Avances en psicología del deporte. Alejo García-Naveira Vaamonde

Avances en psicología del deporte - Alejo García-Naveira Vaamonde


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de psicología del deporte y el ejercicio físico (4ª ed.). Madrid: Editorial Médica Panamericana.

      Parte I

      Avances en las estrategias de intervención en psicología del deporte

      CAPÍTULO 1

      Evaluación conductual e intervención psicológica en el deporte

      Milagros Ezquerro García-Noblejas

      El objeto de la evaluación psicológica es el estudio científico del comportamiento de una persona o de un grupo de personas con diferentes propósitos (Fernández-Ballesteros, 2004). Cuando el proceso de evaluación está orientado a la intervención psicológica, ambos elementos han de plantearse de forma interdependiente, tanto en el contexto deportivo como en los restantes ámbitos de aplicación en la conducta humana. Esto es, la información que proporcionan los procedimientos para evaluar las variables implicadas en el problema, debidamente integradas en el análisis funcional, permite plantear las hipótesis explicativas respecto al problema en cuestión y, de acuerdo con estas, se formulan los objetivos de la intervención. A su vez, estos objetivos condicionarán la selección y secuenciación de las técnicas y estrategias psicológicas pertinentes al caso, cuya puesta en práctica requerirá evaluaciones sucesivas que aporten información sobre el grado de eficacia del proceso, o sobre cambios imprevistos que requieran modificar el planteamiento inicial de la intervención (figura 1-1).

      Desde una perspectiva metodológica, el esquema básico que debe guiar todo el proceso es el mismo que el que subyace en el método científico. Como señala Fernández-Ballesteros (2004), el proceso de evaluación conductual se lleva a cabo a través de una serie de fases, regladas y propias del método científico-positivo, lo que permite su replicación, como en toda investigación científica.

      Limitar la evaluación a unas medidas previas o posteriores es un planteamiento excesivamente simplista en muchos casos, aunque pueda ser válido en alguno. Consideremos, por ejemplo, lo que supone evaluar los estados de ánimo al inicio de un programa de ejercicio aeróbico y compararlos con los datos obtenidos tres o cuatro meses después. Dado que los estados de ánimo son muy lábiles, pueden haber influido múltiples variables en los valores aportados el día 1, el día 9 o el día 97 del programa, y no necesariamente podrían atribuirse al ejercicio físico. Lo mismo cabría especular respecto al estado motivacional, que implica una considerable influencia afectiva, cognitiva, del estado del organismo, etc.

      Figura 1-1 Esquema de las fases del proceso de evaluación-intervención conductual.

      Adaptada de Ezquerro, 2008.

      En algunos casos, la evaluación no va seguida de la intervención, como puede ocurrir en la detección de talentos deportivos o en estudios de carácter descriptivo. Sin embargo, aunque estos objetivos pueden ser relevantes, este capítulo se centra en el binomio evaluación-intervención psicológica aplicado al deporte desde la perspectiva cognitivo-conductual.

      En general, el propósito principal de la evaluación psicológica consiste en identificar la conducta objeto de estudio y las variables personales y ambientales implicadas en dicha conducta, asignando valores numéricos a tales variables de acuerdo con ciertos criterios previamente establecidos. Pero este no es su único cometido, ya que la evaluación precede y acompaña a todo el proceso de intervención, incluyendo en muchos casos el período de seguimiento para valorar la estabilidad de los cambios alcanzados (Ezquerro, 2002; Fernández-Ballesteros, 1996; Muñoz, 2008). Por tanto, aunque habitualmente se presentan como entidades separadas, evaluación e intervención deben plantearse interrelacionadas, máxime cuando en el ámbito deportivo la sucesión de eventos potencialmente influyentes en el funcionamiento psicológico puede alterar de forma notable el funcionamiento del proceso de cambio.

