Lunes por la tarde… Tomo 2. José Kentenich
al demonio se lo ha llevado a la tumba. El demonio duerme, no existe más. No se cree más en el demonio.
La mayor muestra de habilidad del demonio consiste en que hace que el mundo crea que no existe. Ya lo dijo el viejo Goethe: «Esta gente menuda no cree nunca en el demonio, y aunque la tuviese asida por el cuello»8.Y mientras el mundo no cree más en él, él puede seguir haciendo de las suyas.
Quiero contarles de nuevo una pequeña historia. Así, las cosas penetran más profundamente que si sólo las digo teóricamente.
Un párroco viajaba en un tren junto con todo tipo de gente. Entre los pasajeros había también un comerciante. Éste tenía interés en poner en aprietos al párroco. Mientras el párroco y otros pasajeros conversaban sobre una u otra cosa, interviene de pronto el comerciante y dice: señor cura, tengo algo importante, una noticia importante. ¿No ha leído usted ayer en el diario de Berlín? Allí decía que el demonio ha muerto. Y que dentro de dos días lo enterrarán. Usted está cordialmente invitado a estar presente en el entierro.
Se podrán imaginar que todo el pasaje del compartimiento del tren rió de buena gana. Pero el párroco no era tonto. Escuchó un poco y, de pronto, comenzó a buscar algo en su maletín. ¿Y qué extrajo de él? Su cartera. Coge diez céntimos de la misma y se las da al hombre que había dicho eso. Él lo mira y dice: ¡Diez céntimos! ¡Santo cielo! Ah —dice el párroco—, tengo costumbre de regalarle siempre diez céntimos a los pobres huerfanitos9.A los niños huérfanos o a quienes ya no están del todo en (…). Por supuesto, las risas se dirigían ahora al otro lado.
En fin, lo importante ahora es que podemos decir que, en general, el mundo actual, también el mundo cristiano actual, vive en base a la idea de que el demonio ya no existe más.
Pienso que habría tres pensamientos que tendríamos que considerar lentamente con más profundidad. Les diré primero unas palabras sobre la historia de la influencia del demonio o del reconocimiento del demonio; segundo, unas palabras sobre la historia de vida del demonio; y, tercero, unas palabras sobre la forma de luchar del demonio.
Primero, entonces, unas palabras sobre la historia del reconocimiento del demonio.
¿Qué nos dice la Sagrada Escritura acerca del demonio? ¡Oh, nos dice muchísimas cosas, y cosas importantes y graves sobre el demonio! En especial el apóstol san Pablo no se cansa de hablar del demonio y de la influencia demoníaca.
Es interesante: a Pablo lo escuchamos con gusto porque Pablo es un teólogo sumamente profundo. Tuvo profundas, profundas percepciones de los planes divinos. Nos dice muchas cosas sobre la filiación divina, sobre la condición de miembros de Cristo. Y a la Iglesia católica de hoy le gusta mucho escuchar eso, ¿no es verdad? Pero Pablo nos habla también inusualmente mucho sobre el demonio.
Según la enseñanza de Pablo, todo el mundo, también el aire, está lleno de demonios. Después: las estrellas están ocupadas y habitadas por demonios. ¿Entienden qué significa eso? El demonio, sobre el cual Pablo se esmera en hablar una y otra vez, es un poder, una potencia. Y por eso está claro que no sólo tenemos que luchar contra la carne y la sangre, contra el mundo, sino también contra los espíritus malignos.
Y después escuchamos de san Pedro la conocida frase que dice: «El diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar»10.Como un león rugiente, ¿verdad? ¡Imagínense a un león que ronda por ahí rugiendo!
Vean, pues, con cuánta fuerza cuenta la Sagrada Escritura con la realidad del demonio. Hay algunos libros modernos que hablan del demonio, es verdad. Pero entienden por el demonio sólo el mal que actúa en el mundo, no a una persona. Según la Sagrada Escritura, existen demonios como personas. Y, entre los demonios, hay uno que tiene todo el mando en sus manos: el principal de los demonios, Beelzebub11. He aquí una primera frase en la historia del reconocimiento del demonio.
