La última sonrisa en Sunder City (versión latinoamericana). Luke Arnold
dependiera de ello. Era amorosa y me apoyaba y nunca se quejaba de nada de lo que yo hacía, pero si yo trataba de hurgar debajo de la superficie, no encontraba nada. En algún momento de mi juventud, dejé de pedirle consejo u opinión porque siempre podía adivinar lo que respondería. Nunca parecía tener problemas. Nunca se contradecía. Era como si en realidad no estuviera allí.
Recién ahora, después de años de estar afuera, puedo encontrarle sentido a lo que sucedía en esa ciudad, y en esa casa, y dentro de su cabeza. Weatherly era un mundo de hombres. Hecho para humanos (y solo para humanos) y hecho en particular para hombres. Sally Kane había vivido toda su vida entre esos muros. Había seguido las reglas y había creído las historias y se había amoldado a la versión perfecta de lo que Weatherly quería. ¿Cómo puedes juzgar a alguien que se convirtió exactamente en lo que creía que necesitaba ser?
Nuestra casa estaba en los suburbios porque todas las casas de Weatherly estaban en los suburbios. Graham usaba traje todos los días porque todos los hombres de más de dieciocho años usaban traje todos los días. Los fines de semana íbamos al estadio a ver partidos al igual que todos los demás. Yo iba a la escuela. Hacía mi tarea. Repetía los hechos que me enseñaban para conseguir una buena calificación y satisfacer a mis padres. Seguía las reglas como todos ellos. Hacía lo que me decían. Permanecí entre los muros, como todos los demás.
Nunca había viento en Weatherly. La ciudad estaba separada del resto del mundo por muros grandes y por mentiras aun más grandes. Los motivos por los que estaban los muros diferían según a quién le preguntaras. La historia que se decía adentro era que el mundo había sido devastado por la guerra. Las armas biológicas y las bombas habían convertido todo lo que había afuera en un yermo; los únicos sobrevivientes estaban dentro de nuestra ciudad santuario. Weatherly era el único mundo que importaba y la vida Humana era el único elemento que valía la pena preservar.
Los guardias debieron de haber sabido que las lecciones eran mentira. Todos habían visto cosas que contradecían el relato. Sin embargo, ponían su fe en las leyes de la ciudad y se rendían ante sus miedos. Lo que fuese que había allí afuera tenía que ser peligroso. Lo que fuese que ocultaban sus líderes era por una buena razón. En lugar de desperdiciar los días luchando con la verdad, era mejor continuar cada uno con su vida y confiar en las mentiras.
La gente de la ciudad nunca hablaba de los dragones ni de los elfos con las orejas puntiagudas ni de los ancianos que podían hacer milagros con las manos. El mundo estaba poblado solo por humanos y por los animales que ellos podían controlar; cosas que ellos podían comer, acariciar o cabalgar. Era una realidad construida meticulosamente, en la que nosotros éramos el eslabón superior de la cadena alimenticia.
Ese era el regalo de Weatherly para su pueblo. La ignorancia. Los humanos que estaban fuera de los muros sabían que eran inferiores. En ese lugar, no había punto de referencia con el que sentirse inferior. Los niños tenían la libertad de crecer sin tener que saber otra cosa. Creerían que estaban de pie en la cima de la evolución. Nunca conocerían la vergüenza. Nunca conocerían su lugar. Nunca conocerían nada de lo que había fuera de los muros.
Pero yo sí lo sabía.
Ese conocimiento me llevó a actuar diferente, lo que llevó a que fuera tratado diferente, lo que prácticamente significaba que yo era diferente. Tenía la cabeza llena de bestias salvajes y luces brillantes y un mundo que era más grande que el que todos ellos conocían. Ocasionalmente, trataba de explicar a mis amigos de confianza las cosas que recordaba: animales grandes como casas o personas con los ojos todos blancos. Nunca resultó muy bien. A medida que fui creciendo, dejaron de decir que yo estaba mintiendo y comenzaron a decir que estaba loco, por lo que aprendí a callarme la boca. Me convencí a mí mismo de que no eran recuerdos en absoluto, solo la imaginación de un niño deformada por el trauma y el cambio. Hice lo mejor posible para creer en ese nuevo mundo y sus creencias rígidas y extrañas.
