El libro rojo de Raquel. Mónica Martín Gómez

El libro rojo de Raquel - Mónica Martín Gómez


Скачать книгу
de este lunes no promete, más bien todo lo contrario. Amenaza con llover, amenaza con rajarte por la mitad si sales a la calle. Los días han ido acortándose, las hojas se han teñido de color naranja. El fruto de los árboles, si lo había, ha tenido el detalle de ir madurando, cayendo al suelo. Golpeando las pocas flores que aún no se hubieran congelado. Los animales se han escondido, las personas han salido a la calle enfundadas en sus tragicómicas pieles y en esta lista de cosas, que no supone más que un estío rutinario en el curso del universo, se ha marchitado nuestro amor. Porque yo tuve un amor que se marchitó. Marchitar tal vez no sea la palabra más adecuada, pero es la primera que viene a mi mente. No es que yo fuera una mujer especialmente romántica, supongamos que no, sin embargo, mientras fuimos amantes, creí como una idiota en el amor. En sus promesas, en esa esperanza que tenía en el futuro. Ahora, ¿sabes qué?, ha dejado de hacer calor. Todo lo contrario, tengo los pies siempre congelados. Las manos no me basculan, la terrible sequedad de tu vagina no me llega y eso me hace sentirme un poco, solo un poco, triste.

      Un día de pronto me levanté, llegaba rota por el cansancio, rota porque paso doce horas fuera de casa intentando mantener la compostura, intentando ser una persona socialmente aceptable, y me encontré contigo. Primero con nuestra gata aullando en la puerta, deseando recibirme, asustada, cariñosa, expectante e irónica, y luego contigo. Tú, dando un respingo en la cama. Tú, saltando desnuda e intentando con la sábana tapar un hecho evidente, flagrante, hasta hermoso por lo salvajemente real que era. Tú, representando un clásico del drama humano, saltar de la cama mientras entra el marido por la puerta. Hubiera deseado que tú fueras yo y que yo fueras tú, pero no, tú, estabas ocupada haciéndote libre y condenándome a mí a mirarme en un espejo y a preguntarme por qué. Por qué no tuviste ni el valor ni la delicadeza de decírmelo a la cara, de sentarme frente a ti y explicarme con más o menos carencias emocionales que ya no sentías nada por mí, que habías dejado de encontrarme fascinante, exótica, extraña y apasionada entre siete mil millones de seres humanos. Me lo merecía y tú lo sabes. Yo seré una inválida emocional, seré una persona aséptica y parca en el afecto cotidiano, porque nunca se me han dado bien los besos de rutina que saben a pan, pero sabes que siempre he sido honesta contigo y no merecía encontrarme con tus orgasmos nada más abrir la puerta de casa.

      Orgasmos que, maldita sea, ya no tenías conmigo.

      La tercera en discordia se vistió en silencio, encogida de hombros, atemorizada por mi presencia, por mi patente y fría existencia, mientras un silencio que no era mío ni tuyo, sino culpa del calor del verano, caía frente a nosotras como un contenedor de agua en medio de un incendio. Pude ver tu ropa calada hasta los huesos. ¿Te he dicho ya que me encantan los incendios, que si por mí fuera prendería fuego a media humanidad y que con la otra media mitad del mundo construiría una muralla tan grande que taparía cuanto siento por ti y rompiste con la crueldad más absoluta? ¿Te he dicho ya que por cada vez que he dado un paso en tu dirección algo se ha ido doblando dentro de mí, que aprendí a hablarte sin entenderte, que sé de memoria cuál es el momento en el que vas a correrte? ¿Te lo he dicho? ¿Te he dicho que sé desde hace meses que finges en la cama?

