Ginecología General y Salud de la Mujer. Victor Miranda
de manera racional, pero que está limitada en primer lugar por la realidad corporal del sujeto humano. Por ejemplo, cada cultura tiene formas diferentes de alimentarse y cada niño que nace es introducido en los tipos de alimentos según la cultura en que vive, pero jamás podría acostumbrarse a ingerir alguna sustancia que le cause un daño físico. El segundo límite que ninguna cultura pretende transgredir es aquel de las conductas que degradan su realidad espiritual. Dentro del infinito campo que existe en el actuar libre y con los matices distintos de cada ambiente cultural creado, todo hombre en cada una de las culturas descubre ciertos valores cuya transgresión lo degrada en lo que le es más propio: su destino trascendente. Como vemos, las fronteras que limitan el amplísimo campo de la creación intelectual y de la acción voluntaria del ser humano están dadas justamente por lo que el hombre es: una forma intelectual corporeizada, con necesidades y aspiraciones propias de su doble naturaleza.
Todo en el hombre, sus actividades, sus operaciones, sus aspiraciones, se comprenden desde su naturaleza, desde su principio operativo que le da su ser: el ser humano es un viviente natural espiritual. Su destino, su perfección es la de todos los intelectos, la contemplación de aquellas formas más perfectas. En su camino hacia su destino, necesitado de órganos corporales para acceder a lo que le corresponde a su manera de ser, vive su intelectualidad encarnada, creando todo lo que puede como un espíritu anclado entre el suelo y el cielo, considerando sus necesidades físicas y corporales. Lo máximo que puede crear y aspirar en su etapa de viador, es un ambiente donde se expresa y se respeta esta doble naturaleza suya. Eso es lo que conocemos como cultura.
Entonces es difícil revelar lo que le conviene al hombre en su estado en este mundo. Como individuo cultural todas sus operaciones, incluso aquellas que en los otros vivientes solo están destinadas a la manutención más elemental, están en él embebidas y elevadas por otros destinos que corresponden a una expresión de una cultura y por ende de su naturaleza espiritual. La alimentación no posee un sentido puramente nutricional, sino que adquiere el sentido de compartir aquellas interioridades propias de los seres personales, en un ritual lleno de significados transmitidos y respetados de generación en generación. Lo considerado natural, que sirve de clave para identificar lo que conviene a los animales y que es fácil entender como todo lo biológico, es en el hombre indistinguible de lo cultural, que no es otra cosa que el producto de su actividad intelectual o espiritual.
Lo que favorece y perfecciona al hombre no es solo lo que asegura el despliegue de su potencialidad de crecimiento y reproducción, como sucede en los vivientes irracionales. Lo que conviene y perfecciona al hombre es lo que entendiendo y respetando su desarrollo físico, respete y comprenda también que cada una de sus operaciones, cada uno de sus actos posee el sentido propio de los seres personales, capaces de entender sus tendencias naturales y de conocer el valor y dignidad del otro, para así entregarle lo que le corresponde. En definitiva, lo que conviene y perfecciona al hombre es todo aquello que, velando por su crecimiento biológico y corporal, vele por su engrandecimiento espiritual y lo acerque a su destino allende de este mundo material y que es el destino de toda sustancia espiritual o personal.
La sexualidad es una de las operaciones del ser humano en donde este dilema se manifiesta con un máximo desafío. Si bien todo el actuar humano, desde sus funciones más básicas están atravesadas por su espiritualidad y por lo tanto embebidas de su producto mundano –lo que conocemos por cultura–, es en esta operación donde su individualidad está más radicalmente enfrente de otro, donde su intimidad se expone y entrega a otro ser humano que lo completa, para que así completados participen en la generación y educación de otro ser de su misma dignidad y trascendencia.
La naturaleza humana, su especial dignidad entendida y otorgada por su intelectualidad inmaterial subsistente, exige que los actos propios de los impulsos sexuales se ejerzan de una manera que respete a esa dignidad tanto en los participantes en esos actos como también en el ser humano generado. Solo el trato proporcionado a esa naturaleza y destino llevará al hombre y mujer a la plenitud que ellos merecen. Solo el ejercicio de una sexualidad correspondiente a lo que el ser humano es, podrá llevarlos a decir que viven una sexualidad placentera y gratificante. Por otro lado, el hijo generado tendrá la satisfacción de haber venido a este mundo de una manera adecuada y proporcionada a su dignidad de persona y podrá desarrollarse con todo lo que necesita para el destino que merece.
