Missak. Didier Daeninckx

Missak - Didier  Daeninckx


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la suya, y luego se volvió para descolgar del perchero una chaqueta acolchada.

      –Vamos a tomar un café, si no le molesta. Acá se está en pleno aseo...

      Caminaron sin decirse nada hasta Hago, ocupados en mantener el cuello levantado para protegerse de los mordiscos de un viento de frente. Se instalaron al fondo de la sala, cerca de la estufa, a distancia de los jugadores de backgammon, entre los cuales algunos ya habían empezado a ponerle algo de agua a sus dosis de raki. El dueño se acercó con la cafetera en la mano para llenar las tazas. Gabriel Vartarian se inclinó por sobre la mesa.

      –Usted tuvo suerte de encontrarme en casa. Normalmente comienzo a trabajar en Ripolin desde las siete. Pero la fábrica cerró desde ayer: la ribera de Issy está inundada, entra en los talleres... ¡Y Ripolin no tiene pintura a prueba de agua! ¿Qué quiere saber exactamente sobre Manouchian? Porque yo no sé mucho más que los periódicos sobre la época de la Resistencia. Somos de la misma región, es todo... ¿Qué está pasando que se habla de él?

      –La Alcaldía de París va a inaugurar una calle con su nombre, a principios de marzo... ¿Dónde está esta región?

      –Al sudeste de Turquía, a cien kilómetros más o menos de la frontera con Siria. Es la parte baja de Anatolia. Las montañas están más al norte. Allá el clima es verdaderamente agradable, el paisaje también. Colinas con bosques, pastizales, lagos azules. Un paraíso para los peces. En la provincia había alrededor de cinco mil armenios antes de la Gran Guerra. Algunos artesanos y comerciantes en las ciudades, pero una gran mayoría de campesinos. Se cultivaba todo lo que crecía; los más ricos tenían animales. Vivíamos ahí desde hace siglos, al punto de que algunos de entre nosotros se habían vuelto musulmanes incluso. Eso no impidió nada. Vivíamos al borde de un río que salía al Éufrates, pero nadie llegó más lejos que el agua. Yo soy de 1895, debo tener unos buenos diez años más que Missak. Su madre, Vardouï, era una Kassian, una prima lejana de mi propia madre, y su padre, si me acuerdo bien, se llamaba Gevorka.

      Palpó su chaqueta en búsqueda de un paquete arrugado de Gauloises, sacó uno antes de ofrecerle a Dragère, que rechazó la oferta con un «gracias».

      –En Adiyaman estábamos un poco apartados del mundo, las noticias de masacres nos llegaban, pero éramos incapaces de imaginar que nos alcanzaría... El infierno se abrió a nuestros pies el 14 de mayo de 1915, cuando las tropas de Haci Mehmed Ali Bey arrasaron los barrios armenios de nuestra ciudad, llegando por la ruta de Behesni, donde habían hecho lo mismo. Centenares de hombres fueron asesinados con arma blanca, golpes de bastón, ahogados en el río con las manos atadas en la espalda con un alambre de fierro... Los kurdos, los zirafkan... Los Zeynel de Kölük sobre todo, con los que creíamos vivir en buenos términos, aprovecharon para saquear nuestras pobres casas, llevarse a las mujeres más jóvenes y degollar a las madres... Toda mi familia desapareció en esta primera tormenta... Soy el único sobreviviente. Cuando los tiros empezaron a sonar, como yo era muy deportista, mi padre me pidió que me subiera a un gran roble en el borde del bosque, para ver lo que pasaba. Ya era muy tarde, los jinetes atravesaban los campos como flechas afiladas; los campos estaban incendiándose... Me escondí en medio del follaje, estirado sobre una rama central. Mordía la madera, la rasguñaba para no gritar... Todos murieron ante mis ojos. Me quedé tres días y tres noches enteras con sus cadáveres, abajo, despedazados por los pájaros y los perros errantes... Aun hoy no entiendo, por qué me salvé yo...

      Un cliente frecuente que acababa de terminar su servicio en La Gadoue, la industria de tratamiento de desechos, vino a saludarlo. Volvió enseguida a la barra a tomar una caja de backgammon, mientras le pedía al dueño que llenara las tazas de Gabriel y Louis.

      –¿Y qué les pasó a los Manouchian?

      Con una sola mano, bajo la presión de su pulgar, deshizo un cubo de azúcar, haciendo que la mitad se deshiciera en su cuchara.

