Arlot. Jerónimo Moya
ahí. Páter se rascaba la barbilla, pensativo, súbitamente jovial. Los monjes guerreros, la orden del… Un perfil curioso si bajamos al sentido exacto de las palabras, es decir, si tomamos lo de guerreros en un sentido literal. A mí, Dios me perdone si debería callarlo, al margen de sus hazañas, reales o falsas, siempre me han sonado a fanáticos. Como pasa con tantos. Si en realidad existieron, claro, porque hoy por hoy no queda ni uno. En fin, volvamos a nuestro asunto. Tras dar varios golpes con el índice sobre el pecho de Arlot, que continuaba sin ceder en su recelo, había continuado con sus intentos. Eres obstinado y tendrás problemas en la vida, te lo he dicho y lo repito, pero también inteligente y quizá, solo quizá, eso te ayude a solucionarlos cuando se te presenten. Dicho lo cual, yo he venido a apelar a tu inteligencia y a combatir tu obstinación, una de las muchas madres del pecado, y no a explicarte mi vida. En consecuencia dejaremos determinadas preguntas y respuestas para otro momento. ¿Y tan urgente consideraba esta conversación que nos ha seguido hasta aquí sabiendo lo que veníamos a hacer? Otras veces le hemos invitado y siempre nos respondía que no. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué no me ha pedido que fuera a la iglesia, el espacio de la bondad por excelencia, y no a un campo de armas? Eso ya lo hice, tienes muy mala memoria. El rostro de Páter mostraba un sincero enfado en ese momento.
Entonces les llegaron las risas del resto del grupo. Vento había estado avanzando cabeza abajo, a pequeños saltos aguantando el cuerpo sobre una sola mano. Las risas las había provocado su aparatosa caída al perder el equilibrio tratando de saltar sobre una roca de regular tamaño sin variar la postura. ¡Deberías saber hasta dónde te alcanzan las fuerzas!, gritaba Carlo. ¡No eres una rana por mucho que lo intentes! ¡Ni una de nuestras cabras!, había añadido Marlo. La respuesta de Vento fue la de quedarse sentado contemplando la roca con los brazos cruzados y cara de pocos amigos. Arlot y Páter observaban la escena mientras Yúvol ayudaba a incorporarse a su apesadumbrado amigo, tirando de él como si de un niño o un muñeco de paja se tratase. Hay que saber cuándo parar, Vento, le decía mientras le ayudaba a sacudirse tierra y briznas de hierba de la ropa. ¡Eso es!, gritó Páter súbitamente animado. Buen pensamiento. Todos deben saber cuándo parar, o por lo menos tomarse un tiempo para reflexionar. Arlot, ya ves qué sucede cuando uno no mide las propias fuerzas. Arlot trató de replicar, pero Páter alzó una mano solicitando su silencio, que lo escuchara. No, déjame hablar. Sabía que tienes eso, había dicho señalando la espada, y me imagino que eso, volvió a señalarla, es el primer tramo de un camino que no debes emprender porque será el que te lleve a la perdición, y quién sabe si a la muerte. Mira, el amor por un padre es un don divino, te honra, no lo empañes ni siquiera con el pensamiento. El amor combina mal con el odio. Ese duque al que llaman Diablo no solo es un ser maligno, maligno y peligroso, también es el sobrino del rey, un noble, y tú te has empeñado en matarlo. ¡Es un duque! ¿No lo comprendes? ¡Querer matarlo! ¡Quieres matar a un miembro de la nobleza! La voz se le estrangulaba en la garganta y los ojos brillaban. Matar es uno de los peores pecados, está escrito incluso en las Tablas de la Ley, en los Diez Mandamientos. No matarás. ¿Y por venganza? ¿Sabes que nos dice la Biblia sobre matar? Arlot decidió no responder, no encontraba el motivo. El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre. Es del Génesis, nada menos que del Génesis. Diablo nada tiene que ver con la imagen de Dios, había protestado Arlot. Si acaso será la imagen de Lucifer. ¡No digas barbaridades! ¿Hasta cuestionar la palabra de Dios vas a llegar en tu soberbia? Se empezó a frotar el rostro, controlándose. Escúchame, escúchame. Y sin preguntas ni comentarios, por favor. Al menos hasta que yo acabe. Por los motivos que sean, y que no te interesan a día de hoy, el duque de Aquilania no me es un desconocido. Ni mucho menos. Se trata de un sobrino del rey, sobrino de sangre, hijo de uno de sus hermanos, del segundo en la línea de sucesión. Te aseguro que lo que tú pienses sobre él se queda corto, e incluso alguien tan poco dado a las blandenguerías como el propio rey seguramente lo suscribiría. Se asegura que está loco, que nació loco y que algún día alguien le dará su merecido y le enviará al infierno, de donde nunca debió salir. Se dicen tantas cosas que es difícil distinguir la verdad de la mentira. Por ejemplo, que su propio padre había decidido acabar con él antes de que fuese él, por entonces con trece años, quien le asesinara con el ánimo de heredar antes. Dudó y llegó tarde porque su hijo se le anticipó y le cortó el cuello mientras dormía. Si es cierto que lo asesinó él mismo o lo mandó hacer no se sabe ni se sabrá, pero lo de que amaneció degollado está comprobado, y ahora el anterior duque descansa en el panteón de la capilla del castillo. La pregunta es ¿por qué no intervino nuestro rey ante el asesinato de su hermano y prendió al asesino para castigarle? No dejaba de ser eso, su hermano, ¿verdad? Y lo que es más importante: se trataba de un duque, del señor de Aquilania. Peligroso precedente lo de dejar pasar algo tan grave sin castigo ejemplar. Te aseguro que sé de lo que hablo. Sí, ¿por qué no lo hizo? ¿Porque sabía que el criminal era otro noble y no había otro heredero? ¿Porque no quería dejar uno de sus señoríos huérfano? ¿Porque prefería un señor con mano dura capaz de someter a su pueblo aunque fuese con salvajismos? A saber.
