La enseñanza de la bondad. Mary Beeke

La enseñanza de la bondad - Mary Beeke


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si recibo atención por ello? ¿Soy bondadoso con el que está en desventaja, como Jesús?

       Bondad a causa del temor

      El profesor de Raquel, el Sr. Sánchez, tiene la habilidad de explicar ciencias naturales a nivel de enseñanza media, y tiene altas expectativas. También se enoja ocasionalmente. Cuando Rachel y sus compañeros tienen que trabajar con el Sr. Sánchez en proyectos extracurriculares, ella es más acomedida y linda con él. A Raquel no le cae muy bien el Sr. Sánchez, pero teme que se enoje si no lo hace.

      Yo creo fuertemente en ser bondadosos con la gente en todo momento. Pero algunas veces los sentimientos de mi corazón hacia ciertas personas no son compasivos. Pienso en estas personas y siento que me quema un fuego por dentro. Estas eran las reflexiones de David en Salmos 39, cuando tenía frente a él una situación difícil y personas difíciles y cada vez se turbaba más. En mi mente, discuto con ellos en contra de su actitud. Siento que mi indignación es justa, por supuesto. Sin embargo, cuando me encuentro a estas personas, sonrío y hablo amablemente. ¿Por qué? Me suavizo cuando los veo y me doy cuenta de que son humanos como yo, pero parte de mis motivos para la amabilidad es que soy demasiado cobarde para decirles lo que estoy pensando en realidad, por temor a lo que puedan pensar de mí.

      Esta es una forma sumamente popular de bondad, aunque es hipócrita. ¿No somos todos culpables? Por supuesto, no deberíamos decir lo que pensamos en cada ocasión; eso no sería edificante. Ser generosos a causa del temor es una fuerza represora contra la benignidad. Y esta bondad puede ser genuina, y que promueva el bienestar de los demás. Pero algo todavía no está del todo bien. ¿Qué hizo David con sus pensamientos incendiarios? Mientras oraba, meditó en la brevedad y vanidad de la vida de cada uno. Luego puso su esperanza en Dios para resolver la situación y traer paz a su corazón. No debemos dejar de ser benignos; más bien, debemos alinear nuestros pensamientos con nuestras acciones. Si somos honestos con nosotros mismos, tenemos estos pensamientos porque nos sentimos mejores, o por lo menos más justos que la otra persona. Así que debemos tragarnos el orgullo y “con humildad, estimar a los demás como superiores a nosotros mismos” (Filipenses 4:3).

       De egoísmo a abnegación

      La bondad por ganancia personal, la bondad preferencial, la bondad para llamar la atención y la bondad por temor son todas formas de benignidad que están mezcladas con egoísmo. Cuando las practicamos, simplemente no conocemos el gozo pleno que proviene de la bondad no egoísta. Tenemos que llevar un registro de a quienes les mostraremos bondad. Nuestra conciencia nos molesta a causa de nuestros pensamientos negativos. Quedamos cargados por calcular el precio para ver si la bondad vale la pena. ¡Qué pesado!

      La benignidad por obediencia puede ser egoísta o benevolente. Puede ser por rencor o por amor. Puede tener su raíz en un deseo por evitar el dolor o en un deseo de paz que proviene de la obediencia a nuestro Creador.

      La bondad que proviene de un corazón compasivo, por poner en práctica la Regla de Oro o por la bendición y gozo que es en sí misma por la gentileza de Cristo hacia mí son formas de generosidad con motivos benevolentes. El egoísmo queda en segundo plano y la benevolencia toma las riendas.

      Cuando las practicamos, somos estimulados más allá de mantener un registro de a quién darle o retenerle nuestra misericordia. Somos libres de mostrar bondad sin parcialidad, sin preocuparnos de si alguien se lo merece o no. Somos libres de la culpa de la hipocresía. Lo mejor de todo es que podemos experimentar el gozo que proviene de darnos, a nosotros mismos, sin reserva y el gozo de probar el gozo de los demás como si fuera el propio.

      La compasión de Jesucristo no tiene equivalente humano. Su generosidad fue completamente benevolente. No venía mezclada con pecado. Él es nuestro ejemplo.

       Benignidad por obediencia

      Cuando “Juanito” tenía cinco años, le encantaba hacer llorar a su hermana “Amanda”. Era bueno para hacerlo sin que lo notaran. Pero su madre lo descubrió y lo disciplinó lo suficiente para hacer desaparecer el comportamiento malicioso. Ahora es amable con Amanda.

