Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


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target="_blank" rel="nofollow" href="#fb3_img_img_a7c9777e-4efe-5983-bc10-f0d3610bf83a.png" alt=""/>Juan Roland, abuelo de Nicolás, había estado casada con Antonio de La Salle, él primo hermano de Lancelot de La Salle, abuelo paterno de Juan Bautista (Aroz, 1972a, CL 38, p. 94). En este árbol se encuentran también algunos nombres asociados a los La Salle: Cocquebert, Maillefer, o más lejos Rogier, Dorigny, Favart o Colbert. Se puede suponer, pero solo suponer, que el pequeño Juan Bautista encontró a su hermano mayor de casi nueve años con ocasión de las reuniones familiares extendidas que Luis de La Salle parece haber organizado con gusto.

      Ellos no se cruzaron en el colegio en razón de la diferencia de edad y, sobre todo, porque a Nicolás lo educaron los jesuitas. Mientras Juan Bautista realizaba los primeros años de su escolaridad en el Colegio de Bons-Enfants, Nicolás hacía sus estudios en París. Ellos comenzaron a frecuentarse fuera de las sociabilidades familiares, a partir del momento en que Juan Bautista se instaló en su silla en el capítulo de la catedral, el 1.º de julio de 1667, casi dos años después de la instalación de Nicolás en la suya como teologal, el 12 de agosto de 1665 (Pitaud, 2001, p. 79; Leflon, 1963). Con rapidez, Nicolás adquirió la reputación de ser un predicador de talento. No es, pues, imposible que él haya ejercido cierto ascendiente sobre Juan Bautista durante los tres años que separaron su entrada al capítulo de su partida a París, tanto más que Pedro Dozet murió en el mes de marzo de 1668. Cabe preguntarse si la partida de Juan Bautista no es también el fruto de la influencia de Nicolás Roland. Clérigo joven y ardiente, penetrado por su misión sacerdotal, él pudo recordar con Juan Bautista sus experiencias parisinas, aún frescas, en San Nicolás de Chardonnet, San Lázaro o San Sulpicio. No es totalmente sorprendente que su joven primo se ponga bajo su guía en la primavera de 1672; tampoco sorprende que, irrigado por la fuente de la espiritualidad sacerdotal, él invitara a su dirigido a comprometerse sin retardo sobre la vía que lo debía conducir allí; aún menos sorprendente, en fin, es que este último aceptara una recomendación que confirmara el plan familiar forjado para él desde hace unos diez años.

      sus amonestaciones —escribe él a Démia— han dado tal fruto en todas partes donde se las ha leído, que M. Roland, canónigo y teologal de Reims, tomó la resolución de establecer en esta ciudad escuelas para los pobres y que otra persona se dispone a emplear para este fin una suma considerable. (citado en Aroz, 1972a, CL 38, p. 63)

      En 1670 Roland va a Ruan para predicar allí la Cuaresma. Encuentra la red que se constituyó alrededor de Nicolás Barré y de sus escuelas, que había conocido en 1668 durante una primera estadía de seis meses en la capital normanda: Antonio de La Haye, párroco de San Amand que lo había hospedado, la señora de Grainville y la señora Maillefer, su pariente. La obra emprendida por Nicolás Barré ya se había consolidado. Agrupadas en la comunidad de Maestros Caritativos del Santo Niño Jesús desde 1666, las mujeres que él formó (Francisca Duval, Margarita de Lestocq, Ana Lecoeur, María Hayer) dirigen de ahí en adelante varias escuelas en Ruan, Sotteville y Darnétal.

      Al final de los años 1660 nace la vocación de Nicolás Roland por la educación popular, compartida de manera amplia por múltiples iniciativas contemporáneas, la mayoría concernientes a la educación de las niñas: las Hijas de la Cruz de la señora de Villeneuve (París, 1643), la Unión Cristiana de la calle de Charonne (París, 1661), las Hermanas de San José (Le Puy, hacia 1662), las Hijas de la Infancia (Tolosa, 1662), las Damas Regentes para la Educación de las Jóvenes y la Formación de Maestras de Escuela para los Campos (Châlons, 1664), las Hermanas Grises de María Houdemare (Ruan, 1668), las Hijas de la Santa Familia (París, 1670), las Hijas Seculares de la Providencia (Charleville, 1679), etcétera. Como bien lo resume Aroz (1972a), Nicolás Roland:

      como un amante, acumuló el magnetismo apostólico de su tiempo. Su fisionomía espiritual lleva la huella de Bourdoise y Beuvelet; su piedad profunda y bíblica, la marca de M. Olier; su caridad, el sello humanitario del buen M. Vincent; su obra pedagógica, la influencia de Barré y de Carlos Démia. Si él no es creador en el sentido preciso de la palabra, él es, por el contrario, un ardiente promotor —desafortunadamente desconocido— de la renovación en la diócesis de Reims. (CL 38, p. 64)


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