      Tu amante furtiva pasa por mi lado haciéndose hueco para huir por la puerta, por un momento dejo de mirar cómo estás recogiendo tu ropa, parece que no encuentras nada, pero yo sé que tienes todo perfectamente colocado en su sitio. Está esparcida por el suelo. Pantalones, calcetines, camiseta y braguitas de algodón total, absoluta e indecentemente borrachas de tu lujuria. Casi siento el impulso de ir hacia ti, atarte en la cama y arrancarte los orgasmos que te faltan, pero caigo en la cuenta de que no estamos solas y clavo mis ojos de serpiente furiosa en ella. Está buena. Has tenido buen gusto hasta para eso. Morena, con los pechos desnudos. Huele a sexo. No al tuyo y el mío claro, huele a un sexo distinto, a ese tipo de sexo que se da en los primeros encuentros. Tiene un pequeño toque andrógino que me hace suponer que es un ligue de una noche. Por los sitios que frecuentas estando con tus amigas, por cómo son tus amigas y las amigas de tu amigas, resulta una obviedad insultante que hayas decidido engañarme con la primera chica que se ha cruzado en tu camino. Pobre. Ni me mira, con la cabeza agachada se escabulle, susurra un tímido perdón. No pide perdón por haberse acostado con una mujer que tiene pareja, lo pide para que le deje paso, para marcharse, para abandonar la escena como los cobardes. En silencio, sin argumentos, sin otra cosa que hacer que no sea traicionar a los que tienen a su alrededor. Le dejo paso, claro, le abro hasta la puerta de la calle, lo primero es la educación. Ser civilizados, educados, cordiales, no perder las formas, la compostura, el saber estar. Ser elegantes. Hasta con esta que igual ni sabía que tú tenías pareja. Me alegro de que me haya visto, de que tu posible engaño a largo plazo se haya ido a la mierda. Me alegro de haberte dejado como la puta mentirosa que eres, como la manipuladora que has resultado ser. Ni me mira, no puedo reconocer su rostro. Una desconocida ¿Otra desconocida? Ahora comienzo a preguntarme a cuántas mujeres que yo no conozco te habrás traído a casa mientras yo me partía el lomo para que pudieras terminar tus estudios de arte dramático. Una actriz, una estafa, un desafortunado accidente, eso es lo que eres en mi vida. Una mujer que interpreta la vida que a su novia le gustaría tener. Una mujer que parece creer en al menos tres de las cosas que aquel día nos dijimos: amor, amistad, sexo. Todo es imposible, ya lo sabes, pero al menos estas tres cualidades eran necesarias. Era tu baremo. Mi esperanza era cumplirlo.

      Ni siquiera lloras, ni lo lamentas, ni me das ninguna explicación. Espero cinco minutos de pie, frente a ti en silencio, esperando a que quieras, a que puedas recomponerte y contarme algo y tú te limitas a abrir la ventana para ventilar la habitación, recoger los trastos que están tirados por ahí, esquivar mi mirada. Enrocarte en tu postura de reina del ajedrez que siente venir hordas salvajes de peones que, como bien sabe, no podrán hacerle daño. No sabes lo jodido que es ser peón en un tablero del que no puedes salir.

      Yo sé lo que viene ahora, me lo sé de memoria. Ahora viene tu mecanismo ante todo en esta vida: echarle la culpa al que tienes en frente. Beber como una cosaca, empezar a hablarme de lo mal que lo has pasado en la infancia y después coger ese contenedor lleno de tu mierda y verterlo por encima de mi cabeza. Hasta que no vea nada, hasta que me haya quedado ciega, hasta que huela tan mal a mi alrededor que tenga ganas de morirme. Hasta que te mire y me diga a mí misma que yo podía haber hecho algo por ti. Tragarme tu basura.

      De pronto me rompo, sin querer, como cuando te cortas con un cuchillo y ves la herida blanca y seca el tiempo justo y necesario antes de que la sangre acuda en tu ayuda. Empiezo a sangrar por dentro, una rabia caliente, voluble, imparable, está naciendo dentro de mí. Me conozco, me conoces, lo estabas esperando, por eso no te doy el gusto. Me pongo la chaqueta de cuero que compré en una Charity en Londres y salgo por la puerta para poder llorar tranquilamente en público, porque sé que, si continúo en el mismo espacio que tú, terminarás culpándome de lo que ha sucedido. Los millones de personas que encontraré a mi paso en las extrañas tardes que habitan después del verano, no podrán ser, ni sumando los odios de unos y otros en fila continua, tan despiadados y crueles como tú.

      Dicen por ahí que soy una zorra. Que no sé lo que es el amor. Que aprendí empatía en la escuela de Hitler. Dicen por ahí que soy un témpano de hielo, que no peleo por la gente que me quiere, que no sé lo que es el cariño. Hasta yo pensaba eso de mi misma, pero fue descubrir a mi novia con otra y darme cuenta de lo sumamente manipuladora que puede ser la gente. Especialmente con personas vulnerables como yo, que solo esperan intentar reorganizar su vida mientras el mundo a su alrededor se cae. Yo solo quería anotar en mi libro de color rojo brillante, céntimo a céntimo, el dinero que necesitaba para ser feliz, pero pronto te cruzaste tú y los silencios de toda la gente que he querido en algún momento y todos los planes que tenía se vinieron abajo. Ahora salgo a la calle, espero que las farolas alumbren mi solitario camino hacia el centro de la ciudad.

      Hay millones de personas que, en el anochecer del otoño, cuando todavía no han cambiado la hora, pasean por Gran vía. Soy fan de esta artería madrileña. Resulta transversal a la existencia. Es un caldo de cultivo de almas perdidas, de personas que intentan retornar a sus casas después del trabajo. Eso, los que todavía tienen trabajo. Luego estamos los otros. Los que, por un motivo o por otro, nunca terminamos de adaptarnos y aunque lo intentemos con todas nuestras fuerzas terminamos solos, paseando por esta calle con lágrimas en los ojos y haciendo cosas que no nos gustan. Como por ejemplo contestar un teléfono o intentar


Скачать книгу