Missak. Didier Daeninckx

Missak - Didier  Daeninckx


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muy claro.

       Me había alistado en el Ejército de Liberación como soldado voluntario, y muero a dos dedos de la Victoria y de la meta. Felicidades para todos aquellos que van a sobrevivir y gozar de la dulzura de la Libertad y de la Paz de mañana. Estoy seguro de que el pueblo francés y todos los combatientes por la Libertad sabrán honrar nuestra memoria dignamente. Al momento de morir, declaro que no tengo ningún odio contra el pueblo alemán y contra quien sea, cada uno tendrá lo que se merece como castigo y como recompensa. El pueblo alemán y todos los otros pueblos vivirán en paz y en fraternidad después de la guerra, que no durará mucho más. Felicidades para todos... Tengo un gran dolor por no haberte hecho feliz, habría querido tener un hijo contigo, como siempre quisiste. Te ruego entonces que te cases después de la guerra, sin falta, y que tengas un hijo por mi felicidad, y para cumplir mi última voluntad, cásate con alguien que pueda hacerte feliz. Todos mis bienes y todas mis cosas te las dejo a ti, a tu hermana y a mis sobrinos. Después de la guerra, podrás hacer valer tu derecho de pensión de guerra como mi esposa, ya que muero como soldado regular del Ejército Francés de Liberación.

       Con la ayuda de los amigos que quieran honrarme, haz que editen mis poemas y mis escritos... Llevarás mis recuerdos, si es posible, a mis parientes en Armenia. Moriré con mis 23 camaradas en un momento, con el coraje y la serenidad de un hombre que tiene la conciencia muy tranquila... Hoy hay sol. Es mirando el sol y la bella naturaleza que tanto quise que diré adiós a la vida y a todos ustedes, mi querida mujer y mis queridos amigos... Te doy un fuerte abrazo, así como a tu hermana y a todos los amigos que me conocen de lejos o de cerca, los abrazo a todos en mi corazón. Adiós. Tu amigo, tu camarada, tu marido.

       Manouchian Michel.

      No estaba descubriendo el texto, ya lo había escuchado dos años antes, en un homenaje a la Resistencia, leído por el actor Gérard Philippe, pero la emoción era igual de profunda. Súbitamente, la soledad se le volvió insoportable. Bajó a tomarse unos vasos a la barra del Archiduc, un café con varios clientes frecuentes, situado a dos pasos del puente que unía las vías de París Este. Volvió a intentar llamar a Juvisy discando el número en el dial del teléfono puesto sobre el bar. La voz de Odette fue un relajo para él. Bajó el tono para no ser escuchado por los otros clientes.

      –Te llamé a las seis... Tú habías fijado la hora... ¿Dónde fuiste?

      –¡Estaba chapoteando! Transfirieron a mi madre al hospital de la calle Camille Flammarion. Van a tenerla algunos días en observación. Cuando volví a casa, el bus había quedado bloqueado por la subida de las aguas abajo en el cruce d’Estienne d’Orves. Sé que no es agradable para ti, pero tengo que quedarme todavía cerca de ella.

      –Juvisy no está al fin del mundo...

      –Por supuesto que no, en tiempos normales. Quizá no me crees porque no ves cómo estamos cercados aquí... El Sena ha vuelto a subir diez centímetros desde esta mañana. El patio de maniobras está inundado. No puedo volver a París con el riesgo de no poder regresar si pasa cualquier cosa.

      No insistió. Odette y su madre, era una historia complicada, llena de separaciones y de reencuentros. En España primero, en un servicio sanitario, de Madrid a Barcelona, cuando la niña no tenía más de 4 años; luego varias giras en provincia, con una tropa de comediantes que querían dar a conocer el repertorio clásico a la clase obrera... Apenas cortó, llamó a Willy Ronis para pedirle que lo pasara a buscar a las ocho. No había tenido la posibilidad de anular la reunión con la banda de la calle de la Lune y había decidido no comenzar su nueva investigación antes del día siguiente. De cierta manera, la ausencia de Odette le facilitaba la tarea. Tendría que haberse esforzado por esconderle su actividad, mentirle sin la menor esperanza de que le creyera, y con mayor razón aun si André Vieuguet había sido tan categórico: nadie debía enterarse de sus investigaciones al servicio del Partido, ni los colegas de trabajo, ni los amigos cercanos, ni el entorno familiar. El fotógrafo llegó antes de lo acordado. Tuvieron el tiempo de comer un bocadillo en un bar antes de ir al encuentro de los aficionados al jazz. Willy le ofreció un pequeño formato de uno de los negativos del reportaje de la noche anterior, del momento en que los Fauch’man habían encendido sus fósforos.