Arlot, ante aquella cascada de aclaraciones adornadas con un aleteo de manos, había disimulado su interés, que se daba, tras un rostro impasible. Su rostro, su mirada, ya no transmitían ironía ni recelo. Habían mudado a una seriedad que reflejaba el ánimo con que escuchaba las palabras de su tutor. Este se tomó unos segundos para coger aire. Estaba tan concentrado en su discurso que ni siquiera había advertido la cercanía del resto del grupo, atraído por la escena y por un tono de voz que permitía a las palabras alcanzar mayores distancias de las que la prudencia hubiese aconsejado. Habían formado un semicírculo a su espalda y le escuchaban con atención. Páter decidió continuar moderando el tono. No, no lo hizo. No hizo nada. Esa es la realidad. Quizá no osó tomar decisiones que hubiesen sido obligatoriamente radicales puesto que se hubiera visto obligado a colgar al heredero del señorío, ¿y luego? Pues luego, problemas. Hizo creer que aceptaba el crimen como la obra de algún sicario contratado por quien fuese para ejecutar cualquier tipo de venganza. No, no lo hizo, pero muy pronto sí confinó a quien todos reconocían como el verdadero culpable en los límites de Aquilania, con sus bosques, su castillo, sus tres aldeas y sus granjas dispersas. E hizo más, pues selló en la práctica las fronteras. Pocos entran y menos salen sin su permiso. Primera consecuencia: la alimaña hace y deshace a su gusto en sus dominios y no hay otra ley que la de su crueldad. Entre los que han conseguido huir y los que ha asesinado él por puro placer, a día de hoy es posible que tenga más soldados que siervos, y está comprobado que compra campesinos y granjeros a otros señoríos, incluyendo los territorios del sur, para que cultiven la tierra y el ganado. Al fin y al cabo, hay que comer. En ese momento Yamen había decidido intervenir. Arlot y su madre escaparon de Aquilania. Y años atrás todos entraron en un carro tirado por un buey. Nadie se lo impidió. No estará tan sellado cuando una familia entra y sale cuando lo decide. Acabo de decir que hoy en día necesitan campesinos, había replicado Páter. Mantener cerradas las fronteras es muy costoso. Por ello el propio rey se ha mostrado comprensivo con las entradas, en especial si hay familias de por medio. Otro asunto son las salidas. Con la ley en la mano, huir comporta severos castigos, tan severos que pueden conducir de patas a la horca. Pero eso ahora no viene a cuento. Lo que quiero decirle a este cabezota es que ese lugar es una cárcel poblada por engendros infernales con una bestia carnicera al frente. Y es ahí donde se ha empeñado en ir para cumplir con unos deseos de venganza que no son ni cristianos. En eso se equivoca, Páter, había protestado Arlot con tono ausente, como si hablase consigo mismo. ¿También vas a cuestionar mi autoridad en el campo religioso? En absoluto, cuestiono que califique mi decisión de esa forma. Sé que trata de protegerme, que teme por mi vida, y se lo agradezco. Que actúa de buena fe y hasta le concedo que con sentido común. Eso en primer y preferente lugar. También es cierto que lo de no matarás me resulta menos convincente, y la verdad es que me suena a que me lo dice por obligación, casi por oficio. ¿Recuerda cuando defendí a la madre de Yamen? ¿Recuerda cuánto me riñó? ¿Te has vuelto loco?, me decía, y lo hacía con el mismo tono con el que ahora me pide que renuncie a lo que usted llama venganza y yo justicia. Y después añadía que no se podía agredir a un soldado, a la autoridad, y también lo hacía con el mismo tono con que ahora me ha dicho lo de lo poco cristianos que son mis afanes. Entonces también se preocupaba por mi seguridad, aunque estoy convencido de que, en el fondo, se cuestionaba si realmente yo había actuado incorrectamente. Porque, perdone, Páter,