      –En un primer momento, por más curioso que pueda parecer, los turcos no tocaron a los niños menores de diez años, y era el caso de los niños Manouchian... se alejaron del pueblo con su madre mientras varias columnas de deportados hambrientos atravesaban la región, por decenas de miles, para ser conducidos a los campos de concentración de los desiertos de Arabia, en torno a Dyar az Zawr. La gente moría por centenares, las mujeres embarazadas daban a luz al borde de la ruta. Los soldados las obligaban a retomar su lugar en la fila apenas cortaban el cordón...

      Sacó su billetera y meticulosamente sacó un papel amarillo que estiró antes de tendérselo a Louis.

      –Tenga, está escrito...

       212 individuos fueron llevados del pueblo de Adiyaman, de los cuales 128 (60%) llegaron a Alepo; 11 mujeres y 56 hombres fueron asesinados en el camino, 3 niñas y 4 niños fueron raptados y 5 personas faltaban.

       En otro lote de 696 personas que fueron deportadas de ese mismo lugar, 321 (46%) llegaron a Alepo; 57 mujeres y 206 hombres fueron asesinados en el camino; 70 niñas y mujeres jóvenes y 19 niños fueron vendidos; faltaban 23.

      –Es en ese momento que Gevorka desapareció. Poco tiempo después, mientras centenares de los nuestros estaban siendo masacrados en Karakayik, de camino a Urfa, se difundió el rumor de que un grupo de armenios había tomado las armas.

      Dragère se enderezó.

      –No me diga que el padre de Manouchian formaba parte de él...

      –¡Justamente! Se dice incluso que era el que daba las órdenes. Se habla a menudo de la resistencia heroica de Moussa-Dagh, pero olvidaron la de Adiyaman y de todos los focos de guerrillas que nacieron en todo el Imperio Otomano. A menudo jóvenes. Llevaron a cabo acciones de guerrilla contra las fuerzas de gendarmería, de la policía, impidieron matrimonios forzados de jóvenes armenias, atacaron mezquitas donde se practicaban conversiones obligatorias. Una de sus operaciones, es lo que me han dicho, tenía por objetivo a Nureddinoglu Siddik, uno de los peores carniceros de la provincia... Fallaron por poco. El ejército turco respondía a cada uno de sus golpes con el incendio de pueblos enteros, fusilamiento de rehenes... Su lucha era desesperada. Cayeron combatiendo, en las colinas que están en los alrededores del lago de Adiyaman... Allá también habría que inaugurar una calle Manouchian... Habría simplemente que cambiar el nombre... Gevorka Manouchian...

      Permaneció sin decir nada un largo rato, mientras los dados rodaban en las mesas de los jugadores, y los peones sonaban en los dameros. Fue Dragère el que rompió el silencio.

      –¿Volvió a ver a Missak luego?

      –No. Jamás. Me tomaron prisionero, y terminé por suerte entre los deportados que tomaron el camino hacia Palestina. Lo que se llamó el «tercer eje»... Ahí es donde hubo más sobrevivientes. Nos volvimos esclavos de los beduinos, en las tribus del desierto, hasta que el ejército inglés, guiado por el general Allenby, ocupó toda la zona desde el Sinaí hasta el centro de Siria y nos liberó... Fui recibido por la Unión General Armenia de Beneficencia, que me puso en un orfanato en Beirut... Ahí me dijeron que Vardouï, la madre de Manouchian, había muerto de hambre, que Missak y su hermano, Karabet, habían sido recibidos por una familia kurda. Había algunos que eran solidarios...

      –Usted me dice que nunca lo volvió a ver, pero usted fue resistente también...

      Gabriel Vartarian encendió un segundo cigarrillo después de haber apretado el tabaco en el borde de la mesa.

      –Sí, pero vine a vivir a Issy les Moulineaux ya terminada la guerra. Durante años trabajé en el puerto de Marsella como estibador; luego en los astilleros. Entré a la Resistencia cuando los americanos desembarcaron. Estaba bajo las órdenes de un compañero, Sarkis Bedoukian, que fue asesinado en los combates de liberación de la ciudad. No supe inmediatamente del Afiche Rojo. Lo supe en agosto de 1944, por un artículo en el periódico del Frente Nacional Armenio. Quizá usted pueda ir a ver a la señora Aradian, en Saint Germain. Está a un cuarto de hora a pie. Nos conocimos en un matrimonio el año pasado. Hablando de todo y de nada, en la mesa, el nombre de Manouchian apareció en la conversación. Me acuerdo de que ella me dijo que lo había encontrado en el Líbano, antes de que atravesara el


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