      –¿Sabes?, hace siete u ocho años que me muevo por este barrio. Desde noviembre de 1947, para ser exactos. Está anotado en una de mis libretas...

      –¿Cómo te interesaste en eso? Para la gente, París no es eso, es la torre Eiffel, Montmartre, Montparnasse, los bordes del Sena...

      –Puro azar. Un amigo pintor, Daniel Pipard, me invitó a su taller que quedaba al final de un callejón sin salida, rodeado por calles en forma de escalera. Me sirvió de guía. Descubrí una especie de campo suspendido por sobre la ciudad, con jardines escondidos donde los animales de patio estaban en libertad, una naturaleza casi salvaje que ha desaparecido de los otros distritos de la capital, talleres de impresión, fábricas familiares de zapatos, todos los oficios de la marroquinería, comercio de viejos, y también varios artistas pobres instalados en casas tambaleantes. Y sobre todo eso, te diste cuenta, una luz que no acepta ponerse fuera de los barrios de colinas. Tomé centenares de fotos, para mí, entre dos trabajos a pedido...

      –Tienes que mostrármelas...

      –Hice un libro con ellas el año pasado. Si pasas a mi casa uno de estos días, recuérdamelo para ofrecerte un ejemplar. No es que esté muy satisfecho, pero existe... Si en algún momento el editor decidiera reimprimirlo, me las arreglaré para poder poner ahí esta foto de los «conspiradores», me gusta bastante.

      Se subieron a la motoneta y partieron hacia la Puerta de Saint Denis, con el rostro ardiendo luego de unos cien metros de desplazamiento por un aire glacial. La banda de los Enragés disponía de un local cercano a la iglesia de Notre Dame de Bonne Nouvelle. Nuevamente, solo encontraron jovenzuelos. El sexteto estaba compuesto de varones jóvenes, entre 18 y 20 años, que estudiaban a dos pasos de ahí, en la escuela técnica de radiodifusión. Apasionados por el jazz, habían formado su conjunto para romper con la monotonía de los estudios y para intentar también asegurar su financiamiento con fiestas. Tenían el sueño de firmar un contrato con uno de los numerosos clubes que tenían reputación en el barrio Saint Germain. Tocaban sin equivocarse, con la misma aplicación que debían ocupar para aprender ecuaciones. La desgracia no estaba en la reunión, tampoco el dolor.

      Dragère se abstuvo de decir lo que pensaba verdaderamente, que los Enragés eran niños buenos que respetaban el pentagrama como si se tratara de un paso peatonal.

      Al momento de retomar la moto, Louis le anunció a Willy que la redacción acababa de confiarle una nueva investigación (inventó, pensando quizá en la madre de Odette, una sumersión en el mundo de los hospitales), que la serie sobre la juventud parisina fue suspendida por un mes. Le pidió que lo dejara en la calle du Louvre, en el periódico, donde quería consultar los archivos.

      En la mañana, después de los múltiples intentos de los días anteriores, la nieve había terminado de recubrir la ciudad. Un trazo blanco, algodón luminoso, subrayaba las ramas de los árboles, y los pájaros, posando sobre ellos, lo transformaban en puntos. Dragère se mantuvo un largo momento ante la ventana, con una manta sobre la espalda, como un niño en su primera navidad. Su respiración imprimía un halo temporal en el vidrio. Repartió las pequeñas brasas que quedaban aún bajo la ceniza, luego acercó un taburete a la chimenea para beber su café junto al calor renaciente. La mitad de la mañana fue dedicada a la lectura de los viejos números de L’Humanité sacados la noche anterior de los viejos montones de ejemplares. Leyó los informes de las más recientes manifestaciones organizadas en homenaje a los fusilados de febrero de 1944, descubriendo en el cuerpo de los artículos algunos fragmentos de lo que escribían los periódicos colaboracionistas, ya sea Le Matin, Paris-Soir, L’Oeuvre o Aujourd’hui, con respecto a Manouchian y sus camaradas.

       Manouchian tiene un rostro moreno, sus pómulos son altos, pero a la altura de sus labios sus mejillas son flácidas y bajas, con un pliegue como de perro... Spartaco Fontano es asqueroso. Rubio hinchado, con la piel pálida, de parpadeo constante... Estos veinticuatro judíos


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