Lunes por la tarde… Tomo 2. José Kentenich
habitual sino una angustia enfermiza.
Por eso hemos reflexionado mucho sobre las preguntas: ¿qué se entiende por angustia? ¿Cuáles son las causas de la angustia? ¿Y cuáles los antídotos contra la angustia? No queremos repetir lo que ya hemos elaborado en esa línea4.
Cuando hablamos de las causas de la angustia condicionadas por la época, señalamos tres: primero, la situación del alma; segundo, la situación de la época; tercero, la situación de la religión.
De la situación del alma hemos hablado por cierto in extenso. Por situación del alma hemos entendido sobre todo las impresiones no digeridas que se han hundido en nuestro subconsciente y que ahora se hacen notar en mayor o menor medida.
Permítanme que vuelva sobre el tema de la situación de nuestra alma y que insinúe todavía una segunda y una tercera causa. Como segunda causa quiero mencionar una influencia extraordinaria del demonio en el tiempo actual. Eso significa que el demonio tiene hoy una influencia extraordinaria en los hombres y procura potenciar los estados de angustia a niveles monstruosos, desmesurados.
Y después está la tercera causa, el vaciamiento de sentido del dolor.
Resumo, pues, una vez más: cuando pensamos en la situación de nuestra alma en el contexto de la angustia tenemos que tener presentes tres momentos: impresiones no digeridas que calan hondo y que producen un efecto cercano al shock; segundo, una influencia extraordinaria del demonio; y, tercero, vaciamiento de sentido del dolor.
Esta noche queremos ocuparnos un poco con la influencia extraordinaria del demonio en el tiempo actual.
En este punto merece ciertamente la pena que, antes que nada, asumamos una clara postura católica, o sea, que sepamos qué nos dice el pensamiento católico sobre el demonio y la influencia demoníaca.
Resumiendo podemos recordar aquí que, según el pensamiento católico, son tres las potencias que hacen la historia universal —y no sólo la historia universal sino también la historia de la familia y la historia personal—.
Supongan, por ejemplo, que tuviesen ustedes un historiador que quisiera escribir la historia de su árbol genealógico, o sea, la historia de su familia. ¿Qué escribiría, probablemente? Escribiría todos los acontecimientos exteriores. Es decir, los acontecimientos exteriores, lo que ha sucedido en lo exterior.
Lo mismo vale si estudian, por ejemplo, una historia de Norteamérica. ¿Qué figura allí anotado, registrado? En el fondo, sólo lo que han hecho los hombres.
Con ello tienen ustedes una potencia en la historia universal, la potencia de la voluntad humana. Supongamos, por ejemplo, que tienen que exponer qué hicieron los senadores tales o cuales. ¿Qué hizo Roosevelt?5 No sé qué hicieron todos ellos. Hay que fijarse en la historia. Pero ésa es sólo una de las potencias que han hecho la historia universal, o sea, la historia de Norteamérica.
Hay todavía otras dos potencias, sobre las cuales no aparece nada en los libros de historia. Esas potencias son el demonio y Dios. O sea, las potencias que hacen historia son tres: Dios, el demonio y la voluntad libre del hombre.
Si quieren introducir una distinción, trazar una línea divisoria, pueden distinguir entre potencias de primer plano y potencias de segundo plano. Las potencias de segundo plano son las que no se ven: el demonio y Dios. Y la de primer plano es la voluntad humana.
Como es natural, resulta extraordinariamente difícil delimitar ahora qué hacen las potencias de primer plano y qué las de segundo plano. Pero sobre todo tenemos que sostener firmemente que los factores principales son los de segundo plano. Ellos son los más importantes, los más esenciales.
Tienen que imaginarse lo siguiente: Dios y el demonio están en eterno antagonismo. Y ambos buscan instrumentos: la voluntad humana. El demonio quiere tener la voluntad humana como instrumento, y Dios también quiere tener la voluntad humana como instrumento. Por eso deben decirse que los hombres que se encuentran en primer plano en la historia universal están o bien al servicio del demonio o bien al servicio de Dios; dicho de otro modo, o bien son instrumentos del demonio o bien instrumentos de Dios.