Weatherly creía en un dios, pero se trataba de un ser vengativo. Una fuerza todopoderosa y masculina que condenaba al mundo exterior por sus pecados. Nosotros éramos los afortunados, pero nuestra salvación llegaba a costa de nuestra servidumbre. Nos casábamos. Trabajábamos. Creíamos lo que nos decían.
Yo traté de seguir la corriente. Recité las líneas y aprendí las leyes, pero al tener un ojo fijo en el mundo exterior, perdía el foco. Era listo, pero no tenía éxito. Cuando terminé la escuela, todavía me decían que no estaba comprometido. Se referían a que no estaba comprometido con mis estudios o con una carrera, pero sabía que querían decir algo más.
No estaba comprometido con Weatherly.
Lo que los adolescentes solían hacer después de la graduación era convertirse en aprendices. Mientras los demás estudiaban para convertirse en doctores o en botánicos, yo estaba a la deriva. Trabajaba donde podía, haciendo lo mínimo indispensable para obtener el efectivo para pagarle mi parte a los Kane. No me lo pedían. De hecho, creo que los ponía incómodos. Pero yo insistía. Al menos, me daba un motivo para levantarme de la cama.
Yo entregaba barriles de cerveza y arreglaba muebles y llevaba a las ancianas a sus citas y recolectaba fruta y arreglaba cercas, pero nunca tuve un trabajo. A modo de broma, los viejos del bar me decían Fetch. Significaba “recados” en algún dialecto que yo desconocía y se suponía que era un insulto, pero yo llevaba el nombre con orgullo, como una placa de desafío perezoso contra sus expectativas.
Graham nunca se enojó. No me dijo que yo era una desilusión o que los comentarios de los demás le complicaban la vida. Un día, dejó sobre mi cama los formularios de inscripción para la Academia de la Guardia.
Los guardias de Weatherly hacen muchas cosas. Supervisan el tránsito y vigilan que no haya crímenes y se aseguran de que todos cumplan las reglas. Y lo más importante, son los únicos que tienen permiso para trabajar en los muros.
En mi cabeza comenzó a formarse un plan. Uno de esos secretos que guardas incluso de ti mismo, sin atreverte a mirarlo hasta el momento indicado. Llené los papeles, los entregué y mi entrenamiento comenzó en menos de una semana.
Me empeñé en mi entrenamiento con una convicción sin precedentes. Leí los libros de texto y troté cien kilómetros y aprendí a derribar ebrios y autores de actos de violencia doméstica. Estuve en control de multitudes en Año Nuevo e hice el papeleo por lesiones leves y alteración del orden público. Hice todo mi trabajo con una diligencia que antes me había sido ajena. Cuando terminé el primer año, hablaban acerca de ponerme en tránsito o en el escuadrón de fuego, pero yo exigí ir al muro.
Fue Graham el que lo consiguió. Por supuesto que fue él. Me había empujado en esa dirección y yo había puesto todo de mí. Le dije lo lindo que sería trabajar directamente para él y lo excitado que estaba. Entonces, no tuvo otra opción que reclutarme para control fronterizo como cadete aprendiz.
Hubo una pequeña ceremonia de graduación a la que asistieron todos los otros guardias. Iban leyendo nuestros nombres y entonces tomábamos asiento en una mesa larga. Cuando los diez graduados habían sido anunciados, la formalidad se desvaneció y comenzó algo así como una fiesta. Nos dieron cerveza (por primera vez fuera del hogar), y los guardias se volvieron bulliciosos y bruscos con sus felicitaciones. Mientras bebíamos, un hombre con un delantal de cuero fue avanzando a lo largo la mesa. Se detuvo frente a cada graduado, extendió un trapo manchado, extrajo una botella de tinta y una aguja y marcó a cada nuevo miembro con una banda negra y continua alrededor de la muñeca.
Cuando fue mi turno, el hombre del delantal de cuero se hizo a un lado y Graham tomó su lugar. Me sostuvo la mano con delicadeza mientras metía la aguja en la tinta y me marcaba la piel. Dolió, pero no tanto que yo no pudiera apreciar el gesto. Él no era un hombre de muchas palabras, así que, en su idioma, ese tatuaje era un discurso extenso y sincero. Cuando terminó, lo limpió, me envolvió la muñeca y volvió a abrazarme.
Con sorpresa, me desperté para ir a mi primer día de trabajo sintiéndome muy orgulloso. Papá y yo nos turnamos para ducharnos y para usar la crema para los zapatos. Nuestros uniformes ya estaban prensados