      La conducta no se produce en un vacío, sino que se manifiesta en presencia de ciertas características situacionales. Por tanto, la interacción entre las características personales del deportista y las peculiaridades situacionales constituye un aspecto crucial de la evaluación, es decir, de la conducta (abierta o encubierta) y de los estímulos externos en presencia de los cuales se produce. Esta perspectiva, que se remonta a las propuestas de Skinner (1957) y coincide con los planteamientos interaccionistas en el estudio de la personalidad (Mischel, 1968), se ha ido consolidando progresivamente, y en la actualidad la interacción entre las características personales y ambientales constituye el eje nuclear de la evaluación conductual.

      Por otra parte, con frecuencia en la psicología del deporte las variables de interés suelen hacer referencia a abstracciones de constructos teóricos que no son directamente observables, por lo que los datos se obtienen de la introspección del deportista, en general con carácter retrospectivo, lo que implica un posible sesgo (Duda, 1998). Puesto que los datos de autoinformes son meros indicadores de la actividad o magnitud de cierto constructo, habrán de contrastarse por otras vías (registros psicofisiológicos, observación conductual, etc.) y nunca deberán interpretarse como verdades apodícticas. Así, por ejemplo, si un deportista obtiene una puntuación elevada en sus respuestas a un cuestionario de autoeficacia, motivación, etc., no puede afirmarse que «tiene una fuerte percepción de autoeficacia» o que «está muy motivado», pues tan solo disponemos de unas pistas que sugieren tal condición. Aun suponiendo que el instrumento cuente con todas las garantías psicométricas, el deportista ha podido tener dificultades para comprender algún ítem, puede presentar un sesgo de deseabilidad social, podría haber falseado las respuestas, etc.

      Además, como señalan García-Mas, Estrany y Cruz (2004), la evaluación psicológica en el deporte debería contemplar la competición como un proceso en el que la conducta de los deportistas fluye de forma continua, como resultado de los cambios situacionales y el impacto de estos sobre el funcionamiento cognitivo, emocional y conductual de los deportistas. Por tanto, la evaluación psicológica en el contexto del rendimiento deportivo no puede reducirse al mero establecimiento de relaciones entre ciertas variables psicológicas y el resultado de la competición. Por una parte, porque los procesos psicológicos a lo largo de un evento deportivo sufren variaciones a tenor de los acontecimientos; y por otra, porque, como señalan García-Mas et al. (2004), más que relacionar los aspectos psicológicos con el resultado habría que hacerlo con las conductas de afrontamiento que el deportista ejecuta continuamente durante el evento. En este sentido, Tkachuk, Leslie-Toogoog y Martin (2003) y García-Mas et al. (2004) enfatizan la importancia de evaluar este proceso mediante el análisis continuo de indicadores cognitivos, conductuales y fisiológicos de la conducta deportiva, lo que supondría un importante avance para la psicología del deporte.

      En suma, la evaluación psicológica y la medición de constructos en psicología del deporte es un capítulo abierto que demanda mayor refinamiento conceptual y metodológico y una comprensión conductual del desempeño deportivo en el contexto del rendimiento.

      Objetivos

      Como se ha señalado anteriormente, la evaluación psicológica de un deportista, como la de cualquier persona, tiene como objetivo fundamental recabar información relevante y precisa no solo de lo que ocurre en el interior de su mente o de las manifestaciones conductuales, sino en qué circunstancias ocurre o deja de ocurrir y cómo afecta al rendimiento deportivo, el bienestar o la salud. Por tanto, la evaluación puede orientarse en la dirección de los propósitos que se pretenden alcanzar.

      En este sentido, Gardner y Moore (2006) proponen cuatro áreas que, en el contexto de la evaluación psicológica en el deporte, habría que tener en cuenta (tabla 1-1).

      Por otra parte (Ezquerro, 2008), se exponen dos categorías básicas que acogen las dimensiones personales y las ambientales, que incluyen recursos motrices y condiciones orgánicas (estado de salud,


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