Tras la puerta oculta. Germán Rodriguez

Tras la puerta oculta - Germán Rodriguez


Скачать книгу
Algunas son propias de países como Turquía, Italia o Francia; esto es normal, y refleja el recorrido del Sudario cuando fue trasladado a Europa. Lo importante es que más de medio centenar de ellas son plantas propias de Palestina. Por citar algunas: el Iris haynei, que se encuentra en los altos del Golán y la región de Samaria; el Orchis sanctus; la Centaurea eryngioides, mencionada en el Génesis, muy abundante en Judea y Samaria; el Iris bismarckiana, frecuente en los alrededores de Nazaret; el Amygdalus communis, también citado en la Biblia; la Anthemis melanolepis y la Acacia tortilis, de las zonas desérticas del sur y del este; o el Zygophyllum dumosum y la Gundelia tournefortii, que florecen entre los meses de marzo y abril y se distribuyen por un área de unos veinte kilómetros alrededor de Jerusalén.

      »En el caso del Zygophyllum dumosum, y como nota destacada, se han identificado no solo muestras de su polen, sino también las improntas dejadas por la flor sobre el tejido de la Síndone. Esto indica que ejemplares de esta planta fueron depositados como ofrenda y acabaron por dejar su marca en la tela.

      Esther mostró una ampliación de la Sábana en la que podían distinguirse, en forma de mancha difuminada, los contornos de lo que parecían flores. Los cuellos de los espectadores se estiraron en un intento por apreciar mejor los detalles; quien más quien menos se imaginó la conmovedora escena evocada por aquella leve mancha: una madre bañada en llanto y depositando el último testimonio de su amor sobre el cadáver de su hijo. Por primera vez, notó que tenía al público en sus manos. Ahora se sentía segura de poder captar su atención hasta el final. Entonces, una voz rompió el silencio.

      —Disculpe. —Era una voz masculina que provenía del fondo de la sala, justo de detrás del foco de luz. Esther hizo visera con la mano, pero apenas consiguió percibir una silueta de contornos borrosos—. Me gustaría hacerle una pregunta —prosiguió la voz—. Todo esto del polen y las demás cosas que nos ha contado está muy bien; no dudo de que la palinología podría conducirnos hasta la floristería preferida del mismísimo san Pedro. Sin embargo, ha omitido usted cualquier referencia a los estudios realizados sobre la Sábana con carbono 14, que no dejaron lugar a dudas de que debe ser datada en la Edad Media, y nunca en la época en que vivió Jesús.

      Todas las cabezas se giraron hacia la voz, y a continuación hacia Esther; sin duda, aguardaban una réplica contundente. La mayor parte del público deseaba, al igual que ella, tener motivos para creer en la Síndone. Como científica, sin embargo, carecía de respuestas seguras para esa pregunta que ella misma se había planteado desde el principio; tan solo disponía de hipótesis improbables elaboradas por otros y que muchos calificarían de descabelladas. El mero hecho de planteárselas, de concederles una mínima credibilidad, suponía situarse fuera de la ortodoxia y caminar por la delgada línea que separaba la ciencia de la seudociencia. ¿Pero acaso al abrazar los estudios de la Síndone no había traspasado ya esa frontera? ¿No estaba ya corriendo el riesgo de que la ciencia cayese en la trampa de la creencia? Mientras dudaba, pudo sentir la mirada de Del Val clavándose en ella con más intensidad que nunca. Él también esperaba que dijese algo.

      —La cuestión que me plantea no pertenece a mi campo de investigación —respondió finalmente—. Es cierto que nadie puede afirmar que la Sábana tenga dos mil años de antigüedad, y es cierto que el carbono 14 la ha datado en una fecha alrededor del 1300 d. C., pero algunos especialistas han formulado objeciones. Según ellos, es posible que los trozos de tejido usados en la datación fuesen remiendos cosidos a la tela en el siglo XVI. También los incendios sufridos por el lienzo, o los hongos y bacterias presentes en él, podrían falsear la datación.

      —Pero los escépticos niegan esas explicaciones —replicó la voz.

      —Así es. Se trata de una polémica que no ha sido resuelta. Si bien existe otra posibilidad... —Se detuvo.

      —¿Cuál?

      La boca se le estaba secando. Bebió un sorbo de agua.

