La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana). Luke Arnold
alguna coincidencia.
—Gracias, Rich.
—Ahora vete de aquí.
Pensé en discutir, pero no valía la pena. No tenía ningún motivo para quedarme. O el tipo que buscaba era una pila de polvo en esa habitación, o no lo era. Yo solo debía esperar para averiguarlo. Tenía efectivo en los bolsillos y alcohol en las venas, así que decidí volver a casa.
A los trasgos les llevó algunas décadas aceptar Sunder City, pero una vez que llegaron, la hicieron suya. La tecnología trasgo mezclaba aparatos humanos con magia para crear nuevos inventos, con frecuencia peligrosos.
Su mayor aporte fue el tranvía de Sunder, que en su momento recorría todo el largo de la ciudad noventa y seis veces al día. Tras la Coda, el transbordador quedó fuera de servicio, pero como muchos de los residentes, se adaptó y tomó un nuevo empleo. Todas las noches, después de la puesta del sol, estacionado en el medio de la calle Principal, el tranvía se transformaba en el canal de distribución del pan del mendigo. La maquinaria mágica había sido reacondicionada con motores fabricados por humanos. No tenían suficiente potencia para empujar el tranvía por la colina, pero sí para obtener un poco de calor. Un disco de metal ubicado encima de las máquinas se había convertido en una sartén gigante, en la que las sobras de Sunder City eran transformadas en comida para los indigentes. En un barril juntaban un poco de agua de río apenas filtrada, harina de pasto y cortes excedentes donados por restaurantes, y cualquiera que tuviera el estómago vacío podía echar un cucharón de la mezcla sobre la sartén y obtener un poco de comida. ¿Lo había hecho yo? Más de una vez, y no era ni de lejos el peor plato que yo había probado.
Quienes estaban a cargo del show eran los Hermanos Son, una secta religiosa de monjes con alas. Históricamente, los Hermanos nunca habían creído la historia de los elfos de que el gran río fuera el origen de toda la vida y la magia.
Los Hermanos Son habían predicado que el mundo tuvo origen en una canción cantada por la voz de la luna. Era un sistema de creencias complicado y atractivo, salvo por un pequeño problema. Era incorrecto. Ahora lo sabemos. La Coda fue la prueba de que, aun si los elfos y sus escrituras no tenían la razón sobre absolutamente todo, ellos eran sin dudas los que más cerca estaban.
Supongo que es agradable saber cuál mito de la creación es el correcto, pero ¡qué precio hubo que pagar por la certeza! La única leyenda verídica está muerta y creer en cualquier otra idea no tiene sentido. La fe nos ha abandonado. Los dioses se han ido. Y, aun así, los Hermanos Son permanecen.
Comenzaron a servir en el tranvía unas pocas semanas después de que el mundo quedara a oscuras. En lugar de abandonar su llamado, redoblaron sus esfuerzos y dedicaron su vida a ayudar a los más necesitados de la ciudad.
Durante mi corta y patética vida, he visto a mucha gente ocultar su deseo de cometer actos terribles detrás de un aparente llamado superior. No es difícil encontrar un sistema de creencias que respalde tus propias necesidades egoístas. La gran sorpresa para mí fue descubrir que funciona también en la otra dirección. Estos hermanos de alas rotas, incluso sin su cuento, tienen corazones decentes por naturaleza.
—¿No va a cenar esta noche, Hermano Phillips? —preguntó Benjamin, un monje alto que llevaba el cabello con un corte de tazón abundante y descuidado.
—No, gracias. De hecho… —Busqué algunas monedas en el bolsillo de mi chaqueta y las dejé caer en sus manos temblorosas—. Por las noches que sí cené.
Inclinó la cabeza, aceptando mi caridad con gracia. Yo mantuve la cabeza gacha y me alejé caminando tan rápido como pude. Siempre me resultaba más embarazoso dar una ayuda que recibirla.
La noche era cálida, pero la brisa estaba fresca, y volví a entrar a mi edificio con gusto. La bebida me estaba abandonando el cuerpo, y mis viejos achaques y dolores comenzaban a llenar los espacios vacíos. También aparecieron preguntas: pequeñas y persistentes, que me besaban la nuca con labios ponzoñosos.
