Retrato hablado. Javier Darío Restrepo
de que tú quieras.
¿Cuál es la petición más rara que le ha hecho un cliente?
Una vez vino un señor y me pidió tacos dorados. Me dijo que les pusiera salsa en medio, pero sin quebrarlos. Y yo pensé: “¿pues cómo le hago?”. Si hubiera podido, pues sí, con mucho gusto. Entonces me quedé un rato así pensando cómo hacerle y él me dijo: “No me los quieres vender o qué”. Entonces le conteste que sí, “nomás dígame cómo” y no me pudo decir.
Anastacio Aguayo Zaragoza
Sacerdote confesor
© Humberto Muñiz
Es uno de los sacerdotes más buscados por los fieles que acuden a confesarse al templo de La Merced. Nació en Degollado, Jalisco, y tiene 84 años de edad. Fue periodista. Es autor, entre otras publicaciones, de Oraciones a Jesús y María y El pecado. También es responsable de Misa Diaria. En 2003, la Secretaría de Gobernación le hizo un extrañamiento por un comentario sobre las elecciones que apareció en la publicación.
Lo peor es pecar.
¡Que Dios me libre!
¿Qué tan pecadores son los tapatíos?
De eso no puedo decir nada; de pecados, no.
No me diga nombres, sólo si somos más pecadores que en otros lados.
No puedo decirlo porque cualquier insinuación puede dar origen a faltar al sigilo y eso es muy delicado ante Dios. De pecados, ni una palabra.
¿Ni aunque me diga el pecado y no el pecador?
Ni en general.
¿A cuánta gente confiesa en un día?
A un promedio de 20 personas, pero duro mucho confesándolas.
¿Qué siente al oír tantos pecados?
Como todo trabajo, se cansa uno. A veces uno se pone de mal humor porque no sabe la gente lo que es pecado, entonces a veces da un poquito de enfado. Pero en general, es muy agradable ayudar a los fieles.
¿No se asusta al oír tantas cosas malas?
No, porque no me lo dicen a mí, se lo dicen a Dios. Yo nomás soy intermediario.
¿Se queda preocupado?
Muchos me dicen alguna cosa que consideran que es muy seria, muy grave, muy fea. Pero así que me escandalice, que me asuste, que ¡ay que feo!, no.
¿Qué características debe tener un buen confesor?
Ser muy humano, nomás con eso.
¿El confesor es un juez?
Hasta cierto punto. Porque uno juzga si algo está bien o mal, pero Dios es el que define. El juez es Dios, uno es un instrumento que le sirve más o menos a determinar si hay gravedad o no. Es todo.
Algunas personas temen al regaño de los confesores.
A veces nos falta comprender al penitente. Pero aquí tenemos mucha gente, a veces hay cien que quieren confesarse y ¿qué hace uno? Pues échame lo que puedas y ya; y Dios sabrá. Ayudarlos más profundamente es problemático porque hay que comprender su situación civil, de salud, su cultura, etcétera.
¿Dar mordida es pecado?
Bueno, eso depende mucho, depende mucho de la moral pública.
¿La gente que se confiesa lo ve como malo?
Unos, otros no.
Le han confesado alguna vez algún acto de corrupción.
De eso no puedo decir nada, párele por ese lado.
¿Se confiesan más los pobres que los ricos?
De todo.
¿Políticos también?
También políticos.
¿Y a poco se arrepienten?
Eso sí no sé. Si él trae pecados, él lo sabe, y me los dice, si quiere. Yo no voy a estar buscándole, preguntándole ¿usted es político y anda de baquetón? No, me dice lo que quiere y lo que puede.
¿Los confesores no deben preguntar detalles?
No, nada más lo que la gente quiera decir. Si yo sé que usted está en pecado, pero usted me dice que no, pues depende de usted, no de mí.
¿Se le ha antojado cometer algún pecado de los que le han dicho?
¡Ay caramba! Oiga no, cambie de disco.
¿Es un trabajo muy pesado?
Sí, es muy pesado. A veces sale uno muy cansado porque hay mucho frío, mucho calor o se desveló y entonces hay que despejarse. O empieza uno a dormirse y eso para mí es trágico. Yo les digo a los fieles: vámonos poniendo de pie porque me estoy durmiendo.
Muchos quisieran confesarse con un sacerdote dormido.
Eso sí yo no sé. Yo no busco a quién esté dormido.
¿Es un trabajo agradable?
Es útil y muy agradable, ojalá pudiéramos ayudar totalmente a los fieles, sobre todo a los que vienen con problemas serios.
¿Sufre?
No, al contrario, es muy agradable porque estamos cumpliendo como pastores. Esto no se sufre. Sufro yo con los políticos.
¿Por qué?
Por baquetones que son.
Pues regáñelos cuando vengan a confesarse.
No, no. Sólo que ellos me digan, si no, no. ¡Qué esperanzas, cómo voy yo a sacarle sus trapitos al sol!
¿La gente está dispuesta a oír consejo?
Sí, mucho. Consejo, porque no es dar respuesta. Uno dice: a mí me parece esto y se acabó.
¿Cómo le hace para estar tan seguro de lo que tiene que decir?
Seguro que yo diga la verdad, pues no. Yo digo lo que puedo y lo que sé. La verdad, sólo Dios sabe. Ahí sí se la dejamos a Él.
¿Él le ayuda a dar el consejo?
Todo depende de Dios. A veces dice uno cosas que luego piensa: ¡Ah caray! ¿Cómo se me ocurrió? Dios es el que dirige, se convierte uno casi en títere de Dios.
¿Cuál es la diferencia entre un buen confesor y uno malo?
Eso lo sacan los fieles, no uno.
¿Por qué tiene usted tanta clientela?
Eso depende de los fieles. Es como las tiendas, aquí me atienden muy bien pues aquí vengo.
¿Qué es lo mejor de su trabajo?
Ser sacerdote, mejor no se puede.
¿Y lo peor?
Lo peor es pecar. ¡Que Dios me libre!
Trinidad López Rivas
Director de la Unidad Estatal de Protección Civil
© Marco A. Vargas
De niño no soñó con ser bombero. “En ese tiempo ni existían”, bromea. Conoció el oficio a los 20 años cuando presenció un incendio en Ocotlán. En 1961 ingresó al cuerpo de Bomberos de Guadalajara con la intención de pasar unos meses y se quedó 38 años. En 2001 dejó la dirección de bomberos para convertirse en director de la Unidad Estatal de Protección Civil. Tiene 64 años de edad y ocho hijos. Nació en el estado de Zacatecas, pero desde los doce años reside en Jalisco.