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de las clases para los externos. Los magistrados se niegan a asistir a la bendición de la capilla el 16 de julio de 1675. Dentro de la red familiar Roland encontrará el apoyo necesario, en particular junto a su tía, viuda del consejero Roland en el tribunal, junto a su tío el canónigo Juan Roland, vocero del capítulo de la catedral, y también junto a su colega Antonio Faure, vicario general desde 1671. Falta obtener el apoyo del arzobispo, monseñor Le Tellier.
Juan Bautista no aparece en las fuentes que datan de ese periodo, pero eso no significa que él no esté informado. En efecto, los canónigos reprochan a Roland que no cumple sus deberes. La querella es suficientemente grave para que monseñor Le Tellier se vea afectado por ella de 1676 a 1677, a fuerza de reportes de un lado y del otro. Para los denunciantes es evidente que Roland «no puede dividirse en tantas ocupaciones diferentes: huérfanos, hijas devotas, misiones, sin disminuir mucho el tiempo que en conciencia está obligado a dar a su empleo de teologal»49. Por lo demás, sabemos que en 1676 Juan Bautista está listo para renunciar a su canonjía por la casa parroquial de San Pedro el Viejo, siendo con seguridad Roland el instigador de esa gestión. Ella se conecta con el asunto de los huérfanos y de la joven comunidad, dado que Remí Favreau —quien, si todo hubiera sucedido según lo previsto, tenía que haber sucedido a Juan Bautista en el capítulo de la catedral— ya está asociado a Roland en su empresa: él le proporcionó en septiembre de 1674 los primeros bienes raíces y contratos de renta. En abril de 1676, autorizado por Roland, Favreau vende una parte de las tierras cedidas un poco menos de un año antes a las hermanas. Las 2000 libras producidas por esta venta se le dan a Francisca Duval, con el objetivo explícito de obtener las cartas patentes para el establecimiento de la comunidad de maestras, o si no, «de procurar la misma instrucción en otras ciudades» (Poutet, 170, t. I, p. 543). En esta fecha, la tentativa de permutación de beneficio fracasa. Así, incluso si el lazo no está fijado con claridad entre ella y los trámites legales realizados en la misma época por Favreau en provecho de la obra pilotada por Roland, la coincidencia cronológica basta para establecer no solo que Juan Bautista no puede ignorar esta última, sino también que él está dispuesto a apoyarla. Sin embargo, en esta fecha él no discernirá su vocación y parece que no se plantea ni siquiera la pregunta.
Nicolás Roland muere brutalmente el 27 de abril de 1678, llevado por la fiebre púrpura que contrajo estando en la cabecera de los miembros de la comunidad afectados por la epidemia. Su deceso interviene cuando las negociaciones por el reconocimiento de esta comunidad entraban en la fase decisiva, con la última estadía de Roland en París, entre noviembre 1677 y abril 1678. Bajo el impulso de un nuevo lugarteniente de los habitantes, Claudio Cocquebert, el consejo de la ciudad puso el asunto en deliberación a comienzos del mes de marzo. Confió la instrucción a una comisión de cuatro miembros, entre los cuales estaba Luis Roland, el primo de Nicolás. El arzobispo dio a conocer su apoyo. El 19 de abril el consejo hizo saber que esperaba las cartas patentes del rey antes de concluir y, el mismo día, Roland cayó enfermo. Licenciado en Teología desde febrero, Juan Bautista acababa de ser ordenado presbítero, el 9. Cabe suponer que Nicolás, habiendo regresado de París el 6, asistió a la ordenación de su dirigido. El 23 de abril lo designa su ejecutor testamentario, con Nicolás Rogier, aún un simple diácono y bachiller en Teología, en quien ve al sucesor de su prebenda canonical (Aroz, 1995, CL 53, pp. 47-57). Eso supone que Juan Bautista fue a la cabecera de su cama y que tuvieron intercambios profundos. Por lo demás, el día de su muerte el teologal entrega a Juan Bautista un memorando firmado de su mano que lleva el inventario de todos sus bienes, que él cede a la comunidad del Niño Jesús. Cuando él recibe los últimos sacramentos, Juan Bautista está presente con todo el capítulo y escucha la última exhortación del moribundo.
