Avances en psicología del deporte. Alejo García-Naveira Vaamonde
caso, cada deportista, puede requerir un trabajo psicológico diferente en distintos momentos de su carrera deportiva, y por ello puede resultar útil contar con una guía que oriente al psicólogo en su desempeño. En este sentido, la propuesta de Gardner y Moore (2004, 2006) puede facilitar el enfoque de la intervención en función de los datos obtenidos en la evaluación y de la ubicación de cada deportista en la taxonomía del MCS-SP (tabla 1-13).
Tabla 1-13 Clasificación del deportista y guía de objetivos y del enfoque de intervención a partir de los datos de la entrevista del MCS-SP
Adaptada de Gadner y Moore, 2004, 2006.
Características de la intervención psicológica en el deporte
Conviene tener presente en todo momento que los deportistas no pueden conformarse con un funcionamiento psicológico normal, sino que precisan alcanzar la excelencia psicológica en cuestiones muy concretas para poder rendir al máximo. En este sentido, a continuación se comentan algunas de las características específicas de la intervención psicológica con deportistas.
Necesidad constante de optimizar el funcionamiento psicológico
El hecho de que la inmensa mayoría de los deportistas esté libre de trastornos psicológicos de carácter clínico no es suficiente para rendir al máximo. De la misma forma que su salud física no basta para obtener un buen rendimiento deportivo, y es necesario poner a punto su condición física y mejorar su competencia técnica y táctica, en el plano psicológico tampoco es suficiente con que el deportista alcance un funcionamiento «normal», es decir, exento de patologías, sino que es preciso disponer de un manejo de la atención, el control emocional, etc. más eficaz que el que presentan otras personas que no pretenden rendir deportivamente al máximo, lo cual demanda un entrenamiento psicológico de habilidades básicas para optimizar el rendimiento. Además, en el ámbito deportivo el psicólogo puede tener que actuar ante una gran variedad de demandas, entre las cuales estarían las siguientes (Ezquerro, 2002; Gardner y Moore, 2006):
■ Ajustar individualmente el funcionamiento psicológico de un deportista que no presenta ningún problema para una competición determinada, previniendo las dificultades que puedan surgir y estableciendo las posibles alternativas para afrontarlas satisfactoriamente.
■ Detectar e intervenir en pequeñas alteraciones (cognitivas, emocionales, motivacionales, etc.) que en otros entornos no supondrían un problema digno de consideración, pero cuya repercusión sobre el rendimiento deportivo puede resultar crucial.
■ Diseñar intervenciones «de urgencia» para resolver o minimizar trastornos psicológicos que, con relativa frecuencia, se presentan en las proximidades de una competición y constituyen una seria amenaza tanto para el rendimiento como para el bienestar del deportista.
■ Identificar y tomar decisiones ante trastornos clínicos en función de su naturaleza, la competencia del psicólogo en dichos trastornos y las ventajas o inconvenientes de remitir, o no, al deportista a otro profesional.
La doble evaluación del trabajo psicológico: cambio psicológico y efectos sobre el rendimiento deportivo
El objetivo del psicólogo es contribuir a que el deportista logre sus metas de rendimiento gracias a las mejoras introducidas en su funcionamiento psicológico. Por tanto, gran parte de las intervenciones psicológicas en el deporte debe ser evaluada en dos dimensiones: a) ¿en qué medida ha mejorado el deportista en control atencional y emocional, en la focalización de la atención, etc.?, y b) ¿cómo ha influido este cambio sobre su rendimiento? (Ezquerro, 2002). En lo que concierne a la evaluación del efecto de la intervención, los procedimientos son similares a los que se emplean en cualquier programa de modificación de conducta, tarea para la cual el psicólogo puede utilizar una hoja de registro similar a la que se muestra en la tabla 1-14.
