aquí Filistea y Tiro, con Etiopía» (87:4); «Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, Y todos los reyes de la tierra tu gloria» (102:15). De hecho, el Mesías estará sentado en el cielo hasta que sus enemigos estén puestos como estrado de sus pies (110:1) —tema del versículo citado con más frecuencia en el Nuevo Testamento.48
En el Salmo 72 la victoria mesiánica está vinculada con la historia previa a la consumación, antes de la renovación del universo presente, y antes del establecimiento de cielos nuevos y tierra nueva, los cuales son eternos:
Te temerán mientras duren el sol y la luna, de generación en generación. Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; Como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus días justicia, Y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar, Y desde el río hasta los confines de la tierra. (Salmo 72:5-8, letra cursiva añadida)
Salmo 2
Enfoquémonos en el Salmo 2, un salmo que nos puede enseñar mucho. La visión gloriosa contenida en este salmo nos provee una interpretación inspirada de la historia humana.49
Narra la turbación cósmica entre las naciones y la seguridad profética de su resultado glorioso. Por eso, sigue el patrón del protο-evangelio (Génesis 3:15), mostrando la lucha temporal y luego la victoria histórica.
El salmo abre con las naciones amotinadas «contra Jehová y contra su ungido» (versículos 1-3). Es cierto que todo el mundo está en oposición a la autoridad de Dios, dicha oposición es la esencia de todo pecado (Génesis 3:5; Romanos 1:18-21). Las naciones del mundo buscan librarse del reino soberano de Jehová y de su ungido: «Rompamos sus ligaduras» (versículo 3).
Esta ferocidad no solo es mala, sino también fútil, porque el Señor está tranquilamente entronado en majestad trascendente en los cielos: «El Señor se burlará de ellos» (versículo 4). Aquí el salmista irónicamente demuestra la confianza de Dios manifestada en su burla a la oposición de sus enemigos contra Él y contra su ungido (versículo 2). El término «ungido» (Hebreo meshíach) señala al gran Redentor y Rey, a quien los judíos esperaban por largo tiempo (ver Juan 1:20, 24-25, 41, 49; cf. Marcos 15:32; Lucas 24:19_21). Él es nuestro Señor y Salvador, Jesucristo (Marcos 8:29-30; 14:61-62).
El Nuevo Testamento interpreta este Salmo mesiánicamente, con la ira de las naciones manifestada especialmente en la crucifixión (Hechos 4:25-27):
Por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel.
En la crucifixión, este Salmo «llegó a su punto álgido, pero no fue consumado o cumplido», porque la batalla cósmica continúa.50
En el versículo 5, la confianza perseverante de Dios cede lugar a su justa indignación, «Luego hablará a ellos en su furor, Y los turbará con su ira». En verdad, en el Salmo 2, David utiliza varias palabras hebreas de Éxodo 15 (az, nibhalû, yõshẽb), donde una canción de celebración relata la derrota de Egipto y anticipa el terror de los enemigos canaeos de Israel. Con seguridad, el Mesías vencerá a las naciones enfadadas del mundo tanto como Dios derrotó a los enemigos cananeos de Israel. Alexander comenta: «El que Dios permita que [tales tonterías] acontezcan sin castigo por largo tiempo, sucede solamente, en el lenguaje figurativo del pasaje, porque Dios primeramente se ríe de la bobería humana, y luego la castiga».51 Además, por supuesto, la providencia avanza lentamente porque «para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pedro 3:8).
En contraste con la ardorosa futilidad de las naciones, la soberanía de Dios declara, «Pero yo [pronombre enfático en el hebreo] he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte» (versículo 6). Dios no habla de esta persona a quien ha puesto como «un rey», o como «el rey», sino como «mi Rey». El versículo 7 aumenta nuestro entendimiento de este nombramiento, mostrando al Mesías hablando por sí mismo: «Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy». El “decreto” es una afirmación de adopción por Dios, una coronación santa que establece el derecho de este Rey (2 Samuel 7:13; Salmo 89:26-27).
La palabra «hoy» sugiere un momento formal en el cual se le da el título al nuevo soberano. En lugar de ocurrir en la segunda venida de Cristo, como muchos creen, el Nuevo Testamento lo relaciona al primer siglo —en el momento de la exaltación de Cristo, comenzando con la resurrección. «Dios ha cumplido esto para los hijos de ellos, es decir nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el Salmo dos: “Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy» (Hechos 13:33; cf. Romanos 1:4). Desde la resurrección y ascensión Cristo ha estado instalado como Rey (Romanos 1:4), reinando a la diestra de Dios (Romanos 14:9-11; Efesios 1:20-22; Colosenses 1:18; 1 Pedro 3:22; Apocalipsis 17:14; 19:16). La gran comisión nos dice que a Cristo le fue dada toda autoridad —aparentemente cuando resucitó (Mateo 18:18; cf. el tiempo aoristo en Filipenses 2:9).
Pero, ¿qué pues, de esta instalación sobre el Monte Sion? Sion fue un sitio histórico, por supuesto —una fortaleza de los Jebuseos que David capturó y nombró «Ciudad de David» (2 Samuel 5:6-9). Cuando David trajo el Arca nuevamente a Sion, el monte fue consagrado (2 Samuel 6:10-12). Debido a su significado sagrado, el nombre «Sion» fue aplicado gradualmente más allá del sitio histórico hasta incluir también el Monte Moriah donde Salomón construyó el Templo (Isaías 8:18; Joel 3:17; Miqueas 4:7) y eventualmente, toda Jerusalén (2 Reyes 19:21; Salmo 48:2, 11-13; 69:35; Isaías 1:8).
«Sion llegó a simbolizar en la tradición hebrea el señorío de Dios, el Reino de Dios, un reino de justicia, rectitud, y paz.»52
Así también, Sion representa la nación entera de los Judíos (Isaías 40:9; Zacarías 9:13). En el nuevo Testamento, Sion y Jerusalén trascienden las realidades del Antiguo Testamento, alcanzando al mismo cielo (Gálatas 4:25-26; Hebreos 12:22; Apocalipsis 14:1). De tal manera que el centro del señorío teocrático ha sido trasladado al cielo, donde Cristo ahora preside sobre su Reino (Juan 18:36; Apocalipsis 1:5).
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