De ahora en adelante está estrechamente asociado a la obra escolar del difunto, que lo va a poner en relación directa con el arzobispo. En efecto, le corresponde, en primer lugar, organizar los funerales. Solicita la autorización de celebrarlos en la capilla del orfanato. Le Tellier, dando su acuerdo, aprovecha para pedirle «una copia de su testamento, a fin de que yo sepa lo que él ordenó con respecto a la comunidad que él quería fundar y establecer en Reims bajo mi autoridad» (citado en Poutet, 1970, t. I, p. 547). Los recursos de la fundación se reúnen desde diciembre de 1677 por medio de varios contratos notariales negociados a nombre de Roland por su tía y por Francisca Duval. El prelado da su apoyo: Nicolás Rogier obtiene la prebenda del teologal y Juan Bautista recibe la misión de negociar la finalización del establecimiento. Como joven presbítero que no ha recibido aún los poderes de confesar, y con solo veintisiete años, no se le confía la guía de la comunidad: Le Tellier nombra superior al canónigo Guillermo Rogier. La intervención del arzobispo en la corte es decisiva. El 9 de mayo, en San Germán, el rey firma una carta con sello para intimar al consejo de la ciudad a reconocer la nueva comunidad. Le Tellier se la transmite a Claudio Cocquebert, quien se la lee al consejo el 24 de mayo y recoge un asentimiento tanto unánime como espontáneo. Queda la sucesión, que le corresponde a Juan Bautista llevar a término: Roland demandó expresamente que
los serios ejecutores del presente testamento puedan tratar y negociar en su lugar el establecimiento de dicha casa y comunidad de las Hijas del Niño Jesús y de los medios para poder llegar al dicho establecimiento, y esto hasta que sea perfecto y consumado. (citado en Aroz, 1995, CL 53, pp. 44-45)
La comisión designada por Cocquebert quiere conocer primero las constituciones de la nueva comunidad, depositadas entre las manos de monseñor Le Tellier por Nicolás Roland. Ella exige la modificación de una cláusula que prevé que el capital destinado a la fundación sería otorgado al Seminario de las Misiones Extranjeras de París si las constituciones se cambiaban. Esta disposición da testimonio de la aspiración misionera del difunto y de su deseo de entrar al seminario parisino, que él nunca realizó. El consejo de la ciudad refunfuña frente a la eventualidad según la cual el capital constituido en Reims por una obra remense pueda aprovechar a los foráneos… El arzobispo deja conocer su impaciencia a Claudio Cocquebert el 19 de julio. El trabajo de Juan Bautista consiste en negociar con cada uno de los fundadores una modificación de los contratos, lo que él obtiene sin dificultad: en caso de ruptura del contrato de fundación, el capital volverá a las obras pías de la diócesis y a la casa de los huérfanos. La nueva redacción calma también otras inquietudes de los consejeros relativas a la edad de los huérfanos acogidos por las hermanas. La mayoría de ellos no considera que se puedan acoger niños mayores de nueve años: ellos juzgan conveniente la utilidad, antes de esta edad, de enseñarles los fundamentos de la religión porque sus padres son incapaces o los párrocos abandonan el catecismo; pero para ellos está fuera de discusión que más allá de esa edad no se les obligue a trabajar. Se estipula, entonces, que «su edad mínima [será] de tres años» y que «a la edad de siete años y medio, ocho a lo sumo, esos niños serán retirados por el consejo de la ciudad y puestos en el Hospital General u otro lugar apropiado». Esos artículos, firmados en particular por Juan Bautista, Guillermo Rogier (por su hermano Nicolás aún menor) y Claudio Cocquebert, los ratifica Le Tellier el 1.º de agosto de 1678. El 11, ante el lugarteniente general, todas las partes reconocen la utilidad de la fundación