Ideología y maldad. Antoni Talarn

Ideología y maldad - Antoni Talarn


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Las causas concretas de la maldad

      Por lo que respecta a las causas más específicas del mal Baumeister (1997), apoyándose en diversas fuentes y no pocos estudios realizados en su laboratorio de psicología social, cita las 3 siguientes:

      1) Causa instrumental. Se ejerce el mal para obtener algo: dinero, territorios, poder, sexo, etc. Se emplea la violencia para obtener algo que no se cree posible obtener de ningún otro modo. Se actúa, en este sentido, independientemente de los resultados obtenidos. Algunos violentos, como los terroristas, no suelen alcanzar sus propósitos políticos; otros, como los dictadores, sí lo hacen.

      2) Causa narcisista. Aunque muchas personas violentas poseen una imagen positiva de sí mismas, ejercen la violencia para aumentarla y conservarla (Baumeister, Smart y Boden, 1996). El autor señala que, aunque esto puede parecer una paradoja —golpear a alguien que duda de tu inteligencia no te convierte en un genio, ejemplifica—, lo cierto es que para el violento se evitan las criticas y se refuerza su papel de macho alfa, por así decirlo. La violencia y sus efectos refuerzan la creencia en una –supuesta— superioridad. Los actos malvados efectuados bajo el Síndrome de Eróstrato entrarían, también, en esta categoría18.

      3) Causa ideológica19. Todo tipo de matanzas, genocidios, guerras y masacres se han efectuado, y se siguen cometiendo, en nombre de diversas ideologías, ya sean religiosas o políticas. Y, cómo decíamos, los causantes de las mayores barbaries de la humanidad —Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Mengistu, Franco, etc.— consideraban que estaban haciendo un bien al tratar de imponer una ideología, cuyo noble fin justificaba los medios empleados.

      Baumeister (1997) menciona también el sadismo, definido como el placer obtenido al provocar el mal, si bien no lo considera una causa directa del mismo. Apunta que este, tras un cierto tiempo de acción, puede llegar a convertirse en motor de algunos victimarios, como propone la teoría de la «motivación del proceso oponente» de Solomon (1980). Dicha teoría sostiene que el organismo, para equilibrar una impresión muy potente —de disgusto en este caso—, activa sensaciones opuestas —de placer—, que al principio son débiles pero que se incrementan con la repetición20. El autor señala que el sadismo también puede actuar en la psicopatía, dada su carencia empática.

      Kekes combina las causas de la maldad ya expresadas en un interesante modelo multicausal. Afirma que las diferentes formas del mal tienen causas diversas y que, por medio de los puntos en común que observa en diferentes escenas de extrema malignidad21, deduce que en todos los casos se deben considerar las condiciones internas y las externas. Las internas vendrían a ser las de tipo personal. En unos sujetos se trata de cuestiones que tienen que ver con la fe, la ideología, las ambiciones o el honor. En otros se trataría del aburrimiento, la envidia, los celos y otros. En el primer caso, el individuo puede sentir que sus ideales son atacados por los demás; en el segundo, que sus condiciones de vida están influidas por los otros. En ambas vivencias los individuos se sienten amenazados, atacados o perjudicados y entonces entra en juego la defensa apasionada de sus ideas o la lucha feroz para salir de su estado. La personalidad de cada cual animará o desalentará ciertas acciones en este sentido. Pero, una vez la pasión y las emociones se ponen en marcha, se falsea la importancia moral de los hechos y algunos individuos pueden llegar a ejecutar acciones muy dañinas sobre los demás. Las circunstancias externas, que serían de orden social, pueden, a su vez, facilitar o atenuar la expresión de esta lucha apasionada.

      Villegas (2018), en base a un interesante modelo basado en el desarrollo moral de los individuos, señala que lo que nos lleva a dañar a los demás son motivaciones egocéntricas. Ciertamente, las causas concretas citadas no respetan la alteridad y esta falta de respeto permite tratar a los demás con maldad, esto es, con la pretensión de dominarlos, destruirlos, abusar de ellos o discriminarlos.

      Armegol (2014; 2018), coincidiendo en gran medida con Baumeister (1997), considera que el mal se hace, fundamentalmente, cuando se actúa de tres modos:

      1) con egoísmo y sin interés por los demás;

      2) con negligencia; y

      3) con ideas y doctrinas que pasan por delante de las personas.

