La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana). Luke Arnold
dañarla. Miré los ojos que ahora eran nudos de madera fríos y traté de que mi memoria los llenara de vida, pero ese tipo de magia murió al mismo tiempo que ella.
Había una pequeña rama de enredadera cruzándole la frente con tanta fuerza que le estaba dejando un surco en la piel. Extraje el cuchillo de mi cinturón. No pude evitarlo. Con un corte cuidadoso, la rama quedó suelta.
Hubo un crujido suave, pero no se le desprendió nada. La marca que le cruzaba el rostro era pequeña. Con el tiempo, le habría hecho un tajo por la coronilla.
Extraje la foto de Rye de mi bolsillo y la coloqué en el suelo, entre nosotros.
—Este tipo está desaparecido. Pareciera que se trata de uno de los buenos. Lo encontraré, si puedo. Su cuerpo, si eso es todo lo que queda. Quizás imparta algo de justicia si alguien le hizo daño. Yo…
Estaba haciendo el ridículo. Ella me lo diría, si pudiera. Lo que daría para que ella se riera de mí una vez más.
“¿Es esto… es esto lo que querías?”.
Ella dijo la misma cantidad de nada que me decía cada vez que yo pasaba por allí. Desvié la vista de ese rostro congelado y dejé que la cabeza me cayera hacia adelante. En el silencio, se oyó el crujido y el chasquido de las ramas.
—Yo ya no estaría aquí —le susurré a la madera petrificada—. Si no te hubiera prometido a ti que me quedaría, ya no estaría aquí. De una manera u otra. No sé si agradecerte o maldecirte. Solo quería que supieras… que lo estoy intentando.
Sentía los ojos hinchados cuando salí de nuevo al sol. Por el polvo, me dije a mí mismo. A lo largo de la calle, el abrir y cerrar de las puertas rompía el silencio. Iba a terminar el horario escolar y los padres se dirigían a recoger a sus pequeños. Volví a guardar la llave, reacomodé el portón oxidado y le recé a quien pudiera estar oyendo que todo siguiera allí cuando yo volviese.
Capítulo Seis
Los padres estaban en la línea de la alambrada, arrastrándose y cacareando como gallinas en un corral. Yo recuerdo una época en que los niños volvían de la escuela caminando por su cuenta. Esos días ya han pasado. La vida nos ha enseñado que pueden suceder las cosas más terribles e inimaginables. Ya nadie discute con las madres nerviosas o los padres sobreprotectores. Si podemos dañar todo un mundo, ¿qué posibilidades tienen los niños pequeños?
La guardia de seguridad fingió no reconocerme mientras buscaba mi nombre en su lista. El desprecio que había en su voz contradecía su farsa. Me hablaba de una aversión familiar. Por muy mal que le cayera a la gente a primera vista, siempre empeoraba con el correr del tiempo. Soy la parte de atrás de un zapato que sigue arrancándote la costra de la ampolla, justo antes de que tenga la posibilidad de sanar.
Los rostros sonrientes del mural me esperaban justo donde los había dejado. Pasé por las puertas rojas, crucé el auditorio y entré en el pasillo largo. Había dos aulas, una a cada lado del corredor, cada una de ellas retumbando con la calamidad apagada de los niños rebeldes. Algo del lugar me hizo acordar a la prisión, excepto que las risas eran inocentes y agradables. En prisión, la risa era lo último que querías oír.
Espié una de las aulas a través de una pequeña ventana redonda. Un grupo de unos veinte niños estaba sentado en círculo en el suelo, festejando mientras una niña de piel verde y cabello rubio rojizo hacía muecas en el centro.
Era extraño ver niños de tantas especies distintas jugando juntos. La mayoría de los bares y negocios estaban abiertos para cualquiera, pero las escuelas siempre habían sido exclusivas de cada especie.
Los niños de distintos linajes nunca habían jugado y aprendido juntos como lo hacían en Ridgerock. Había algo dulce y triste en el hecho de que la pequeña aula estuviera llena de niños que nunca entenderían que hacía un tiempo todos habrían sido muy diferentes.
Faltaban diez minutos para la reunión, pero por lo nerviosa que parecía estar la recepcionista, uno pensaría que yo había llegado la noche anterior y había solicitado pensión completa.
—Todavía está dando clase.
—Está bien. Esperaré.
—Usted llegó temprano.
—Lo sé. Mis disculpas. Como dije, no tengo problema en esperar.
—Él es un hombre muy ocupado.
—Me imagino.
Me observó como si yo fuera una misteriosa mancha color café en su alfombra nueva.
—¿Eso es un ojo morado?
—Probablemente.
—Le recomiendo que vuelva a la hora acordada.
Estaba claro que a ella no le gustaba que yo estuviera allí. Quizás no le caía bien la gente que no tenía un buen sentido del horario. Me senté como un niño bueno y traté de no volver a molestarla.
Ella resopló y suspiró con tanta frecuencia que para cuando Burbage llegó, pensé que iba a hiperventilar.
—Entre, señor Phillips. Me alegro de volver a verlo tan pronto.
Cuando pasé por delante de la recepcionista, la oí suspirar de alivio. Eché una mirada hacia atrás y finalmente vi los muñones donde había tenido las alas. Dos montículos incómodos le levantaban la camisa. O se habían marchitado por falta de uso, o se las habían amputado (no era poco frecuente, ya que las alas sin magia podían ser dolorosamente pesadas). Ella había sido una criatura de los cielos. Quizás una Arpía, no estaba seguro. No importaba. Ambos nos alegrábamos de que yo saliera de allí.
Burbage se inclinó hacia adelante en su silla, rígido por la expectativa. Deseé tener más información para darle.
—Me crucé con los cuerpos de dos vampiros. Pronto debería saber su identidad. Como hay tan pocos en la ciudad, es muy probable que hayamos encontrado a nuestro hombre.
Burbage perdió la sonrisa y comenzó a buscarla por el escritorio. En su lugar, encontró una pipa larga. Con sus cuatro dedos extrañamente hábiles, encendió un fósforo, lo metió en la cazoleta y aspiró pensativo.
—¿Cuáles fueron las circunstancias?
Extraje un Clayfield del bolsillo y comencé a masticar.
—Una casa de té que atendía vampis, cerca de la plaza. Dos cadáveres de la Raza de Sangre y una víctima más, de especie desconocida. La policía piensa que podría ser una Pandilla Clavo. Un grupo de mortales que…
—Sé lo que es una Pandilla Clavo, señor Phillips. ¿Eso es todo?
Su carácter comenzó a asomar por primera vez. Quizás yo podría haber sido más delicado al darle la noticia de que a su amigo lo estaban recogiendo con pala y escoba.
—Eso es todo. Ahora nos toca esperar. Si Rye es una de las víctimas, puedo volcar mi investigación a averiguar quién lo hizo. Eso, si usted decide que vale la pena pagar para conseguir esa información. Si no es él, entonces la cacería continúa.
Su pipa se apagó y él no se molestó en volver a encenderla.
—Si no es Edmund, ¿cuál es su siguiente paso?
—Encontré el bar local preferido de Rye. No he presionado mucho a la clientela, pero puedo volver y convertirme en un fastidio.
—Me imagino que eso le sale con bastante naturalidad.
—Practico todo el tiempo. También quisiera conversar con los estudiantes más cercanos a él. Ver si detectaron algo en alguna conversación antes de que él se fuera.
—Yo preferiría que no lo hiciera.
Me encogí de