      —No es mi especialidad, pero... como ya he dicho, se ha sugerido que la imagen de la Sábana se formó bajo el efecto de una energía desconocida. —Sin querer, estaba hablando en un tono más bajo—. Algunos físicos han propuesto que se trataría de una irradiación instantánea de protones y neutrones que, además de haber producido la imagen, habría causado que la tela quedase enriquecida en carbono 14. Esto falsearía la datación.

      Miró a Del Val por el rabillo de ojo, esperando encontrarse con sus pupilas penetrantes brillando en la oscuridad, pero lo que vio fue que el cardenal comprobaba su reloj y le hacía un gesto casi imperceptible al joven moreno y trajeado con quien ella se había tropezado al entrar. Ahora que podía, Esther se fijó más en él. Vestía de oscuro y era un hombre atlético. Al percatarse de la señal de Del Val, se encaminó de inmediato a la salida.

      Esther movió la cabeza como para olvidarse del asunto y volvió a concentrarse en el auditorio. Rebuscó entre sus papeles mientras se preparaba para una nueva réplica del escéptico espontáneo. Sin embargo, cuando volvió a mirar al público se dio cuenta de que su silueta había desaparecido. ¿Habría ordenado Del Val a su guardaespaldas que lo desalojase discretamente?

      c a

      Por primera vez en toda la noche, tras una hora de conferencia y ahora que estaba sentada frente a frente con Del Val en la cafetería del hotel, su mente se había quedado en blanco. No conseguía encontrar la palabra que buscaba. Necesitaba abstraerse de los ojos de rayos X del cardenal, que cada vez que se clavaban en ella la intimidaban con una incuestionable emanación de poder. La respiración pesada de su poderosa caja torácica, que podía sentir casi como suya por la poca distancia que había entre ambos, agitaba con fuerza sus nervios, y la parsimonia con la que su manaza removía la medicina una y otra vez se le antojaba una metáfora del funcionamiento de su cerebro y la enervaba cada vez más.

      Volvió a concentrarse en los calcetines rojos. Ese era el objeto hacia el que había desviado sus pensamientos para distraerse de su presencia. No conseguía recordar el nombre de aquellos llamativos calcetines que lucían los cardenales. Suministrados por una exclusiva casa romana y considerados como un elegante artículo de moda, habían llegado a rebasar los confines del Vaticano convertidos en un capricho para dandis. ¿Cómo se llamaban?

      —Achaques —dijo Del Val, como excusándose, mientras finalmente se bebía la medicina—. La edad no perdona... Tiene usted suerte de ser joven.

      Esther esbozó una débil sonrisa.

      —Joven y prometedora —continuó el cardenal—. Sigo de cerca su trabajo.

      —No avanzo al ritmo que querría; pero espero que el polen nos ayude a...

       …determinar si…

      »...demostrar que la Sábana es auténtica.

      Del Val asintió, pensativo. Como custodio de la Síndone, él era la puerta a la que debía llamar cualquier investigador que aspirase a acceder a la reliquia. Hasta ahora, Esther había sido autorizada a estudiar las muestras de polen recogidas por otros en el tejido en los años setenta. Algunas aún seguían sin catalogar por pertenecer a variedades extinguidas. Con la esperanza de identificarlas, en los últimos meses había recorrido Israel recogiendo muestras en depósitos sedimentarios antiguos de las áreas desérticas que rodeaban Jerusalén, aunque sin éxito. Su gran aspiración era obtener directamente de la Sábana nuevas muestras de polen que ampliasen las ya disponibles.

      —Tal vez… —se animó a hablar—, si pudiera acceder al Sudario...

      —No veo una inclinación a que algo así se autorice en este momento. Puede que las cosas cambien en el futuro, pero no será pronto. Los que pueden dar el permiso tuvieron suficiente con el escándalo del 88.

      Del Val se refería a la datación por carbono 14 autorizada en aquel año, en la que no se habían respetado las más elementales medidas de seguridad científica. En aquella ocasión, el protocolo obligaba a que cada uno de los laboratorios encargados de realizar la datación por separado entregase los resultados en sobre cerrado, para su apertura simultánea con luz y taquígrafos. Sin embargo, el laboratorio británico se había adelantado


Скачать книгу