      “Enrique” y “Enriqueta” se volvieron cristianos en sus treinta, cuando sus hijos tenían siete y cuatro años. Antes de convertirse, todo su tiempo, energía y dinero se enfocaba en su propio disfrute. Después de haber nacido de nuevo y comenzar a participar en un estudio Bíblico, se dieron cuenta de que Dios los estaba dirigiendo a servir a otros. Se ofrecieron como voluntarios en un centro de crisis de embarazo y en una misión en los barrios bajos de la ciudad, además de que ayudaban a sus vecinos siempre que surgía una oportunidad en el curso de la vida diaria.

      No nacemos siendo bondadosos, dulces y considerados. Nacemos siendo egoístas y pecaminosos. El egoísmo es útil para la supervivencia. Los bebés lloran para que sus necesidades sean suplidas. Pero la parte pecaminosa va más allá de la supervivencia. Necesitamos entrenamiento para ser bondadosos. Algunas personas son más sensibles a este entrenamiento que otras, y por lo tanto, existen diferentes grados de benignidad. Juanito necesitaba ser entrenado para ser misericordioso con Amanda. Como aprendió la gentileza y la obediencia a una edad temprana, asimiló esas características.

      Enrique y Enriqueta heredaron la bondad de Cristo cuando fueron salvos. La enseñanza interna del Espíritu resultó en amor a Dios, a sus preceptos y a su prójimo. Asu vez, esto los motivó a obedecer el mandamiento de Dios para ser bondadosos.

       Bondad de un corazón compasivo

      Un hombre en su camino a Jericó fue asaltado, golpeado y dado por muerto. Pasó un sacerdote pero se siguió de largo del otro lado del camino. Lo mismo hizo un levita. Un samaritano, menospreciado en esa cultura, pasó y mostró compasión al hombre herido. Cubrió sus heridas y luego lo llevó a una posada con instrucciones para su cuidado y una promesa de volver para pagar la cuenta (Lucas 10:30-37).

      Edna “Sue” Smith perdió a sus dos hijos, Ashley de cinco años y Joshua de tres años, a manos de su ex marido Patrick Gleeson. Él también asesinó a su novia, Dena Fuglseth. De un fondo de caridad fundado en la memoria de sus hijos, Smith ha hecho donativos a organizaciones infantiles en su ciudad natal de Dwight, Illinois. También fue a Holland, Michigan, para hacer donativos de $1,000 dólares a las escuelas a las que asistían los dos hijos de Fuglseth. Sintió que la pérdida de la madre de esos dos niños quizá había sido dejada de lado en medio de toda la atención enfocada en sus propios hijos.13

      Había sido una reunión normal en la iglesia cuando un indigente entró por el frente del santuario y caminó por el pasillo. Ya había casi llegado al fondo cuando “Juanita” dio un salto, tomó su brazo y le dijo: “Tiene que escuchar esto”. Lo sentó entre su hermano y ella. El ministro al ver lo ocurrido, alteró el sermón para presentar el Evangelio al hombre (en caso de que se fuera pronto) y a toda la congregación.

      Christopher Colin, de 15 años, vivía en Fort Smith, Arkansas con su hermano Nic de trece años; su hermana Astarte de nueve y su madre, la señora Sally Colin. Completaba el cheque que recibía su madre de la asistencia pública con los $20 dólares que ganaba en la tienda de la esquina. Christopher cuidaba de su hermana y de su hermano y se aseguraba de que nadie molestara a la familia. “Era un buen chico”, dijo Nic. Algunas noches se quedaba despierto casi hasta el amanecer tomado de la mano de su madre cuando estaba asustada o deprimida. Le prometió a su madre, que estaba ciega desde que Christopher tenía dos años: “Mamá, nunca te voy a dejar y siempre seré tus ojos”. En marzo de 1995, a Christopher lo golpeó un coche y sufrió heridas graves en la cabeza y le fue declarada muerte cerebral. Su corazón, su hígado, una cornea, ambos riñones y pulmones fueron donados a seis personas alrededor del país. La otra cornea fue implantada en el ojo de su madre. Mientras la señora Colin miraba maravillada a Nic y Astarte, después de su cirugía, dijo de Christopher: “Cumplió su palabra”.14

      Una amiga en cierta ocasión dijo pensativa: “Me pregunto si existe tal cosa como el altruismo”. Casi había concluido que eso no existía: nadie podía hacer algo por el beneficio de otro sin estar buscando siempre cierto tipo de ganancia personal. Medité en esto desde muchos ángulos, y me regocijé en concluir: “¡Sí,


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