“¿Qué bien me creo que estoy haciendo?”.
Probablemente ya había encontrado al tipo: un puñado de arena en un suelo frío de concreto. Viva Fetch Phillips, recolector de migajas, cantemos sus alabanzas por todo Sunder City.
Subí las escaleras, bajé la cama de la pared y añoré los días en que tres cadáveres me habrían dado problemas para dormir.
La primera marca me la hizo mi padre…
No mi padre verdadero. Él murió con mi madre en el primer hogar que tuve en mi vida; una aldea llamada Eran, metida entre las colinas boscosas que están al sudeste de Sunder.
Yo estaba debajo de la casa, en el espacio adonde había ido la perra del vecino cuando se enfermó. Todos pensábamos que se había perdido, hasta que mi madre notó el olor. Había un par de tablas rotas y, si eras pequeño como yo lo era, no era difícil meterse.
El asesino pasó justo a mi lado, jadeando y empapado de sangre. Pude oler una especie de carne, parecido al olor de la caja de hielo cuando mi padre traía algo de lo del carnicero.
O me desmayé, o mi mente dejó de guardar recuerdos para preservar la cordura. Cuando los soldados me encontraron, yo sabía que era el único que quedaba. No hablé cuando me hicieron preguntas, y no me quejé cuando me desnudaron y me lavaron y me vistieron con prendas limpias y muy grandes para mí. No busqué a los padres que sabía que ya no estaban y no me resistí cuando me sentaron en el carruaje y me llevaron de allí.
Dormí durante todo el camino a la ciudad de Weatherly y probablemente pensaron que mi cerebro estaba frito. No lloré y no dejé la seguridad de las mantas, ni siquiera abrí una ventana. Me arrepentí de eso más tarde, después de haber quedado atrapado entre los muros. Durante años, mi único sueño fue tener la oportunidad de ver algo fuera de esa maldita ciudad.
Cuando finalmente abrí los ojos, ya era muy tarde. Estábamos adentro, y me cargaron desde el carruaje hasta una gran habitación de piedra donde esperaba un joven con uniforme gris. Él era el guardia Graham Kane, mi nuevo padre.
Graham tenía una expresión amable pero preocupada, como si siempre estuviera intentando recordar dónde había dejado sus llaves. Me parecía enorme en esa época, pero él sería apenas un hombre cuando se arrodilló, colocó sus brazos alrededor de mi cuerpo tembloroso y me dijo que yo estaba a salvo.
Nunca le pregunté, ni a nadie más, por qué lo eligieron para darme un hogar. Podía ser porque él tenía capacidad y era leal y acataba las leyes de la ciudad sin chistar. Quizás esperaban que él fuera lo suficientemente cálido y afectuoso para hacerme olvidar la vida que había dejado atrás. Honestamente, creo que fue porque él abrió la puerta.
Tenía bastante peso corporal, pero lo llevaba bien, incluso a medida que fue envejeciendo. Tenía manos de trabajador, y en el antebrazo derecho tenía tatuada la banda negra de la guardia de Weatherly. Durante todo el tiempo que lo conocí, siempre usó las mismas gafas cuadradas, a pesar de que necesitaba reacomodárselas en la nariz cada dos minutos.
Era un tipo atento, y nunca hablaba hasta estar seguro de lo que quería decir. Entonces lo decía una vez con la determinación de no ser interrumpido, e inclinaba la cabeza, una vez, para dar a entender que había terminado. Lo llamé “papá” después de tan solo una semana. Pasado un mes, casi se sentía normal.
Lo quería. Es cierto, a pesar de cómo resultaron las cosas. Sin embargo, a medida que iba creciendo, no podía relajarme del todo cuando él estaba cerca. Él me había acogido y me había tratado como si fuera su propio hijo, pero yo no era su hijo. Yo sentía cada vez más y más que estaba en el hogar de un hombre generoso que me estaba haciendo un favor y que yo necesitaba hacer algo para devolvérselo, pero sin llegar a averiguar qué era.
Su esposa, Sally, quien pasó a ser mi madre, era la mujer ideal según los papeles (si esos papeles hubieran