Aunque puede parecer obvio que un deportista emplee sus habilidades psicológicas, no es infrecuente que en ocasiones «se olvide de aplicarlas», o lo haga de forma incorrecta o incompleta. Bien porque no confía demasiado en la utilidad de cierta técnica, bien porque el psicólogo lo ha sobrecargado de tareas, o porque aún no ha logrado el dominio adecuado, algunas técnicas no cumplen la función para la que están destinadas, y es imprescindible conocer en qué punto está fallando la intervención con el fin de solucionar el problema. Como ya se ha señalado (Ezquerro, 2006, 2008), la evaluación de estos aspectos reviste una importancia crucial, tanto para el psicólogo como para el deportista. El psicólogo puede disponer así de una información relevante, con arreglo a la cual mantendrá el programa tal como estaba planteado inicialmente o introducirá los cambios oportunos. En lo que concierne al deportista, estos datos le inducen a mantenerse implicado, aunque al principio no logre los resultados deseados; además, solo estando atento a dónde y cómo se producen las dificultades podrá colaborar con el psicólogo para buscar la mejor solución.
Tabla 1-14 Propuesta de hoja de registro para que el psicólogo evalúe el progreso de la intervención en un deportista
Adaptada de Ezquerro, 2006, 2008.
Por otra parte, la evaluación de los cambios en el rendimiento deportivo no debe limitarse a una valoración global en términos de resultado deportivo (Buceta, 1991). Un sujeto puede haber mejorado notablemente su desempeño psicológico y ello no traducirse necesariamente en un éxito constante en todas las pruebas en las que compita; y al revés, puede perder una competición porque el rival es superior, porque los jueces han actuado de cierta forma o por otras causas, y, sin embargo, haber mostrado un rendimiento satisfactorio. En esta tarea, los entrenadores pueden ser de gran utilidad al colaborar con el psicólogo en el establecimiento de criterios de rendimiento adecuados, como por ejemplo: disminución del número de errores no forzados en tenis, decisiones tácticas idóneas en una regata de vela, acciones de ataque oportunas, aunque sean neutralizadas por el rival, etc.
Solo si estas conductas deportivas están relacionadas directamente con el contenido específico de la intervención pueden considerarse medidas de la variable dependiente de dicha intervención: el rendimiento deportivo. En este sentido, es preciso considerar que, durante la intervención, los deportistas suelen continuar con sus entrenamientos, y, por tanto, es de esperar que progresen en sus habilidades deportivas. En consecuencia, para poder atribuir las mejoras observadas en el rendimiento al trabajo psicológico, se precisa controlar cuidadosamente las variables implicadas en la performance deportiva. Es decir, si tras la aplicación de una determinada técnica un jugador logra más canastas que antes, habrá que analizar si la dificultad de los rivales es similar, si no ha habido otros cambios en el entrenamiento, si ha jugado más o menos minutos, etc., ya que estas y otras variables pueden haber influido (junto al cambio psicológico) en la mejora del rendimiento.
Momento, lugar y forma de la intervención psicológica en el deporte
El psicólogo deportivo es un profesional que puede ejercer sus funciones en muy diversas circunstancias. La preferencia por una u otra solo puede basarse en criterios de eficacia y respeto a la confidencialidad y confianza del deportista. Los demás argumentos (trabajar en la pista, en el campo, en una sala o despacho, dentro o fuera del entorno donde entrena el deportista...) son muy secundarios.
Elegir el momento y el lugar más conveniente constituye en sí mismo un elemento clave del trabajo psicológico y, por tanto, es una decisión que el psicólogo tiene que tomar en función de las circunstancias, tal y como muestran Gimeno (2003), en una intervención ejemplar; Eraña (2004), en un caso complicado, pero relativamente frecuente en tenis; Vallejo (2004), en una intervención psicológica, netamente orientada al rendimiento deportivo; Olmedilla, Lozano y Andreu (2001), en un novedoso e interesante trabajo para reducir el número de sanciones, etc. En este último trabajo citado, Olmedilla et al. (2001) partieron