      De todo lo dicho hasta aquí pueden derivarse dos causas concretas de la maldad no excluyentes entre sí:

      A) las causas sistémicas y

      B) las causas disposicionales.

      A) Las causas sistémicas son aquellas en las que las personas ejercen el mal inmersas en un sistema o estructura que lo predispone, precipita y facilita. Las circunstancias sociales, institucionales y grupales son consideradas el factor principal en este caso, si bien nunca puede dejarse de lado el agente individual, puesto que toda colectividad está compuesta de individuos. Sería fácil dejarse llevar por el mito del mal puro y creer que nosotros no reaccionaríamos con violencia o maldad en según qué condiciones. Es posible, desde luego, que no todos pudiéramos convertirnos en torturadores o asesinos. Sin embargo, un ejemplo será suficiente para hacernos cuestionar este punto: la bien conocida historia del batallón 101 en la Alemania nazi (Browning, 1992). Se trataba de un grupo de reservistas, formado por 500 hombres corrientes, sin un adoctrinamiento especial, profesionales de clase media ya demasiado mayores para ir al frente. Se les encomendó la única misión de fusilar judíos presos. Se les dio la opción de rechazar la tarea, sin sanción alguna. Solo 12 declinaron la propuesta22. Estos hombres, normales y corrientes, contribuyeron a la deportación de 38 000 judíos y exterminaron a unos 45 000 disparándoles a quemarroma (Di Cesare, 2016).

      Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, haremos bien en no despreciar el poder de lo sistémico en la determinación de la conducta humana. La psicología social y la historia nos han mostrado, sobrada y tristemente, que muchas personas consideradas normales, por así decirlo, se han comportado como seres malvados al cambiar las coyunturas sociales en las que vivían. La «violencia íntima» (Kalyvas, 2006), entre compañeros, vecinos o conocidos, es un fenómeno bien conocido en todas las guerras civiles, por ejemplo.

      De entre todas las causas sistémicas destacaremos una por encima de todas: el poder de las ideologías. Armengol (2018) argumenta con insistencia que la conducta de los humanos está gobernada por las ideas, creencias o doctrinas adoptadas, antes que por las pasiones de todo tipo. El beneficio o perjuicio causado a los demás, en parte, puede estar determinado por el sentimiento o la pasión, pero las ideas, los productos de la razón o de la sinrazón, acaban dominando el comportamiento humano y se imponen a menudo a los sentimientos, si los hubiera. Escribe, por ejemplo:

      La ideología, lo que creemos, es un producto de la razón y con gran frecuencia tiene el mando supremo de la conciencia moral, arrasa el poder de los sentimientos cuando se oponen a ella. Tan es así que no solo los adormece sino que los modifica en tal grado que podemos dejar de sentir respeto y compasión por las víctimas de los atropellos y podemos llegar a sentirlos por los victimarios. Cuando la ideología doctrinaria que permite el maltrato o el daño se apodera de la mente, el respeto, la piedad, la vergüenza y la conciencia de culpa son barridas por el vendaval de la doctrina, de la creencia. […] Si dejamos de lado a los psicópatas y a los delincuentes cuando los humanos nos entregamos a los mayores atropellos no es que no tengamos conciencia moral sino que la tenemos intoxicada por ideas perniciosas. Los humanos bondadosos y benévolos suelen pensar y decir que la conciencia de los inhumanos está estropeada o maltrecha, pero quienes son impíos e inhumanos no lo piensan así, pueden estar convencidos que obran de acuerdo con el deber, creen que su conciencia es recta y no tienen problemas con ella23.

      Como señalaba Althusser (1970), la ideología siempre trasciende la conciencia y cuando la ideología es extremista la conciencia puede quedar anulada o modificada sustancialmente, ya que toda ideología fanatizada24 acaba sosteniendo dos principios peligrosos: el fin justifica los medios, y lo que se pretende es intrínsecamente bueno. De ahí al mal solo dista un breve salto adelante. Una parte de la población puede, dadas estas condiciones, actuar como «ruedecillas» (Arendt, 1963) en los dispositivos organizados de los poderosos, desdibujando la autoría concreta de unas acciones moralmente inaceptables.

      B. Las causas disposicionales


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