Tres perspectivas sobre el milenio y el más allá. Darell L. Bock
del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa» (Mateo 12:28-29; ver los versículos anteriores para notar la referencia al reino de Satanás).
Cristo logra atar a Satanás legalmente durante el primer siglo; la atadura restringe a Satanás más y más durante la era cristiana (es decir los «mil años»), con la excepción de un período corto inmediatamente antes de la segunda venida (Apocalipsis 20:2-3, 7-9). La atadura no resulta en la inactividad absoluta de Satanás; sino en la restricción de su poder por parte de Cristo. El contexto explícitamente cualifica el propósito de la atadura: para que (en griego hina) Satanás no pueda engañar a las naciones. Antes de la venida de Cristo, todas las naciones con la excepción de Israel estuvieron bajo el dominio de Satanás.89 De todos los pueblos de la tierra solo Israel fue un oasis en un mundo privado de Dios; solo ellos conocieron al Dios verdadero y la salvación.90 Pero con la venida de Cristo y la extensión del Evangelio del reino (Mateo 24:14; cf. 4:17, 23; Marcos 10:25, 29; Lucas 9:2, 6) más allá de las fronteras de Israel (Mateo 28:19; Hechos 1:8; 13:47; 26:20), Satanás comenzó a perder su dominio sobre los gentiles.
En Apocalipsis 20:4-6 vemos las implicaciones positivas del reino de Cristo. Mientras Satanás está atado, Cristo reina y su pueblo redimido participa con Él en ese reino (Apocalipsis 20:4). En estos participantes se incluye tanto a los vivos como a los muertos: los santos muertos en el cielo («los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios») y los santos que están perseverando sobre la tierra («los que (griego hoitines) no habían adorado a la bestia»).91 El Reino de Cristo involucra todos los que sufren por Él y entran al cielo arriba, y además los que viven por Él durante su peregrinaje terrenal —después de todo, Él tiene toda autoridad en el cielo y sobre la tierra (Mateo 28:18).
Según Juan, la «primera resurrección» asegura la participación de los santos (vivos y muertos) en el reino de Cristo (Apocalipsis 20:4-6). Esto se refiere a la resurrección espiritual de los que han nacido de nuevo por la gracia de Dios: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte» (1 Juan 3:14). «Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él» (Romanos 6:8). «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efesios 2:4-6). «Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados» (Colosenses 2:13).
En verdad, en su evangelio, el autor de Apocalipsis compara la resurrección de la soteriología con la resurrección física de la escatología, en la misma forma que lo hace en Apocalipsis 20 (ver la discusión completa abajo):
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación. (Juan 5:24-29, letra cursiva añadida por el autor)
Habiendo sido resucitados espiritualmente, los santos (ya sea en el cielo o en la tierra) están entronados espiritualmente. Apocalipsis 20:4-6 habla de los santos viviendo y reinando con Cristo, cosa que en otros lugares se refiere a una realidad espiritual en la experiencia presente del pueblo de Dios, «y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efesios 2:6). «Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Corintios 3:21-22).
«Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:1-2).
Esto es un reino redentor en el sentido de que ellos (y nosotros hoy día) somos sacerdotes y reyes: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Apocalipsis 20:6). Juan informa a sus lectores originales en la primera parte de Apocalipsis que Cristo «nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre» (Apocalipsis 1:6). Pedro dice a los cristianos del primer siglo (y a nosotros), «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).
Así el reino de los santos con Cristo sobre tronos mientras Satanás está atado ilustra hermosamente el reino redentor ya establecido: Cristo trae su reino al mundo para batallar con Satanas durante su ministerio terrenal (Mateo 4:1-11; 12:28-29); Dios imparte formalmente sobre Él la autoridad para reinar en su resurrección y ascensión (Mateo 28:18; Romanos 1:4); y Cristo promete crecimiento continuo en la historia hasta el fin (Mateo 13:31-33; 1 Corintios 15:25). El Rey de reyes, quien posee toda autoridad, comisiona a sus siervos a traer otros a su reino, prometiendo estar con ellos todo el tiempo y bendecirles en su labor (Mateo 28:18-20; Filipenses 4:13). Los cristianos son vencedores (cf. 1 Juan 2:13-14: 4:4; 5:4-5) y están sentados con Cristo quien actualmente reina: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono» (Apocalipsis 3:21). La época milenial ya ha durado casi dos mil años; puede continuar por otros mil años o diez mil años o más, no lo sabemos.
El «resto de los muertos espirituales» no participan en esta resurrección espiritual. En verdad, ellos «no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Apocalipsis 20:5). En ese momento se implica que estarán físicamente resucitados para estar sujetos a la «segunda muerte» (tormento eterno), la cual comienza en el Día del Juicio (Apocalipsis 20:11-15). En ese momento, por supuesto, Dios resucitará a toda la humanidad físicamente (Job 19:23-27; Isaías 26:19; Juan 5:28-29; Hechos 24:15; Romanos 8:11, 23; Filipenses 3:20; 1 Tesalonicenses 4:16).
El reino de Cristo explicado simbólicamente por Juan muestra la gloria trascendente del cristianismo en el mundo. Mientras su reino se extiende por medio de la predicación del Evangelio; la justicia, la tranquilidad y la prosperidad llegarán a dominar el mundo maravillosamente. No sabemos cuándo su reino alcanzará esta altura o cuánto tiempo prevalecerá, pero la gran visión de Juan nos anima a entender que nosotros participaremos por mucho tiempo en su crecimiento mientras adoramos y servimos al Rey Jesús.
CONCLUSIÓN
El argumento acerca del posmilenialismo comienza con la creación, se desarrolla por medio de la redención, y está asegurado por la revelación. Desde Génesis a Apocalipsis la historia de la tierra es el enfoque del universo en el desarrollo del plan maravilloso de Dios para su propia gloria y el bien de su mayor criatura, el ser humano. La providencia obra despacio. La historia es larga. Nosotros somos impacientes. Pero la voluntad de Dios se hará sobre la tierra como se hace en el cielo, por medio del Evangelio que Él ordena con «el poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Romanos 1:16).
La naturaleza lenta y deliberada del avance providencial del reino nos hace recordar al niño pequeño que juega a los pies de su abuela mientras ella cose un tapete decorativo. Desde abajo, el niño solamente puede ver un caos de colores e hilos cortados y mezclados. Pero desde su punto de vista superior, ella puede ver el desarrollo de una obra de arte que sigue un modelo seguro. Una vez completado el proyecto, el niño ve su belleza y su perplejidad desaparece en deleite.
Ahora vemos solamente una pequeña fuente de esperanza, pero esta fuente, que está fluyendo continuamente en la historia, se volverá un río de vida que un día inundará sus laderas.
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