Pero eso vale también acerca de nosotros. Tomen por ejemplo a su familia. Tomen por ejemplo la historia de su parroquia o la historia de su comunidad. Naturalmente, en ella verán en primer plano sólo a seres humanos que actúan, que desarrollan una acción. Pero, en lo esencial, ellos son o bien instrumentos en la mano de Dios o bien instrumentos en la mano del demonio.
Esto tienen que retenerlo por de pronto como ley fundamental, como postura. Hay tres potencias en la historia universal: Dios, el demonio y la voluntad libre del hombre. Y estas tres potencias están siempre en acción.
Un segundo principio que tienen que sostener: hay tiempos en que la influencia del demonio es mayor que en otros tiempos. Y hoy en día existe la concepción generalizada de que vivimos en un tiempo en que el demonio actúa de forma extraordinaria.
Dicho de otro modo, hay tiempos en la historia universal sobre los que hay que decir que, muy en el trasfondo, estaba actuando el demonio. Es como cuando el oleaje, por ejemplo, de un río, se encrespa moviéndose de un lado a otro. Pero no hay tormenta, es más bien la presencia de algunas ondas.
Pero hoy vivimos en un tiempo en que el mar está agitado por una borrasca. Es decir que, hoy, el demonio ha adquirido una influencia desenfrenada sobre el mundo, sobre la humanidad. En ese sentido suele decirse que hoy se están saldando cuentas que vienen de siglos atrás. Es decir: si, antes, el demonio actuaba de forma más tranquila, hoy recupera todo lo que antes no podía actuar.
Pero ¿de qué se trata, propiamente, en este gran combate entre el demonio y Dios? Ya he dicho en general que ambos tienen en la mira la voluntad libre del hombre. Permítanme que, en lugar de ello, diga, con más exactitud, que miran al corazón del hombre.
Es como si Dios marchase por el mundo, abriese las manos y reiterara siempre lo que leemos en la Sagrada Escritura: «Hijo mío, dame tu corazón»6. ¡Quiero tu corazón! Pero el demonio marcha también por el mundo y reclama: ¡dame tu corazón!
Se cuenta —por supuesto, es sólo una saga— que un viejo monje iba una vez por el desierto y se encontró de pronto con un cazador. El cazador estaba vestido de rojo. Ya sabemos quién era. Era el demonio disfrazado de cazador. Ambos se encuentran y mantienen un diálogo. Entonces, el monje pregunta al cazador de forma espontánea e ingenua qué hacía, qué quería cazar. Y el cazador rojo le dio a resolver un acertijo.
Dijo el cazador: voy de cacería. ¿Qué busco? El medium lunae. ¿Qué significa esa expresión? La mitad de la luna. La luna es un disco redondo. Si se la parte por la mitad, se tiene una «C».
Y continuó el cazador —el acertijo no terminó todavía—: segundo, busco el medium solis, es decir, el centro del sol. ¿Qué significa? Es la letra O. El centro (de la palabra latina sol) es la O. Tenemos, pues la C y la O. Enseguida veremos lo que significa.
Ahora viene la tercera palabra del acertijo: initium radii. ¿Qué significa? El comienzo del radio. El comienzo (de la palabra) es R. Por eso: C – O – R: cor. Es en latín, y significa corazón.
¿Qué es él,7 entonces? Es el ladrón de corazones, el cazador de corazones. Ése es el demonio, que en todas partes quiere hacerse con los corazones.
Pero también Dios nuestro Señor busca en todas partes los corazones. Por eso dice la Sagrada Escritura tan a menudo: ¡Hijo mío, dame tu corazón! Por eso la devoción al corazón de Jesús, al corazón de María. En ellas está siempre visible el corazón. No sólo el corazón de Jesús sino también el corazón de María. Siempre corazón, corazón, corazón. Siempre el corazón. Con ello tienen ustedes la disposición fundamental que tenemos que mantener ante el demonio.
Si se preguntan ahora