Tercera edad. Pilar Pont Geis

Tercera edad - Pilar Pont Geis


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tales como una menor tolerancia del anciano a las transgresiones dietéticas.

      Tanto el páncreas endocrino como el exocrino sufrirán cambios en relación al envejecimiento. Gran parte del tejido funcionante será sustituido por tejido fibroso y adiposo con consecuencias tanto para la digestión de los alimentos como en la producción de insulina.

       Ríñones y vías urinarias

      La cantidad de sangre que llega a los ríñones disminuye hasta en un 50 %. Disminuirá también la capacidad de filtración. Ahora bien, estos déficits son compensados, a su vez, por una disminución de la reabsorción por parte de los túbulos renales. Por lo tanto, la cantidad total de orina se mantendrá constante.

      En los varones es frecuente la hipertrofia benigna de la próstata que producirá disminución de la fuerza del chorro y, en casos extremos, imposibilidad para orinar. En cambio, en las mujeres, dado que la uretra es de menor longitud, es más frecuente la incontinencia urinaria.

       Pulmones

      En el sistema respiratorio se producen cambios, debidos al envejecimiento, que son importantes en relación a la actividad física que el anciano puede realizar.

      Disminuye la superficie alveolar. Dado que también mengua el área capilar, la superficie total destinada al intercambio de gases durante la respiración será menor.

      Las vías aéreas, fundamentalmente los bronquios de pequeño tamaño, tenderán a la obstrucción.

      Debido a procesos degenerativos a nivel ósteo-articular, la caja torácica se vuelve más rígida.

      Todos estos cambios tendrán repercusión funcional.

      Así, habrá un menor flujo de aire y una menor adaptación respiratoria al esfuerzo. El anciano, para conseguir el mismo oxígeno, tendrá que hacer un trabajo respiratorio mayor.

      No será adecuado hacer ejercicios que obliguen a un importante trabajo respiratorio. Por el contrario, será decisivo insistir en una progresión gradual de la actividad física para permitir la necesaria adaptación a las necesidades de un mayor consumo de oxígeno.

       Sistema nervioso

      Entre los 45 y los 85 años, el peso del cerebro disminuirá en un 12 %. Ahora bien, el peso no está relacionado con la función. Si bien es acep-table una mayor lentitud de reflejos y una menor capacidad de memoria, sobre todo para los hechos recientes, otras alteraciones a nivel de las funciones superiores deberán atribuirse a un proceso patológico.

      Con la edad habrá una pérdida del número de neuronas sobre todo en los lóbulos frontales y temporales. En el cerebro se observarán cambios degenerativos con la consecuente atrofia de la corteza cerebral y dilatación ventricular.

      Se considera normal, debido a una involución senil, que haya menos velocidad de aprendizaje y disminución de la capacidad de evocación. También se aprecia una mayor lentitud global en las funciones sensitivo-motoras.

      El anciano tendrá más dificultades en aprender series de ejercicios continuados y en llevar a cabo coordinaciones que requieran un alto nivel de atención y memoria, etc.

       CARACTERÍSTICAS SOCIO-AFECTIVAS

      Como norma social, se considera que una persona se debe jubilar una vez alcanzados los 60-65 años, según el tipo de trabajo que estaba realizando. Este momento supone un cambio fundamental para la persona: varían los puntos de referencia que tenía hasta el momento y, paralelamente, la situación laboral y económica sufre un cambio importante. Este cambio, obligado socialmente, es, a veces, difícil de superar y de aceptar. En este momento debemos estar alerta para intervenir en todos aquellos aspectos que estén a nuestro alcance con objeto de evitar crisis, depresiones, estrés y situaciones de tristeza, de soledad y, en general, de abandono.

      Es importante, pues, que las personas, de cualquier nivel social, cultural y económico, sean capaces de prevenir los problemas con que se pueden encontrar llegados los 65 años y de superarlos de la mejor manera posible, aprovechando la experiencia recogida a lo largo de toda la vida e intentando sacarle el mejor provecho a las cosas positivas que el mundo nos ofrece. Hay que tener en cuenta que a partir de la jubilación se va a disponer de mucho tiempo libre y que será necesario saber ocuparlo con actividades formativas gratificantes física y psicológicamente. Ello nos obligará a seguir manteniéndonos al día de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, en nuestro entorno próximo y lejano, a asumir determinadas responsabilidades para con nosotros y para con los demás, a mantener unos hábitos higiénicos y alimentarios, y a realizar una serie de actividades que nos relacionen con los demás y con el mundo. Entre ellas, las actividades físicas desempeñan un papel sumamente importante.

      Frente al vacío social que puede producir en ciertas personas la jubilación, es necesario buscar actividades gratificantes y motivantes, y que ocupen al menos una parte del día, que ayuden a la persona mayor a superar estados anímicos bajos y depresiones, a sentirse útiles y activos, y que por otra parte sirvan de punto de referencia social, que supongan un vínculo de unión entre sujetos y un medio para integrarse a un grupo social.

      La reacción a la jubilación varía de un sujeto a otro, dependiendo también de sus condiciones sociales. En la adaptación de estas personas a la nueva situación, Harighurts distingue tres etapas. En una primera etapa, dominan los sentimientos de frustración y ansiedad, y pocos son los sujetos que se alegran de ella. En una segunda etapa, la persona trata de buscar ansiosamente un nuevo rol social. En una tercera etapa, tiende a producirse la estabilización en el nuevo rol encontrado.

      Los factores que más influyen en este proceso son :

      a) El estado de salud mental

      b) La autonomía económica

      c) Su integración social

      d) La amplitud de intereses

      Uno de los problemas de las personas mayores es la soledad. Han perdido su núcleo social de trabajo (nexo de unión con la sociedad); en algunos casos se quedan viudos, es decir, que pierden a sus seres queridos más próximos y, generalmente, sus hijos ya no viven en casa. Es, pues, una nueva etapa de la vida en que hay que acostumbrarse también a vivir solo, una nueva época que necesita un tiempo de aceptación y de adaptación. Consideramos que la actividad física puede ayudar a superar, en parte, este déficit. Ya que por su carácter colectivo (actividades en grupo), social, relacional y de movimiento es una actividad que puede colaborar positivamente en este proceso de adaptación a esta nueva situación.

      Lo grave en sí no es tanto el envejecimiento, sino sus secuelas sociales, empezando por la inactividad profesional, que desencadena a veces un proceso de regresión de las aptitudes físicas y mentales. Con la desaparición paulatina de seres queridos como parientes y amigos, la persona mayor va sintiéndose cada vez más sola y más relegada, el sentimiento de soledad y el miedo al porvenir se traducen con frecuencia en desaliento y desinterés por la vida y dejan de interesarse en temas relacionados con el cuidado personal como la higiene y la alimentación.

      Resulta muy difícil superar estos momentos de cambio. Es difícil aceptar que la vida se te ha transformado y que en un breve lapso —y más producto de factores externos como la jubilación y/o la pérdida de un ser querido que por razones internas o provocadas por uno mismo...— la persona mayor se queda prácticamente sola. Todas las cosas que forman parte de la vida diaria, como reír, llorar, sentir, planificar, pasear, y que hasta este momento eran compartidas, con la desaparición del ser querido se viven en soledad. Entonces, la persona toma conciencia de lo necesario que es compartir. Es el momento, pues, de buscar recursos que puedan compensar, que permitan comunicarse, identificarse con algo o con alguien. La actividad física, por su carácter colectivo, socializador y relacional, puede ayudar a


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