La enseñanza de la bondad. Mary Beeke
y murió por nuestra desobediencia si somos creyentes. Él también trajo una nueva ley, la ley del amor. Debemos amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-40). El creyente rebosa de gratitud hacia Dios por su regalo de salvación, y esto resulta en amar la ley y seguirla de corazón. De manera que las buenas obras y los actos de bondad pura necesitan caer dentro de los parámetros de los Diez Mandamientos y la ley del amor.
Para la gloria de Dios
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). “Hacéis otra cosa” significa: todo, sin excepciones. Dios merece la gloria porque Él creó todas las cosas y Él gobierna sobre todo. El creyente fervientemente quiere poner a Dios en el trono. La acción de glorificar a Dios necesariamente implica que los que lo glorifican están en una posición de humildad. La humildad induce al cristiano a mostrar gratitud a Dios por su regalo de gracia para salvación, y lo que rebosa resulta en humildad y bondad para su prójimo también. La humildad hace que el creyente se dé cuenta de que todavía peca, aunque se resista a ello. Él no es superior a otros seres humanos, simplemente ha sido perdonado y bendecido. La humildad provoca que el creyente perdone a otros, que no guarde rencores y sea bondadoso con sus enemigos.
En suma, las buenas obras corresponden a una definición precisa, pero no son una carga para los creyentes, llevada a cabo con rígida obligación intelectual. ¡De ninguna manera! Si somos cristianos, es el amor lo que le da sabor a nuestra vida. Hacemos eco de la canción de David en Salmos 119:97: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley!”. Amamos la justicia y la pureza. Amamos a Dios y sus preciosos dones para nosotros, especialmente el don de nuestra salvación. Nos encanta glorificar a Dios en cualquier manera posible. Nos gusta servir a Dios. Somos valientes para defender lo correcto. Amamos a nuestro prójimo, especialmente a aquellos quienes son menos privilegiados. Amamos y nos interesamos en cada alma con la que entramos en contacto. No es una vida de restricciones y aburrimiento; ¡es una vida rebosante de libertad y gozo!
Pecador salvado aunque todavía impuro
David fue llamado un hombre conforme al corazón de Dios. Tenía varias características piadosas, pero no era perfecto. De hecho, cometió un acto terrible de crueldad que manchó el resto de su vida.
Una tarde, cuando su ejército estaba en batalla y él estaba paseándose sobre la azotea, espió a una mujer hermosa mientras se bañaba. Hizo que sus sirvientes le trajeran a Betsabé, aunque él tenía otras mujeres y ella estaba casada con Urías. Ese momento de ceder a su lujuria resultó en la concepción de un hijo. Cuando David se enteró, naturalmente trató de ocultarlo. Arregló que Urías volviera a casa de la batalla para pasar tiempo con su esposa para que pareciera que el niño era de Urías. Ese esquema falló cuando Urías, un hombre de honor e integridad, se rehusó a pasar la noche disfrutando de su esposa mientras sus compañeros estaban en batalla. El plan de reserva de David era colocar estratégicamente a Urías al frente de la batalla. El plan funcionó: Urías fue muerto y David tomó a Betsabé para que fuera su esposa (2 Samuel 11).
Pero Dios estaba sumamente disgustado y envió a Natán el profeta a contarle una historia a David (2 Samuel 12:1-14). Trataba acerca de un pobre pastor que tenía solo una oveja que amaba tanto que la trataba como a su propia hija. Un hombre rico, que tenía un rebaño grande de ovejas, tomó la única ovejita del hombre pobre para comérsela. David estaba indignado con el hombre rico y dijo que era digno de muerte. Pero Natán le señaló a David que él mismo era ese hombre. David repentinamente reconoció su pecado por lo que era. Dios lo hizo sufrir muchas consecuencias por el resto de su vida. El niño murió. La violencia no cesó de asediar a su familia. Su propio hijo trato de apoderarse de su reinado. Sus vecinos tomaron sus esposas. Y la causa y el nombre de Dios quedaron en entredicho.