Y esto continúa después. La Iglesia católica, el cristianismo, ha mantenido la doctrina del demonio, y del demonio como personalidad real.
Pero en la época moderna, o sea, después del fin de la Edad Media, se habla aquí y allá todavía del demonio, pero sólo como el mal en el mundo, no del demonio como una persona. Y así prosigue, siglo tras siglo, de modo que casi hay que decir que la opinión pública ha enterrado al demonio: el demonio está en la tumba.
No sé si ustedes se han preguntado ya alguna vez de dónde puede venir esto. Pues viene de lo siguiente: la época moderna ha colocado al hombre en primer plano. Y ha hecho que Dios y, en general, todas las potencias de segundo plano, pasaran cada vez más al trasfondo. El hombre está en primer plano y, con el hombre, el actuar humano.
También la ciencia moderna ha colocado siempre al hombre en primer plano. Por eso, la biología, la psicología, las ciencias naturales, la técnica: ¿qué ven todas ellas? Siempre está el hombre en primer plano. No se dirige la mirada hacia Dios. Tampoco se dirige la mirada hacia el demonio. Sólo se ve al hombre.
¿Qué hay de verdad en ello? Si piensan en el hombre en su relación con el demonio, se plantea la gran pregunta de qué hay en el hombre que lo inclina hacia el mal. ¿Hay en él alguna fuerza que explique el mal sin que haya que suponer la existencia de un demonio?
Sólo tenemos que mirar nuevamente la Sagrada Escritura, y allí escuchamos lo siguiente: la naturaleza del hombre está inclinada al mal desde la infancia12. Es verdad: para explicar el mal que he hecho, el mal que sucede en el mundo, el que sucede en la política, no necesito en todos los detalles al demonio. Muchas cosas puedo explicarlas por la corrupción de la naturaleza humana a través del pecado original. Tienen que recordar qué efectos ha tenido el pecado original.
Antes del pecado original, la naturaleza humana estaba en plena armonía. Recordarán todo lo que hemos dicho ya sobre el animal en el hombre, sobre el ángel en el hombre, sobre el hijo de Dios en el hombre13. En ese entonces, el animal se subordinaba con buena disposición al ángel, y el animal y el ángel seguían al hijo de Dios. Por eso había en la naturaleza humana una maravillosa armonía.
Pero ahora, a través del primer pecado, el hombre ha cortado sacrílegamente la armonía entre ángel, e hijo de Dios. ¿Y los efectos? El castigo consistió en que Dios cortó la armonía entre animal y ángel. Por eso, ya desde aquel tiempo hablamos de la concupiscencia.
De ese modo oímos decir a Pablo, que tanto sufrió por ese estado de cosas: «¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» «Puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero»14. Ésta es la escisión en la naturaleza humana.
Por eso digo que, para explicar el mal en el mundo, no siempre tenemos que recurrir al demonio. Muchas cosas se explican por la escisión de la naturaleza. Pero tenemos que agregar: aunque en el caso particular resulta difícil decidir dónde ha actuado el demonio y dónde actúa la naturaleza enferma, aunque tenemos que admitir que así es, tiene que haber criterios según los cuales se pueda estimar: ahora no hay duda de que está actuando el demonio.
Son, como ven, dos poderes: la naturaleza enferma, una naturaleza mala, y, por el otro lado, el demonio. Ambos se unen después muchas veces.
Ahora se plantea la pregunta: ¿cuándo actúa indudablemente el demonio como una potencia en la vida humana? Repito: es difícil explicarlo en el caso particular, pero hay casos en los que es inequívocamente claro.
Sólo es preciso que recuerden, por mencionar un ejemplo, cuántas crueldades ha cometido la naturaleza humana en Occidente. Es así: donde la maldad sobrepasa un cierto grado, donde se trata de una maldad fuera de lo común, pueden