Tres perspectivas sobre el milenio y el más allá. Darell L. Bock
sistema (un cosmos en vez de un caos) —el cual involucra la gran mayoría de la humanidad y las cosas, en todas sus relaciones culturales—será redimido. En ese día, el cristianismo será la regla, en lugar de la excepción; la justicia prevalecerá y la maldad se reducirá a proporciones mínimas. El sistema del mundo operará en base a la ética y la redención cristiana.
La aplicación de la redención de Cristo en la providencia de Dios gradualmente traerá un tiempo de adoración universal, paz, y prosperidad predicho por los profetas del Antiguo Testamento (Mateo 13:17; 1 Pedro 1:10-12). Tal como Juan explica a los cristianos del primer siglo que están soportando varias tribulaciones: Cristo es la propiciación no solamente por los pecados de ellos como un rebaño pequeño (Lucas 12:32), sino por los pecados del mundo (1 Juan 2:2). Esta es la expectiva del pacto para la historia; esta es la esperanza posmilenial.
Fue para llevar a cabo este maravilloso plan mundial que Cristo mandó a sus discípulos a cumplir con la Gran Comisión, de la cual ahora voy a hablar.
Mateo 28:18-20
Muchos conocen y aman la gran comisión, pero pocos la entienden. Cuando se la considera apropiadamente, esta es verdaderamente una comisión grande y un elemento fundamental de la esperanza posmilenial.67 Antes de la gran comisión, Cristo hace una afirmación denodada y necesaria: «Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra». Esta declaración preliminar revela un contraste dramático con la anterior humildad de Cristo. Él ya no habla más como lo hacía durante su estado de humillación: «El Hijo no puede hacer nada por sí» (Juan 5:19; cf. 5:30; 8:28). Pero ¿qué pasa en su ministerio? ¿Cuándo le fue dada esa autoridad?
Tanto la posición como el tiempo verbal de la palabra «dada» en la declaración de Cristo (Mateo 28:18) significan mucho. Este verbo aparece en la enfática posición inicial, y la forma temporal aoristo indicativo edothe indica una acción puntual en tiempo pasado. El momento cuando esto ocurre es obviamente cuando Jesús resucitó. Las circunstancias históricas de la gran comisión sugieren esto (Cristo lo dice poco después de la resurrección), y también lo hacen otros pasajes. Por ejemplo, Romanos 1:4 afirma de Cristo: «que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos».68 Filipenses 2:8-9 utiliza el mismo tiempo verbal69 para indicar la resurrección como el momento cuando Cristo recibe autoridad: «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre». Como fue mencionado antes, esta autoridad cumple con lo dicho en el Salmo 2:6-7. La resurrección, pues, seguida por la ascensión, establece a Cristo como el Rey, quien tiene toda autoridad.
Hechos 2:30-31 está de acuerdo en que la resurrección de Cristo le concede la autoridad de un Rey: «Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción». Luego Pedro, haciendo referencia al Salmo 110 añade: «pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Hechos 2:34b-35).
Mateo 28:18 indica que algo nuevo ocurre en la resurrección. En ese momento se le da toda autoridad. El botín de la victoria pertenece a Él — la victoria sobre el pecado, la muerte, y sobre el diablo le pertenecen a Él (Colosenses 2:14-15; Hebreos 2:13-14; 10:12-14).— Su nueva autoridad abarca un dominio universal, que comprende el cielo y tierra. Así, es idéntica con la de Dios el Padre (Génesis 14:19; Mateo 11:25), quien posee señorío sin límite. Como Kuiper observa: «La gran comisión usualmente se comprende como un mandato misionero. Es eso, y mucho más. Su tema es el Cristo soberano. Es una declaración gloriosa de su soberanía».70
Su autoridad está sobre toda otra autoridad, y también penetra todo lugar. No es solamente en el área espiritual (el área interior de las personas), sino en toda área de la vida. Sirve universalmente y comprensivamente como base para una cosmovisión cristiana verdadera. La palabra «toda» que está antes de «autoridad» se usa aquí en el sentido distributivo. A. B. Bruce nota que Cristo posee «cada forma de autoridad; tiene todo medio necesario para el avance del Reino de Dios».71 Cada área de pensamiento y actividad está bajo su autoridad: eclesiástica, familiar, y personal —además ética, social, política, económica, y otras. De modo que deberíamos estar «derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5). El rico galardón de su obra redentora es el senorio sobre todo (Efesios 1:19-23; Filipenses 2:9-10; Colosenses 1:18; 1 Pedro 3:21-22; Apocalipsis 1:5; 17:14; 19:16).
