El dulce reato de la música. Alejandro Vera Aguilera
implementadas en 1731
Fuente: ACS, Acuerdos del cabildo, fols. 70-71.
El puesto de sochantre lo ejercía en ese momento Tomás Vásquez Poyancos y era considerado por el cabildo como el «principal ministro del coro», quizás porque la maestría de capilla la ocupaba interinamente un sujeto que probablemente no consideraban digno del cargo.77 En cuanto al organista, los 120 pesos señalados debieron corresponder únicamente al residuo. La capellanía de Bustinza, al parecer, había dejado de asignarse a dicho oficio, quizá porque el organista servía simultáneamente la plaza de voz entera y esto le permitía aumentar su salario sin necesidad de recurrir a ella. Sin embargo, tenía la obligación adicional de «cantar todos los días a la misa mayor». La plaza de media voz que antes servía Isidro Agüero estaba ahora a cargo del seise Ambrosio. Finalmente, tanto los ochenta pesos de la plaza de bajonero -que seguía vacante- como los doscientos de la maestría de capilla continuaron asignándose a la mesa capitular y el cabildo determinó que, en adelante, esto se haría con cualquier plaza que quedase vacante, con un argumento notable por su altruismo: «para que siendo así no se extingan [...]».
La mayor novedad, sin embargo, era el nuevo cantor introducido en el coro, con lo cual había ahora dos plazas de voz entera. Como queda dicho, una la servía el organista; la otra estaba a cargo del padre fray Nicolás Elguea, con la misma obligación de cantar diariamente en la misa mayor. Si se considera que el arpista también cantaba, como consta en el acuerdo de 1731, entonces la capilla contaba ya con cuatro cantores, lo que explica que los seises no fuesen imprescindibles. En todo caso, el cabildo justificó su ausencia aduciendo que los 2 180 pesos del residuo eran insuficientes para financiarlos, por lo que en el futuro debería pagarlos «la fábrica como es su obligación».
Finalmente, los casos del sochantre, el organista, el arpista-maestro de capilla y otros ya citados en estas páginas demuestran que el pluriempleo continuaba siendo una alternativa recurrente para que los músicos pudieran gozar de un salario más digno, aunque a costa de más trabajo, pero sin que el cabildo o la catedral tuvieran que incrementar el monto destinado a cada plaza.
Si bien el acuerdo de 1736 proporciona los nombres de algunos músicos, otros documentos permiten completar la nómina. El primero es una «notificación» a la capilla catedralicia que el notario Bernardo de la Matta realizó el 3 de octubre de 1734:
En el cementerio de la Santa Iglesia Catedral, en tres días del mes de octubre de mil setecientos y treinta y cuatro, notifiqué el auto de la vuelta, según y como en él se contiene, al licenciado D. Tomás Vásquez Poyancos, sochantre de dicha Santa Iglesia; a don Juan Antonio Cañol, cantor y organista; al hermano fray Nicolás Elguea del orden de Ermitaños de Nuestro Padre San Agustín, así mismo cantor; a Santiago Rojas, arpista; a don Ambrosio Velasco, clérigo de menores órdenes, cantor; y al licenciado don Francisco Javier Chagaray, clérigo diácono así mismo cantor de esta Santa Iglesia Catedral.78
Teniendo en cuenta que la plaza de bajonista se hallaba vacante, se tiene aquí a la capilla en pleno reunida en el cementerio de la catedral, sin duda para participar en algún entierro, como frecuentemente lo hacía.
Fuera del arpista, el organista y el sochantre, de quienes se hablará en el capítulo 5, puedo ofrecer datos sobre algunos de los cantores mencionados. Respecto a Ambrosio Velasco, el 13 de octubre de 1744 el cabildo eclesiástico accedió a su petición de aumento de sueldo «por haber servido en el coro dieciséis o diecisiete años». El acuerdo consistió en aumentarle veinte pesos al año, que serían rebajados de la renta del cantor Joseph Hurtado, de manera que ambos recibieran sesenta pesos de sueldo y compartieran las mismas obligaciones.79 Si esos datos son correctos, Velasco entró a la catedral aproximadamente en 1728, posiblemente a corta edad, dado que el acuerdo capitular de 1736 aún se refiere a él como el «seise Ambrosio». En cuanto a Hurtado, quizás en compensación por la rebaja sufrida, cuatro meses más tarde sus dos hijos fueron incorporados en la capilla como seises.80 Chagaray, por su parte, figura en una lista de «colegiales» elaborada hacia 1731 por el rector del seminario.81 Lo interesante es que uno de sus compañeros era Joseph Triviño, quien se menciona explícitamente como «cantor» y veinte años más tarde reaparecerá como vicario de coro en la Recoleta Franciscana.82 De manera que el seminario podía proveer de cantores no solo a la catedral, sino también a otras instituciones religiosas de la ciudad.
La capilla musical durante la maestría de Francisco Antonio Silva (1751-¿1790?)
Como se verá más adelante, a partir de 1751 la catedral contó con un maestro de capilla portugués llamado Francisco Antonio Silva, que ejerció el cargo por casi cuarenta años. Antes de revisar los cambios que experimentó la capilla musical bajo su dirección, me interesa referir un hecho de gran interés ocurrido a los pocos meses de su llegada. En su sesión del 1 de diciembre de dicho año, el cabildo catedralicio informó lo siguiente:
[...] por cuanto se halla vaca una plaza de músico en que pretende dentrar don Manuel González, con la calidad de que siempre que vacase la de sochantre haya de ser preferido entre los músicos actuales, y por la razón que ha dado el maestro de capilla tiene bastante inteligencia en la solfa; en esta conformidad le concedieron la plaza de músico con su salario entero de ochenta pesos, y respecto de que sobran veintidós pesos cuatro reales del ramo destinado para músicos, atendiendo al costo que ha hecho en venir de Lima, le aplicaron dicho residuo fuera de su plaza por ahora, interín se haya de aumentar el salario de alguno de los otros músicos, con cargo que haya de asistir todos los días a prima y a las misas votivas, fuera de la asistencia que obliga a todos los demás [...].83
González era cantor de la catedral de Lima por lo menos desde 1733, pues el 4 de enero del año siguiente recibió cincuenta pesos del tesorero a cuenta de los meses que llevaba sirviendo como seise.84 De modo que su presencia en Santiago constituye una evidencia más acerca de la importante influencia que la sede virreinal