Intentaremos en las próximas líneas explicitar el sentido de la sexualidad propia del viviente humano como también cuáles son sus exigencias éticas. Trataremos de mostrar lo que parece muy difícil, demostrar que a pesar de todos los estímulos adversos existentes en nuestra sociedad que hemos construido, solo el ejercicio de una sexualidad a modo humano lleva al máximo placer y satisfacción.
El ser humano es hombre y mujer, su existencia individual es masculina o femenina. Es esto tan así, que a pesar de lo difícil que es en el hombre separar lo que es biológico de lo que es cultural, lo único claro es que ser hombre o ser mujer no es una opción voluntaria. Uno se sabe hombre o se sabe mujer o por último, en algunos casos siendo corporalmente de un sexo se es psicológicamente del otro, pero en definitiva, no es esto materia de una opción libre. Además de ser hombre o mujer, podemos decir desde nuestra propia experiencia que el que es hombre no aspira a ser mujer ni viceversa. Es posible que por razones de justicia se aspire a un trato social similar al del otro sexo, pero no se aspira a ser de ese otro género. El hombre no siente como carencia el no poder embarazarse ni la mujer siente como carencia el no poseer una mayor fuerza física. Si algo no se aspira naturalmente y si no se siente carencia de ello, es porque no le corresponde como perfección. No deja de ser asombroso esta doble manera de ser persona humana, cada uno comparte el aspirar a la plenitud que le corresponde por ser humanos, pero al menos en este mundo sublunar, sus aspiraciones y por lo tanto su plenitud reviste aspectos distintos.
Si atendemos a esa diversidad de aspectos en donde la mujer y el hombre ponen la aspiración de su felicidad, veremos que no se trata de cualquier diversidad, sino que de una con un cierto orden y más aún ese orden se dirige y se relaciona de modo estrecho con la dirección del orden del otro sexo. Esta mutua inclinación de intereses que se aprecia desde el despertar de la maduración sexual en la niña o niño, y que se manifiesta en el deseo de compartir ciertas intimidades, que son diferentes al compartir propio del trato de los de igual sexo, tiene por supuesto un correlato biológico, existe una atracción mutua entre el hombre y la mujer, existe incluso una disposición anatómica diferente, pero convergente y perfectamente adaptable entre ellos. Sabemos además del aporte dividido del material genético que aseguraría una prole más sana. Es sin embargo en lo que respecta a lo más propio del ser humano, en lo que corresponde a su interioridad de naturaleza espiritual, donde es incluso más evidente que esa diversidad de aspiraciones de la mujer y el hombre adquiere la característica de una complementariedad tal, que no es otra que alcanzar aquella relación que logre la compleción o plenitud que no puede conseguir un individuo humano solo en este mundo.
El ser humano es sexuado porque su naturaleza se presenta en cierto sentido en dos versiones, ambas equivalentes y merecedoras de la misma dignidad personal. Sin embargo, con estas dos maneras de manifestarse, la naturaleza humana está llamada no a un despliegue independiente una de la otra, sino que por el contrario, a completarse en una unión total que comprometa los dos niveles de la persona, biológico y espiritual. Es en esa unión completiva donde se entrega lo que se posee y se recibe lo que se carece, para así alcanzar aquella perfección que necesita el ser humano en su camino a su destino, constituyendo esto el sentido más profundo de su ser sexuado.
Exigencias éticas de la sexualidad humana
Desde la perspectiva que hemos esbozado, desde una mirada que comprende la sexualidad humana como completiva, como la unión que otorga la plenitud a un ser parcializado biológica y espiritualmente, y donde se comprenda al hijo generado como la expresión máxima de esa compleción, podemos entonces entender que los actos que definen esa unión, si bien es cierto con frecuencia, por diversas circunstancias en el transcurso vital de los individuos, se realizan de muy diversas formas y bajo condiciones que no permiten que su sentido se manifieste en su totalidad, debemos aspirar a ello. Es importante tener conciencia de que por válidos que se consideren los motivos por los cuales no se ejerza una sexualidad adecuada, merecemos y debemos siempre aspirar a lo que nos corresponde como