David era una persona salva, y Dios nunca permite que su gente se le vaya de las manos. Pero David pecó: mintió, cometió adulterio y asesinato. Como creyentes, también caemos, en una variedad de maneras y grados. Al hacerlo, manchamos la causa de Cristo y nos traemos vergüenza a nosotros mismos. ¿Cómo podemos entender la situación de David? Estas obras no fueron hechas en fe, sino en incredulidad. No fueron hechas de acuerdo con los Diez Mandamientos o la ley del amor, sin conforme a los pecaminosos deseos humanos. No fueron para la gloria de Dios, sino para la gloria de David. Por lo tanto, no fueron buenas obras.
Felizmente, ese no fue el final de la historia para David o para nosotros. Dios aceptó el arrepentimiento de David, y retrasó o suavizó un poco el castigo. Él siempre acepta nuestro arrepentimiento sincero, aunque quizá permita que las consecuencias naturales de nuestro pecado nos alcancen. Él es un Dios perdonador y lleno de gracia que nos permite volver. Él es bondadoso y misericordioso. Aunque las cicatrices permanezcan, Su Espíritu perdonador suaviza nuestro corazón y nos motiva a arrepentirnos y aprender de nuestros pecados, dejarlos atrás y seguir adelante con buenas obras genuinas.
La raíz de la gracia común
Un hombre principal, joven y rico, vino a Jesús y le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna. Jesús respondió: “No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre” (Marcos 10:19). El joven declaró que había hecho estas cosas desde su juventud. Jesús fue conmovido por amor porque el hombre honestamente amaba lo bueno, pero Jesús también conocía su corazón. Había un problema: “Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (Marcos 10:21). Pero el hombre no estaba dispuesto a entregar su riqueza; con tristeza, se alejó de Jesús.
El joven rico tiene muchos compañeros en la actualidad. Los encontramos en todas partes. Leemos acerca de ellos en los periódicos. Hacen muchas buenas obras. Son bondadosos. Sus vidas están llenas de servicio a los demás. Son generosos. Son amigables y sensibles a las necesidades de los demás. Pero no creen en el Señor Jesucristo. ¿Si todo lo que no proviene de fe es pecado, cómo explicamos esta contradicción aparente? Es el regalo de la gracia común de parte de Dios a la humanidad.
Todas las personas fueron creadas a imagen de Dios. Incluso después de que Adán y Eva pecaron en el Huerto de Edén, Dios permitió que muchos vestigios de bondad continuaran. Tenemos belleza en la naturaleza. Muchos países son gobernados de manera equitativa. Las estaciones regresan cada año (Génesis 8:22). La naturaleza es consistente. La vida continúa. La gente se da cuenta de que hay un Dios que creó todo lo que ven. La mayoría de la gente entiende la Regla de Oro y la ponen en práctica por lo menos durante cierto tiempo. Todos nacen con una conciencia, y muchas personas le hacen caso (Romanos 2:14-15). La mayoría de las personas viven en paz con sus vecinos (Lucas 6:32-34).
Toda esta bondad sucede por la gracia común de Dios. Dios preferiría extender Su misericordia y Su paciencia que Su ira y Su justicia (Miqueas 7:18; Isaías 48:9). Pacientemente soporta a los pecadores y su ignorancia (Hechos 17:30a). Le da una oportunidad a la gente, en cualquier lugar, para que se arrepienta (Lucas 13:34; Hechos 17:30b). Dios le da cosas buenas a todas las personas (Salmos 145:8-9).
Dios tiene un propósito al extender Su gracia común a los pecadores. En 2 Pedro 3:9 leemos: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Su objetivo es atraerlos a Sí mismo, y Su bondad es solo un medio que Él usa para hacerlo. Si somos cristianos, debemos orar para que los incrédulos benignos puedan darse cuenta de que sus buenas obras no son meritorias y que pueden experimentar el gozo más profundo que se encuentra en una vida al seguir a Cristo.
Aunque Dios tiene en más alta estima las buenas obras llenas de fe de los creyentes que las buenas obras de los no creyentes, no significa que los cristianos puedan regodearse. Nuestra fe y nuestras obras son regalos de Dios, y no dejan lugar para vanagloriarnos. La benignidad de los no cristianos debería hacernos sentir humildes si somos cristianos, porque algunas veces brilla con mayor fuerza que la nuestra. Dios, por sí solo, es el juez del corazón y debemos caminar con bondad para todos, aprender de la benignidad de los demás y estimar la gentileza de otros como un regalo de la gracia de Dios.