Después de asegurar el triunfante señorío universal, Cristo pone en marcha la maquinaria que empleará para lograr la meta de ejercer su dominio. Él encarga la extensión de la influencia de su Reino a su pueblo bendecido por el Espíritu, dentro del cual habita y a quien guía: «Por tanto id y haced discípulos de todas las naciones» (Mateo 28:19). Esto concuerda bien con todo lo que mencioné arriba: la gran comisión comprende todo el mundo. El Cristo ascendido manda que la Iglesia se expanda. ¿Ejecutaría su señorío soberano tan vigorosamente y mandaría a sus discípulos tan majestuosamente si no tuviera la intención de cumplir con su obligación?
Con estas palabras, Cristo no solamente envía a sus discípulos a todas las naciones (Adams) para ser testigos (Feinberg), proveyendo un testimonio que demanda una decisión (Hoekema). Tampoco los comisiona sencillamente a proclamar un mensaje hasta los fines de la tierra (Pentecost), para predicar el Evangelio a todas las naciones (Hartog), universalmente el Evangelio (Hoyt) para hacerse de un pueblo de entre los pueblos o las naciones del mundo (Ice).72 Según las palabras claras de la gran comisión, Cristo manda a sus discípulos realmente a hacer discípulos de todas las naciones.
La precondición esencial de la esperanza posmilenial evangélica73 es un evangelismo que lleva al nuevo nacimiento. Después de todo, «nadie puede ver el reino de Dios si no ha nacido de nuevo» (Juan 3:3b). De modo que Cristo nos manda bautizar a la gente para indicar que pertenecen a Él. La expansión del reino no ocurre por fuerzas evolucionarias, sabiduría humana, o estrategia política; viene por medio del servicio obediente a Cristo a medida se proclama el Evangelio, que es «el poder de Dios» para salvación (Romanos 1:16b; cf. 1 Corintios 1:18, 24).
Aunque antes limitó su ministerio a Israel (Mateo 10:5-6; 15:24), Cristo ahora comisiona sus seguidores a discipular a «todas las naciones». El libro de Hechos, que continúa la historia de la fe cristiana donde los Evangelios la habían dejado, traza el progreso naciente del Evangelio entre las naciones.
Abre con el mandamiento de Cristo a los mismos pocos discípulos a promover su mensaje «en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los fines de la tierra» (Hechos 1:8); termina con Pablo en Roma, predicando denodadamente el Evangelio (Hechos 28:16, 31). Este progreso desde Jerusalén hasta Roma manifiesta miles de conversiones que testifican del dramático poder presente en el cristianismo.74
Un número grande de eruditos reconocen que la gran comisión es «una referencia clara a la profecía en Daniel 7:14, no solamente con respecto al hecho sino con respecto a las palabras mismas».75 El pasaje en Daniel demuestra que después de que Cristo asciende al Anciano de Días (no después de volver a la tierra, v. 13), «le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvan; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido» (Daniel 7:14). Esto es precisamente lo que la gran comisión espera, que todas las naciones serán discipuladas bajo su autoridad universal, resultando en su bautismo en el nombre glorioso del Dios Trino.
Es más, después de mandar con autoridad a los apóstoles a discipular a las naciones, Cristo promete estar con ellos (y con todo su pueblo) «siempre», en griego “pasas tas hẽ meras”, Mateo 28:20). Esto es, Él estará con ellos durante muchos días hasta el fin para supervisar que la tarea se termine exitosamente.76
1 Corintios 15:20-28
Juntamente con las parábolas del reino,